Trabajar en un crucero que iba a dar la vuelta al mundo. Esta era la intención de la palmera Carmen Daranas al embarcar el pasado 20 de enero como enfermera en uno de estos grandes buques. Pero la llegada de la pandemia por el nuevo coronavirus cambió todos los planes y les obligó a ella y a toda la tripulación a permanecer a bordo del barco durante 83 días, a la espera de que algún puerto les permitiera desembarcar para así poder volver a casa con sus familias. Unos duros meses en los que esta joven no solo tuvo que enfrentarse a la idea de no saber cuándo podría pisar de nuevo tierra, sino que además como parte del equipo médico del barco, tuvo que trabajar para que no se colara en él un nuevo polizón, el Covid-19.

Daranas explica que desde el inicio del viaje se realizaron estrictos controles. "Desde antes de declararse la pandemia ya había un protocolo para gestionar la entrada y salida de los trabajadores", explica esta doctora en Enfermería, ya que si bien los pasajeros acompañan a la tripulación durante todo el viaje, los empleados van cambiando y desembarcan en los diferentes puertos a medida que se acaban sus contratos. Cuando el crucero se dirigía de camino a Australia, un positivo por Covid-19 en el buque Diamond Princess obliga a dejar en cuarentena a sus 2.700 pasajeros y 1.100 miembros de la tripulación en la costa de Japón, provocando un brote en el barco que acabó afectando a 712 personas y que provocó siete fallecimientos. "Se creó entonces un miedo irracional a los barcos, a pesar de que existía un estricto control de higienización en el interior", recuerda.

Fue entonces cuando el comandante de la nave en la que viajaba Daranas decidió no dirigirse hacia ninguno de los puertos asiáticos que había en la ruta para evitar problemas. "Esto causó un disgusto entre los pasajeros que no entendían por qué teníamos que cambiar nuestros planes", resalta.

El barco puso rumbo entonces hacia Colombo en Sri Lanka en una travesía que duró once días. "Cuando estábamos llegando nos comunicaron que no nos iban a dejar atracar", expone Daranas, "a pesar de que no teníamos ningún caso a bordo y no habíamos pasado por zonas de riesgo".

El buque vuelve a partir sin tener claro un nuevo destino. Es entonces cuando llega la declaración de pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y todos los puertos prohiben la entrada a los cruceros. "Se tuvo que cancelar el viaje y se comunicó a los pasajeros que nos íbamos a dirigir a Australia para que desembarcaran y poder repatriarles hasta Estados Unidos", señala. Sin embargo, Daranas recuerda que la gran mayoría de ellos "no querían bajar y se generó una pequeña rebelión, ya que consideraban que el barco era un sitio seguro y libre del virus".

Desde Australia el crucero se dirigiría de nuevo a Los Ángeles para desembarcar a la tripulación, en un viaje en el que no podrían parar en ningún puerto "por lo que si se producía una emergencia médica no se iba a poder evacuar a nadie, por lo que era necesario desembarcar a los pasajeros en Australia primero". Finalmente, la compañía solo permitió quedarse a bordo a aquellos viajeros que no pudieran volar. "Empezó entonces la picaresca de muchos de ellos tratando de argumentar que debido a alguna patología no podían coger un avión", explica Daranas, que como parte del equipo médico se encargó de decidir basándose en criterios sanitarios quien podía quedarse a bordo. "Fue muy duro, te rogaban para quedarse", mantiene.

El barco emprendió entonces rumbo a Los Ángeles con solo el 10% de los pasajeros y toda la tripulación. Un mes de travesía que no puso punto y final a la espera para volver a casa. "Una vez allí, Trump dejó desembarcar a los pasajeros americanos, pero no a los trabajadores, ni siquiera a los que eran estadounidenses".

Cierre de fronteras

"Había gente que vivía al lado del puerto pero no podía bajar", explica y asegura que fue a partir de entonces cuando las emociones de los trabajadores comenzaron a descontrolarse. "Muchos sufrían ataques de pánico por las noches, crisis de ansiedad e insomnio, debido a la incertidumbre de no saber lo que iba a pasar con nosotros".

La angustia se hacía más evidente al pensar en lo que estaba pasando también casa. "Hubo muchos familiares de trabajadores que fallecieron y ellos no pudieron hacer nada", lamenta y asegura que en el barco también se vivieron varios intentos de suicidio debido al prolongado encierro.

La compañía decidió entonces reorganizar a los trabajadores por nacionalidades para que en el caso de poder desembarcar fuera más fácil organizar su repatriación. Daranas fue trasladada a un buque más grande con otros 2.000 compañeros, que permanecía fondeado junto a otros siete barcos a la espera de que los dejaran atracar.

Esta enfermera palmera fue nombrada entonces encargada de las 150 personas que le acompañaron desde su barco anterior. "Teníamos que hacer aislamiento en las cabinas y tomarnos la temperatura dos veces al día", recuerda y había controles horarios para evitar que miembros de barcos distintos coincidieran en las zonas comunes.

La espera en este barco duró un mes, pero a pesar de la incertidumbre y los momentos de desánimo, la tripulación del barco acabó convirtiéndose en una gran familia que se prestaba apoyo unos a otros. "Cuando el mundo nos cerró sus puertos, aprendimos a sacar lo mejor de cada día, a vivir el momento, a no hacer planes mañana porque lo que importa es estar bien hoy y reírnos de las adversidades que sin duda, nos hicieron mejores y más fuertes", valora.

Mientras tanto, el barco permanecía fondeado junto a Puerto Vallarta en Mexico a la espera de que las autoridades les dejaran desembarcar. "Nadie quería tomar la decisión de dejarnos salir a pesar de que no teníamos registrado ningún caso", lamenta. Finalmente, 83 días después de iniciar su travesía, Daranas pudo desembarcar del crucero la madrugada del 22 de mayo. "Nos avisaron a las 19:00 de la tarde para que hiciéramos las maletas", expone, aunque asegura que la tripulación trataba de no hacerse muchas ilusiones ya que algunos compañeros habían sido avisados de desembarques que finalmente habían sido cancelados.

Daranas se subió a un vuelo privado que la llevó hasta Ciudad de Mexico y finalmente llegó a La Palma dos días después. Una experiencia que a esta joven palmera no le ha quitado las ganas de volver a embarcarse como enfermera a bordo. "Me he dado cuenta de que soy feliz haciendo esto, pero por ahora voy a quedarme en casa con los míos por un tiempo", valora.