El procesado por el triple asesinato de Guaza en marzo del 2018, Ricardo Ortega Martín, se ensañó con su madre adoptiva, a la que propinó una treintena de puñaladas en diversas partes del cuerpo. De esa manera, el único implicado vertió el odio que sintió hacia ella durante los años previos, sobre todo, según Ortega, por haberle dicho que era adoptado a los 18 años, por despreciarlo con expresiones como que era un inútil y un fracasado, así como por no dejarle hacer lo que él quería, sobre todo jugar al baloncesto o estudiar Arquitectura.

Todas las puñaladas y cortes sufridos por dicha mujer se produjeron mientras estaba viva, según explicó una médico forense del Instituto de Medicina Legal. Esta víctima no tuvo opción de defenderse apenas, aunque sí pudo moverse mientras era atacada.

Falleció por el conjunto de todas las heridas y agonizó durante varios minutos, a la vez que se desangraba.

Dicha forense explicó al Tribunal del Jurado y a la fiscal que había tantas lesiones que resulta complicado establecer el orden de las mismas.

El padre adoptivo, Antonio Ortega, tuvo alrededor de la mitad de lesiones que su esposa. Cuatro en el tórax y en el abdomen, una en el cuello y ocho en la espalda, así como alguna en un brazo.

Una de las heridas fue mortal de necesidad, puesto que seccionó la arteria pulmonar y llegó a la aurícula derecha, es decir, le atravesó el corazón. Por ese motivo sufrió una hemorragia muy fuerte y falleció de forma más rápida que su mujer.

En el caso del abuelo, Luciano Martín, también sufrió otra herida mortal de necesidad en el pecho, pues le perforó el pulmón y llegó hasta el corazón. Pero sufrió varias puñaladas más.

Dos psicólogos del Instituto de Medicina Legal explicaron que en las tres entrevistas que le hicieron al procesado observaron muchas contradicciones e incoherencias. Dichos profesionales indicaron que hay partes del episodio que no recuerda, pero advirtieron de que Ricardo Ortega fue consciente de lo que hizo.

Ante esos especialistas, argumentó que había sufrido maltrato psicológico, sobre todo por parte de su madre.

En cualquier caso, los autores del informe psicológico descartaron, de forma tajante, que el acusado sufriera trastorno mental transitorio o enajenación mental.

En varias ocasiones habló de un odio profundo a sus familiares, dudó si cometer los asesinatos o no durante una hora y "controlaba perfectamente lo que hacía", según dichos profesionales del Instituto de Medicina Legal.

En esas entrevistas, los psicólogos no detectaron arrepentimiento, ni sentimiento de culpa ni malestar emocional. Eso si, al final de la tercera de las sesiones, reconoció que los hechos fueron una "atrocidad".

Además, en opinión de los citados especialistas, el acusado muestra una tendencia a minimizar, ocultar, justificar, negar o tergiversar la información a su favor, "para ofrecer una imagen socialmente aceptable de sí mismo".