La teleserie Covid19, historia de la pandemia que cambió el mundo, que probablemente ya ha empezado a escribirse en el dormitorio de algún guionista de Netflix o HBO, necesariamente comenzará y acabará con la imagen de un profesional del sector sanitario mirando por un microscopio. El del capítulo de despedida tendrá el nombre, hoy desconocido, del descubridor de la vacuna que nos librará al fin del coronavirus. El del inicio se llama Li Wenliang, el médico de Wuhan que dio la primera señal de alarma sobre el nuevo agente patógeno a finales del 2019, lo que le supuso ser represaliado por el gobierno chino antes de morir, él también, víctima del contagio.

Entre uno y otro investigador, la del Covid-19 -tanto la real como la que algún día relatará la ficción televisiva- es una historia protagonizada por hombres y mujeres que miran la realidad bajo los parámetros de la ciencia. Nunca antes las advertencias lanzadas por los investigadores -y ninguneadas por los políticos- tuvieron consecuencias tan trágicas ni el futuro de la humanidad dependió tanto de sus aciertos. Tampoco nunca antes el personal sanitario había recibido tantos aplausos de la sociedad desde sus balcones ni había recaído sobre sus hombros una responsabilidad tan grande como la que está afrontando en este terrible 2020 para el que nadie nos había preparado.

El coronavirus ha otorgado a la ciencia un protagonismo que jamás había tenido. Gobiernos de todo el mundo se abrazan estas semanas a los especialistas de la rama biomédica para que les dicten los pasos a seguir y sobre los laboratorios más punteros llueven ahora los billetes que en otro tiempo escasearon para que no les falte de nada en su búsqueda de la añorada vacuna. El foco que la pandemia ha puesto sobre los hombres y las mujeres de las batas blancas invita a plantear si nos adentramos en una nueva era en la relación que la sociedad y el estamento político mantienen con la ciencia. ¿Escucharán en el futuro los gobiernos las advertencias de los expertos o la voz de los científicos volverá a ser silenciada en los despachos del poder? ¿La población olvidará cómo visten y a qué se dedican los profesionales que les están salvando de la pandemia o forzará a las autoridades para que sus criterios sean los que marquen la vida pública a partir de ahora?

Unos científicos disgustados

Por lo pronto, la comunidad científica, al menos la española, transmite señales de disgusto por haber sido el bombero de este incendio y no el agente forestal que podría haberlo evitado. "Emocionalmente nos hemos sentido respaldados por la ciudadanía, pero a nivel práctico hemos estado demasiado expuestos, trabajando muchos días sin la protección adecuada. Si la ciencia hubiera estado más presente de forma estratégica, todo habría sido más fácil", se lamenta la doctora Pilar Garrido, vicepresidenta de la Federación de Asociaciones Científico Médicas Españolas (Facme). Este colectivo, junto a la Confederación de Sociedades Científicas de España (Cosce), la Crue Universidades Españolas y la Alianza de Centros Severo Ochoa y Unidades María de Maeztu (SOMMa), hizo público un comunicado en el que se lamentaba de la "tensión" que se había producido entre los científicos y las autoridades en la gestión de la crisis del coronavirus y denunciaba una "falta de sintonía que puede haber perjudicado la idoneidad de las medidas adoptadas". En su escrito, aparte de mayores recursos para la investigación, la comunidad científica reclamaba, de cara al futuro y ante posibles nuevas crisis, que los expertos puedan asesorar de forma más estrecha a los tres poderes del Estado.

"Los países que están frenando el coronavirus con mayor eficacia, como Corea del Sur, Singapur, Alemania o Israel, se encuentran entre los que más invierten en ciencia. Este dato debería invitarnos a la reflexión", señala la física Perla Wahnón, presidenta de Cosce. El del I+D lleva siendo un cuento dickensiano en este país desde que estalló la crisis del 2008. Los recortes enviaron a España al vagón de cola de Europa en inversión científica y tecnológica, de donde no ha vuelto a salir -el gasto en investigación apenas alcanza hoy el 1,2% del PIB, frente a la media del 2,12% de la UE-, y provocaron una fuga de talento que no ha logrado revertirse en esta década negra para la ciencia made in Spain.

