El acusado de matar a sus padres adoptivos y su abuelo materno, Ricardo Ortega, respondió ayer con tranquilidad y frialdad a la fiscal, al abogado de la acusación y al letrado defensor. Reconoció los hechos, está arrepentido y pidió perdón a todas las personas a las que causó dolor. Su testimonio reflejó que la relación con las víctimas era tensa, con algunas reconciliaciones puntuales e intentos de reconducir el vínculo. Pero, en general, el joven dio prioridad a los sentimientos de rencor y dolor, en base a los supuestos, según él, desprecios, vejaciones, humillaciones y ninguneos de sus padres adoptivos. Desde la adolescencia, Ortega anduvo por un camino muy diferente al que quisieron para él sus progenitores, Antonio Ortega, y Carmen Martín. La madrugada de los hechos, el 23 de marzo del 2018, en su cabeza se produjo "una lucha interior gigante". Se planteó no matar a sus seres queridos, bajar las escaleras, volver a la cama y que, al día siguiente, podía hablar con ellos, dejar la casa e, incluso, denunciarlos . "Pero ganó la otra parte", reconoció; la que le impulsó a matar a quienes le brindaron la oportunidad de tener una vida en familia.

Un momento clave en su existencia fue el inicio al consumo de drogas, a los 15 años; primero de forma esporádica y después, de manera habitual. Hubo una época que necesitaba fumar cannabis (marihuana) antes y después de comer, o para poder dormir. Según declaró a su abogado, también llegó a probar sustancias estupefacientes más peligrosas, como éxtasis y LSD. Lamentó que sus padres nunca le mostraron "cariño ni amor". E, incluso, llegaron a culparlo de la muerte accidental de la abuela materna.

"Si no te gusta, te jodes"

Como repitió varias veces, se le quedó marcada una frase que le dijo Carmen Martín, sobre que era un niño adoptado, que la madre biológica lo tuvo por capricho "y que, si no me gustaba, que me jodiera". Martín Marante fue maestra del colegio público Pérez Valero, de Los Cristianos, en una de cuyas viviendas para docentes residió Ricardo hasta que tuvo los 18 años. Antonio Ortega fue emigrante en Venezuela, pero, una vez en Tenerife, explotaba la finca de plataneras de la familia y elaboraba puros, que también comercializaba.

Según el acusado, la persona que más le humilló y vejó fue su madre, mientras que Antonio, en muchas ocasiones, secundaba los planteamientos de la primera. Y Luciano, el abuelo, a su vez, no contradecía los procedimientos de los anteriores.

En la primera sesión del juicio, celebrada ayer, el joven aseguró que sus padres trataron de impedir que tuviera dos relaciones sentimentales. La segunda y última fue con una chica de origen colombiano. A Antonio y Carmen no le gustaba esa pareja, ya que, según Ricardo, pensaban que estaba con él solo por el beneficio económico que pudiera sacar. El procesado indicó que "la adoro, la amo y la querré hasta que me muera". De hecho, el joven se escapaba para verse con ella en Santa Cruz de Tenerife, en contra de la voluntad de sus familiares. Pero el vínculo entre ambos se rompió desde que está en la cárcel, aunque supuestamente sus exsuegros son las únicas personas que lo visitan y le llevan dinero para que se mantenga en la cárcel.

Otro elemento que influyó en el odio de Ricardo fue una serie de comentarios de sus padres sobre que "era un inútil o que no servía para nada". Según él, Carmen Martín se lo llegó a decir después de sacar un "7" en una asignatura, y Antonio, después de caerse al suelo al resentirse de una lesión de rodilla cuando trataba de levantar un plantón de platanera, mientras se reía delante de un empleado.

No le faltó de nada

De niño, al hoy procesado no le faltó de nada. Una testigo, maestra y compañera de trabajo de la madre, aseguró que fue un buen estudiante, que sacaba buenas notas y era querido por todos, desde compañeros de clase, profesores y, sobre todo, por sus padres que se esforzaban por darle lo mejor. Tras estudiar en infantil y primaria en el colegio Pérez Valero, siguió su formación en el centro Luther King. Con la adolescencia llegaron las conductas conflictivas de Ricardo. Además del consumo de drogas, llegó a vivir un mes en un centro comercial abandonado de Los Cristianos. Trabajó como camarero, como mecánico e, incluso, en varias ocasiones llegó a ejercer la prostitución, "para probar", a través de una agencia por Instagram.

Durante un curso, sus padres lo enviaron a estudiar Ingeniería Mecánica a una universidad privada de Madrid. El acusado insistió ayer en que no quería hacer eso y que fue obligado. Sus progenitores llegaron a gastar en él en esos meses entre 40.000 y 45.000 euros, tanto en la propia carrera como en la residencia, que costaba unos 1.000 euros al mes. Tras regresar a Tenerife, el procesado trató de buscarse la vida como camarero, sirviendo copas en un pub, desde la medianoche hasta las tres de la madrugada. Después, se matriculó en otra carrera en la Universidad de La Laguna. Se pagó los gastos de la matrícula. Pero, a los pocos meses, ya no pudo hacer frente al alquiler del piso. Y llegó otro de los momentos conflictivos. Antonio y Carmen saldaron la deuda con la casera entre octubre y diciembre del 2017. En una ocasión, las tres personas entraron en el apartamento de Ricardo, cuando este estaba dentro y sin su permiso, con una llave de la dueña del inmueble, lo que le molestó mucho.

En un giro sorprendente frente a lo que había dicho hasta ahora, Ortega señaló que su gran ilusión hubiera sido dedicarse de forma profesional al baloncesto, ya que tenía cualidades para ello y era valorado así por su entrenador en categorías inferiores, pero sus progenitores no le dejaron. Indicó que le hubiese gustado pertenecer a la plantilla del Herbalife Gran Canaria, ante la sorpresa y el escepticismo del abogado de la acusación, Rubén González.

Robo de cheques

En otra ocasión, sustrajo varios cheques al portador a su padre para sufragarse gastos y afirmó que se arrepiente de eso. Tras estar en La Laguna, en enero del 2018 regresa al Sur de la Isla, "por mi situación personal, porque me sentía solo, para pedir ayuda en todos los sentidos y se burlaban de mí". Otra vez, Carmen y Antonio lo encerraron en la vivienda de la zona de Llanos de Guaza para que no saliera. Pero, delante de ellos, Ricardo se atrevió a llamar a la Policía Local. Aunque los agentes nunca llegaron, sus progenitores desistieron de esa medida tan drástica. Según el procesado, a los 12 años empezó a trabajar en las huertas de plataneras de su familia. "Y con 14 cargaba piñas de plátanos de 60 kilos", apuntó ayer. Eso sirvió a su abogado defensor, Tanausú Martín Hormiga, para asegurar que llegó a ser explotado y tratado "como un esclavo".