Imaginen un trabajo complicado. Y ahora, multipliquen por dos o tres y ni siquiera se acercarán a lo que tiene Nélida entre manos. Esta monja canaria dirige un geriátrico en África durante la pandemia global del C ovid-19. Además, el bastón de mando le cayó de rebote. La hermana superiora se encontraba de viaje en España cuando estalló la crisis sanitaria y no pudo volver a tiempo por el cierre del espacio aéreo. Imaginen el nivel de estrés que puede provocar un encargo como este. Y más conociendo cómo les ha ido a las residencias de ancianos en España, donde se calcula que se han producido más de la mitad de víctimas mortales ocasionadas por la Covid-19. El hogar de ancianos que ahora comanda la hermana Nélida se llama Lar Nossa Senhora dos Desamparados, que pertenece a la congregación religiosa de Las Hermanitas de los Acianos Desamparados y está en Maputo, capital de Mozambique, de los países más pobres del continente más pobre.

En África se funciona con el reloj solar incorporado. Así que son las 8 y media de la mañana y el geriátrico está a plena actividad. Francisco, portero del centro, controla la verja de entrada y, antes de dejar pasar a los proveedores, les invita a pisar una alfombrilla impregnada con producto desinfectante. Una vez dentro, todo el mundo debe pasar por un cobertizo desde donde se ve un jardín cuidado al detalle y el edificio principal, una estructura sólida situada a unos 50 metros. En una esquina del cobertizo, encima de un taburete de madera, hay un cubo lleno de agua con un grifo externo y un bote de jabón con pulsador para lavarse las manos.

Del interior de uno de los bloques surge, a toda velocidad, un hombre de piel morena y melena canosa al que le falta una pierna. El tipo no anda, más bien cabalga sobre sus muletas. Tiene prisa. Pasa por el cobertizo, donde espero a Nélida, sin detenerse. El hombre se amorra a la verja, saca el brazo y le hace un gesto a un chaval de la calle, uno más de los miles que recorren la ciudad con ojos ávidos y bolsillos vacíos. El chico se acerca y, tras intercambiar unas pocas palabras, desaparece y vuelve al rato con un paquete de cigarrillos. El hombre le paga y, a los pocos segundos, ya tiene uno encendido. Al acabárselo, emprende el camino de vuelta y se detiene para lavarse las manos. Ya sin prisa, habla en portugués, el idioma oficial de esta ex colonia portuguesa: "Cualquier precaución es poca".

Se llama Jordao y empezamos a hablar a través de nuestras mascarillas, fabricadas con telas africanas y compradas a precio razonable a alguno de los vendedores informales de la ciudad. Es un excombatiente. Luchó primero en las filas del Frente de Libertaçao de Moçambique (Frelimo) contra los portugueses en la guerra de Independencia, que duró 10 años. Poco después, ya con la potencia colonial expulsada y el Frelimo, de raíces marxistas, gobernando un Mozambique independiente, tuvo que volver a empuñar sus armas contra Renamo. Esta última formación, de ideología derechista, surgió de una escisión dentro del propio gobierno. Esta guerra entre hermanos se prolongó durante 16 años más. Jordao es de Cabo Delgado, la provincia más al norte del país, pegada a Tanzania. Pero al acabar la guerra se trasladó a Maputo, en el extremo sur. Aquí cobra una pequeña pensión por su condición de excombatiente y, a ojos de la sociedad mozambicana, de héroe nacional. Tiene una hermana que a veces viene a visitarlo. "Ahora no puede porque estamos de cuarentena y no podemos salir ni tampoco puede entrar nadie a visitarnos".

"Buenas condiciones"

Antes de la llegada del coronavirus tenía permiso para moverse libremente y entraba y salía del asilo cuando quería. Aprovechaba esas escapadas para mendigar y complementar la pensión. Sobre el centro habla siempre en positivo: "En este sitio hay buenas condiciones". Hace hincapié en que son sólo tres personas por habitación y todas tienen lavabo propio. Además remarca que está limpio, les dan de comer tres veces al día y tienen televisión. "Estamos informados de todo lo que pasa con la pandemia y lo mal que lo están pasando los españoles". El hombre está acostumbrado al acento español. Además de Nélida, en el centro hay dos novicias españolas más y una ecuatoriana. Ellas gestionan el asilo con ayuda de 23 empleados locales.

Nélida corre arriba y abajo por el jardín. Da instrucciones a una cuadrilla de técnicos vestidos con monos, gafas, mascarillas y mochilas llenas de desinfectante, que entran y salen de los módulos esparciendo por doquier el líquido pulverizado. Se disculpa y pide unos minutos más para acabar con la fumigación. Después de vacilar unos segundos, accede a ser acompañada. Normalmente se encargan ellas de desinfectar las instalaciones. Para demostrarlo muestra una mochila como la de los técnicos y no cuesta imaginársela en plena acción, armada con el fumigador y vestida con el hábito. Esta desinfección profesional a cargo de una empresa externa es, dice, "un regalo de Dios a través de una alma caritativa". Una mujer, que no quiso dar más que su nombre de pila, la llamó para ofrecérsela gratis para colaborar con el centro en la lucha contra la Covid-19.

Nélida nació en Las Palmas de Gran Canaria. Aparenta unos 45, pero cuesta verla vestida con el hábito y la mascarilla. Trabajó dos años como enfermera en un hospital de la sla, antes de atender lo que llama "la llamada de Dios" y enrolarse en esta congregación religiosa al cuidado de ancianos. Primero, fue novicia en Albacete y luego en el norte de Italia, en Ferrara. Nélida tiene tres hermanas; una de ellas es también monja en Valencia. Su padre no veía con buenos ojos esta vocación religiosa temiendo por el futuro económico de la familia, de origen humilde. Cuando éste murió, pidió el traslado a Mozambique, donde lleva ya siete años. No eligió África porque buscara aventura o un mundo nuevo. Apenas sale del geriátrico y cuando lo hace es por algún encargo concreto. "Una sabe a lo que viene", justifica. Aquí está en su salsa. Está motivada, trabajando a pleno rendimiento. "Me gusta ayudar a los que no pueden dar nada a cambio", dice.

En el centro se ocupan de 95 ancianos, la mayoría sin recursos. Todos duermen aquí, pero hombres y mujeres lo hacen en módulos diferentes. Luego se encuentran en los espacios comunes. Los que quieren van a misa, aunque ser cristiano no es un requisito para ser atendido en el centro, que acoge también a musulmanes. Los que se valen por si mismos ayudan en la cocina o en la lavandería como parte de un proyecto de terapia ocupacional. Para Nélida, que los ancianos ayuden en los quehaceres cotidianos es bueno: "Se sienten útiles y a nosotras nos viene bien, la verdad". Además, algunos hacen manualidades que venden a las visitas. El dinero que consiguen es para el geriátrico. "Es su forma de contribuir", dice. El centro recibe financiación de la Iglesia Católica, pero también exige la pensión a aquellos ancianos que la cobran, como Jordao. "Con la aportación de los ancianos no nos daría ni para pagar la luz, pero algo es algo", añade.

Su familia en España

Al acabar, habla de su familia en España, a la que visita cada tres años como parte del acuerdo con su congregación. Su madre vive con una de sus hermanas. Para Nélida los ancianos están mejor en casa que en los geriátricos: "como el cariño de la familia, nada", concluye. Al despedirse propone chocar los pies como hacen los jóvenes de la ciudad. En tiempos de la Covid19, ya nadie se da la mano.