Pero no es dinero lo que el sector reclama con mayor énfasis en estos días de shock y desbordamiento del sistema sanitario, sino capacidad de influencia para diseñar el mundo que emergerá tras la pandemia y margen para prevenir situaciones similares a la que estamos viviendo. "No se trata de que el Gobierno tenga a mano el teléfono del experto de turno para llamarle cuando se produzca la crisis, sino de disponer de una estructura científica que asesore a los estamentos del poder antes de que se den estos colapsos", explica Wahnón. En estos días de confinamiento, que poco a poco se va suavizando, imaginar cómo será la vida tras el coronavirus se ha convertido en uno de los pasatiempos más demandados. Al fin y al cabo, especular es gratis. Sin embargo, los científicos no parecen andar jugando a la lotería cuando apuestan todos por un mismo pronóstico: las pandemias han llegado para quedarse, y lo que hoy llamamos Covid-19, en unos años llevará otro nombre, pero tendrá un efecto parecido.

"Hemos de estar preparados para ese escenario, e igual que hoy tenemos una Unidad Militar de Emergencias, en el futuro deberemos tener un sistema nacional de biodefensa que nos proteja. Obviamente, los científicos somos una pieza fundamental de ese sistema", afirma Margarita del Val, investigadora en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. Esta viróloga es autora de un mensaje que corrió como la pólvora por las redes en los primeros días de marzo avisando del peligro que se avecinaba, cuando la población miraba con más desdén que temor las medidas de aislamento social que planteaban las autoridades, que en su opinión debieron llegar mucho antes. "En los últimos meses he oído a mandatarios hacer afirmaciones que me han hecho preguntarme: ¿eso lo habrá consultado con alguien formado?, ¿no tendrá un cuñado científico que le saque del error?", confiesa. Del Val coincide con Wahnón en que los expertos deberán estar más cerca de los políticos en el futuro. "No un sanedrín de sabios que sea consultado de vez en cuando, sino equipos conjuntos que trabajen codo con codo y sin intermediarios. La decisión es del político, pero debe tomarla bien informado", señala.

Las experiencias traumáticas tienen la virtud de mostrar la realidad desde perspectivas nunca antes visitadas. Sucede ante la pérdida de un ser querido o en un accidente al borde de la muerte. De pronto, lo importante emerge y borra de un soplido lo que hasta hoy parecía urgente. En ese sentido, el tecnólogo Enrique Dans cree que la crisis del coronavirus es una oportunidad perfecta para empezar a organizar la vida sobre criterios más razonables en los que la ciencia puede aportar la solución a muchos de los problemas que arrastrábamos. "El Covid-19 nos invita a hacer reset. Cuando el confinamiento termine, saldremos a la calle, respiraremos el aire limpio tras estas semanas sin contaminación y tendremos que preguntarnos si preferimos eso o lo de antes", plantea.

El cambio climático

En su último libro, Viviendo en el futuro, el investigador señalaba a la crisis climática como la principal amenaza para la humanidad. "Causa más muertes al año que el coronavirus y seguiráahí cuando venzamos la pandemia, pero tenemos las herramientas necesarias para hacerle frente. Nos las da la ciencia", advierte. En su opinión, la sociedad poscovid-19 deberá afrontar dilemas donde la tecnología se cruza con la moral y el derecho. "Tendremos que usar apps que controlan nuestros movimientos, y esto nos obligará a redactar un nuevo contrato social con quien maneja esos datos para poder fiarnos de su uso. Se avecinan cambios nunca vistos", avisa.

La derrota del coronavirus se llama vacuna, un microorganismo artificial que saldrá de un laboratorio, pero, como sucede con todos los experimentos, la confianza ciega en la ciencia y la tecnología puede acarrear daños colaterales si opaca las otras ramas del saber. ¿Dónde quedan la filosofía, el arte o la literatura? ¿Aceptaremos vivir en un mundo guiado únicamente por criterios científico-técnicos?

"Esas otras disciplinas no desaparecerán, porque la propia ciencia las necesita. Sin la imaginación que estimula la ciencia ficción, la de los laboratorios no avanza. Sin relatos que expliquen esos descubrimientos científicos y proyecten el futuro, no entenderemos dónde estamos ni adónde vamos", apunta Domingo Sánchez Mesa, catedrático de lingüística de la Universidad de Granada y vocal de Humanidades en COSCE. En su opinión, no hay dilema entre números y letras. "Nos dirigimos hacia una concepción más integrada del saber. El coronavirus ha servido para acabar con la imagen del científico como un ente encerrado en su laboratorio y ajeno a la sociedad. El virus lo ha aproximado a la población, y esa es una buena noticia".