Cuando me desperté hacía frío, llevaba durmiendo algo más de diez años pero, por algún motivo, no había sido un sueño reparador. Lo describiría más como una pesadilla. Soñaba que me iban construyendo por piezas; primero los apoyos (piernas y brazos), luego mi cuerpo y mi cerebro y, finalmente, una especie de coraza que no recordaba haber llevado nunca.

Abrir los ojos no es que fuera de mucha ayuda con mis pesadillas. A pesar de estar despierto tenía la sensación de no ver del todo bien, era como si no lograra 'enfocar'. Miraba hacia abajo y veía una enorme esfera azul que se movía rápidamente bajo mis pies. Diría que un poco mareante. Sin embargo, casi todo a mi alrededor era negro y teñido de esa bruma que tienen las cosas cuando uno se acaba de despertar y que no se quita de encima hasta que se lava la cara.

Con el tiempo empecé a agobiarme. Pasaban las horas, los días, y a pesar de lavarme los ojos, estrujármelos e incluso intentar 'resetear' mi cabeza, la visión nublada no mejoraba. Un día, cuando habían pasado unos tres años, aparecieron a mi alrededor unas personas, podría llamarles enanos, vestidos de blanco y con unos cascos enormes que empezaron a trepar por mi cara moviendo, atornillando, desmontando y volviendo a montar parte de mis ojos y también de mi cerebro. Por un momento pensé que estaba soñando y mis pesadillas de niñez volvían a la carga. Sin embargo, cuando los enanitos blancos desaparecieron y volví a mirar más allá de esa esfera azul que tenía bajo mis pies, ¡me encontré con la imagen más alucinante que había visto en mi vida! Qué digo en mi vida, ¡lo más alucinante que nadie había visto NUNCA! Era una galaxia preciosa, la cantidad de detalle que apreciaba en sus brazos espirales hacía saltar mis lágrimas. Por primera vez en mi vida me sentía 'completo' y estaba listo para llevar a cabo el trabajo que me habían encomendado.

Podría contar muchas historias y anécdotas que me han pasado a lo largo de los años. Podría contar la ilusión que me hacía ver de nuevo cada cierto tiempo a los enanitos blancos trepando por mi cuerpo. Siempre pensé que lo que había visto cuando tenía tres años era todavía una pesadilla de juventud. Sin embargo, hoy les contaré la historia de unos de los períodos más aburridos de mi vida. Lo sé, no suena muy atractivo para un artículo sobre mis memorias, pero esperen a llegar al final. Creo que ese año cumplía cinco, era un joven gallardo al que le encantaba mirar de aquí para allá, descubrir cosas nuevas a cada instante, protegerme de esa bola de fuego amarillo que me hacía cosquillas en la espalda (en ese momento agradecía sobremanera al que se le ocurrió ponerme la coraza para protegerme). Sin embargo, un día recibí una noticia. Más que una noticia, era una orden: el jefe para el que trabajaba por entonces, un tal Bob Williams, me dijo que tenía que estarme quietecito, mirando una misma región del cielo ¡durante 10 días! Al principio pensé que finalmente iba a hacer el descubrimiento del siglo, pero allí no había ¡NADA! "Se habrán equivocado", pensé, pero siempre he sido muy obediente y allí me quedé, esperando a que surgiera luz€ y surgió. Al principio sentía un simple goteo sobre mis retinas, nada más que un 'chipichipi' de esos que casi no mojan, pero con el tiempo empecé a identificar a viejos conocidos (por lo menos se parecían) y a nuevos sistemas que no había visto antes. Para cuando me dijeron que ya había acabado mi tarea, ese lugar donde al principio solo había oscuridad se había rellenado con una inmensidad de galaxias que dejó perplejo a medio mundo. Sí, el Universo es más grande de lo que nos habíamos imaginado ¡y las galaxias están por todas partes!

Ahora acabo de cumplir 30 años. He escuchado rumores de que algunos se atreven incluso a llamarme 'viejo'. Supongo que siempre pasa. Las nuevas generaciones vienen con fuerza. Algunos jóvenes que vinieron después de mí ya han descubierto cosas increíbles (según me cuentan, les ponen una gafas especiales para ver cosas que yo no puedo) y muchos de ellos, incluso llegando después que yo, ya han sido liberados de su carga de trabajo y simplemente permanecen con los ojos cerrados en la inmensidad del cosmos. Los que vendrán ahora serán más grandes, más fuertes, navegarán mayores distancias y les pondrán esas gafas especiales para ver más allá de lo que el ojo humano consigue percibir. Sin embargo, y a pesar de parecer pedante, creo que nadie podrá decir que no hice bien mi trabajo ni que mi vida no cambió para siempre nuestro conocimiento del Universo.

* Biografía: Jairo Méndez Abreu nació en San Juan de la Rambla, Tenerife, y cursó la Licenciatura en Física por la Universidad de La Laguna. Es Doctor en Astrofísica por la Universidad de La Laguna y la Universidad de Padua, Italia. Tras su paso por Italia volvió a Canarias con un contrato postdoctoral en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y un contrato Juan de la Cierva. Posteriormente se marchó a Escocia donde desarrolló su actividad investigadora en la Universidad de St Andrews. En la actualidad es investigador en el IAC, donde continúa sus estudios sobre dinámica y evolución de galaxias.