Érase una vez una chica llena de vitalidad a la que el cielo nocturno plagado de estrellas inspiraba multitud de preguntas sobre la inmensidad del Universo, el origen de los astros y nuestra conexión con el Cosmos ... así que decidió estudiar Astrofísica, la rama de la Ciencia encargada de responder todas esas cuestiones fundamentales, y mudarse a las Islas Canarias, donde los Observatorios del Teide y del Roque de los Muchachos le ofrecían las herramientas más poderosas para asomarse al Universo e investigar sus secretos.

Esta chica quiso desvelar la compleja historia de las galaxias. Pero no de una galaxia cualquiera en un lugar cualquiera del Universo. Ella decidió profundizar en la vida de nuestras vecinas, las galaxias pertenecientes al llamado Grupo Local. En este grupo habitan tres galaxias mucho más grandes que el resto: la mayor es Andrómeda o M31, la segunda más grande es nuestra casa, la Vía Láctea, y por último está Triángulo o M33. Ellas tres, junto con multitud de galaxias bastante más pequeñas, conforman el Grupo Local y todos estos objetos, debido a su fuerza de la gravedad, mayor cuanto más masiva es la galaxia, interaccionan entre ellos.

Andrómeda y Triángulo se encuentran bastante cerca la una de la otra y se sospecha que han sufrido uno o más encuentros a lo largo de sus vidas. Presumiblemente, tales encuentros alterarían parte de su estructura y podrían haber tenido otras consecuencias sobre, por ejemplo, cuántas estrellas se forman en estas galaxias. Pero ¿cómo averiguar si tales interacciones tuvieron realmente lugar?

Los encuentros entre galaxias dejan huella en su estructura exterior, donde la densidad de estrellas presentes es menor y se puede apreciar una distribución estelar dictada por la interacción con la galaxia vecina o incluso la aparición de una nueva generación de estrellas fruto de ese encuentro. Pero precisamente debido a esa menor densidad estelar, las partes externas de las galaxias son también las más tenues y, por tanto, las más difíciles de estudiar.

La chica decidió aceptar el reto de estudiar las partes externas de Triángulo y Andrómeda para así ahondar sobre su posible historia en común. Ya que la luz que nos llega de las estrellas de esas zonas no es suficiente, nuestra protagonista, imparable, decidió utilizar la luz más brillante de las llamadas nebulosas planetarias. Estas nebulosas no son más que un remanente de la etapa regular de la vida de una estrella de masa baja o intermedia: menos de ocho veces la masa de nuestro Sol. Cuando tales estrellas terminan la primera fase de sus vidas, expulsan el gas de sus capas más externas y lo hacen brillar durante un tiempo. Las nebulosas planetarias emiten luz de varios colores. En particular, contienen oxígeno que las ilumina de verde y se las puede observar en las difusas partes externas de las galaxias brillando como luciérnagas.

La clave de las nebulosas planetarias es que sus estrellas progenitoras no alteran en gran medida su contenido en algunos elementos, tales como el famoso oxígeno, a lo largo de su vida. Es por ello que pese a observar el remanente de una estrella que ya ha cambiado en gran medida, la composición química de la nebulosa planetaria es un fiel chivato de la composición química de esa estrella que ya no está y que nació cien millones de años, mil millones de años o incluso diez mil millones de años antes. Las nebulosas planetarias abren ventanas al pasado de la galaxia donde se encuentran.

Aunque la idea, como todas las genialidades de la Ciencia, parezca sencilla, no es de fácil ejecución: detectar nebulosas planetarias en otras galaxias es un trabajo arduo al que nuestra chica se entregó con esmero y tenacidad utilizando los mejores telescopios del Observatorio del Roque de los Muchachos en La Palma. Comenzó por Triángulo y lo que encontró la sorprendió: en lugar de un rico sistema de estructuras estelares resultante de las pasadas interacciones con Andrómeda, Triángulo no presenta más que unas pocas nebulosas planetarias, echando así por tierra las teorías sobre la danza del Grupo Local que predicen que Andrómeda y Triángulo, efectivamente, bailaron pegadas.

Y así es como nuestra protagonista, buscando "luciérnagas verdes" en otras galaxias, revolucionó la Ciencia.

Esta chica no es un personaje de un cuento de ficción. Tiene nombre y apellidos: Rebeca Galera Rosillo. Porque la Ciencia la hacen personas corrientes, como ustedes y como yo, como Rebeca€ a merced de los vaivenes banales de un sistema mejorable, de la alegría de un amanecer hermoso desde el Roque de los Muchachos y de los reveses crueles de la vida.

En memoria de Rebeca y sus "luciérnagas verdes".

BIOGRAFÍA: Adriana de Lorenzo-Cáceres Rodríguez, natural de Santa Cruz de Tenerife, es la coordinadora de Gaveta de Astrofísica. Licenciada y Doctora en Física por la Universidad de La Laguna, con un proyecto de investigación sobre galaxias desarrollado en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), ha sido investigadora postdoctoral en la Universidad de St Andrews (Escocia), la Universidad de Granada, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Complutense de Madrid y el IAC. Es miembro de la Comisión Mujer y Astronomía de la Sociedad Española de Astronomía y del equipo editorial de su boletín bianual.

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