Las víctimas de la pandemia en la provincia de Santa Cruz de Tenerife tuvieron ayer su homenaje religioso en la Catedral de La Laguna. El céntrico templo acogió una misa-funeral presidida por el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, que tuvo uno de sus momentos más emotivos cuando se esparció incienso sobre 118 velas encendidas -117 por cada uno de los difuntos contabilizados en las islas de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro, y una más para simbolizar "a los desconocidos que quizá no pudieron ser diagnosticados a tiempo"- mientras sonaba un violín y una religiosa daba lectura a una oración.

La ceremonia, que estuvo marcada por los protocolos de seguridad y distanciamiento social, no fue sencilla de organizar, reconocían este sábado desde el Obispado tinerfeño. A ella podían asistir dos familiares por cada uno de los fallecidos, aunque la imposibilidad de acceder a datos personales de ese tipo hizo que las invitaciones se formulasen personalmente solo en aquellos casos que los párrocos conocían, mientras que para el resto se había anunciado de forma genérica. En total, la iglesia albergó a algo más de un centenar de asistentes, entre los que se encontraba una amplia representación institucional: el presidente del Parlamento de Canarias, el delegado del Gobierno en el Archipiélago, el consejero de Presidencia del Ejecutivo regional o los máximos responsables de los cabildos de Tenerife y La Palma, entre otros. Al alcalde de La Laguna y algunos ediles de este municipio se sumaban la regidora local de Santa Cruz, Patricia Hernández, y sus homólogos de varios municipios de la provincia en los que hubo víctimas mortales.

"Hace unos meses, mientras estudiaba en Madrid, me diagnosticaron la Covid-19 porque me había contagiado con otros compañeros". Así empezó el relato de Fernando Lobo, un joven recuperado y que con sus palabras dio inicio al acto. "Fue una experiencia extraña", confesó, antes de destacar la importancia de su familia y amigos para reponerse, tras lo que realizó un agradecimiento a los sanitarios.

La eucaristía pudo seguirse por Mírame Televisión y los medios digitales del Obispado, y en ella el acompañamiento musical estuvo a cargo del Coro Epifanía. "En estos meses, los médicos, los sanitarios y otros servidores públicos hemos recordado la importancia de dos verbos que habíamos olvidado: escuchar y confiar", apuntó José Antonio Pérez, médico del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, otro de los intervinientes. "El miedo y el dolor se empiezan a sanar cuando alguien nos escucha activamente y podemos drenarlo", reflexionó tras las experiencias viviendas, e hilvanó con Dios: "Siempre está dispuesto a escucharnos en cualquier situación, especialmente en las de dolor".

Por su parte, Bernardo Álvarez trasladó las condolencias, así como la "cercanía y solidaridad", de la Diócesis a los familiares de las víctimas. "No podemos quedarnos en números; detrás de cada una de ellas hay una familia", destacó más adelante. "Ni siquiera la muerte nos separa del amor de Dios", indicó durante su alocución, en la que también tuvo palabras para quienes han muerto en soledad y para los allegados que no han podido despedirlos. "Es bueno apoyarse en el Señor; él da salida a las situaciones", afirmó el prelado nivariense.

La lectura de David Álvarez, hijo de un fallecido a consecuencia de la pandemia, dio paso a la oración por el descanso de los difuntos a través de un texto del jesuita José María Olaizola. Esta fue leída por Luisa María González, religiosa perteneciente a las Misioneras de Cristo Jesús, y marcó el cierre del acto, al que seguirá otro los próximos 25 y 26 de julio en las parroquias, según informó el obispo. Esa otra cita será, detalló, una ceremonia de agradecimiento a quienes estuvieron trabajando durante la pandemia para ayudar a los demás.