La negativa a que la Comunidad de Madrid entrase este lunes en la fase 1 de la desescalada aflige especialmente a las decenas de pequeños pueblos de la Sierra Norte que no han registrado ningún caso de coronavirus y donde sus escasos vecinos viven con "desilusión absoluta" tener que seguir confinados.

Esta ausencia de contagios les llevó a soñar con las pequeñas concesiones que permite la fase 1, como las reuniones de hasta diez personas y, por encima de todo, la apertura de las terrazas de los bares.

Es el caso de Madarcos, el pueblo menos poblado de la Comunidad de Madrid, con apenas 51 habitantes y "la necesidad" de relacionarse, tras más de medio centenar de días sin contactos.

"Es verdad que aquí tenemos un aislamiento natural porque somos muy pocos vecinos, pero se echa de menos charlar tomando un café y tener la vida social del pueblo", explica a Efe su alcaldesa, Eva Gallego.

En Madarcos prometen haber cumplido con vehemencia todas las normas del confinamiento. Primero, porque no tienen lugares donde acudir "masivamente", pero también porque han estado "muy concienciados" desde el primer momento, dado que tienen mayoría de vecinos jubilados, a quienes hay que "proteger".

"Vivimos en una contradicción, porque queremos que todo empiece a moverse y, al mismo tiempo, da miedo que la llegada de personas a su segunda residencia nos ponga en peligro", cuenta la primera edil.

Algunos vecinos desean que la desescalada hubiera sido más laxa para los municipios más pequeños sin casos de coronavirus.

Quizás, fantasean, podría haberse establecido un desconfinamiento "por zonas" porque no en todo Madrid hay "grandes ciudades", como defienden las tres únicas adolescentes de Madarcos, que son hermanas y añoran poder moverse a los municipios colindantes para ver, aunque sea de lejos, a sus amigos u otros adolescentes.

Caso similar es el de La Hiruela, donde residen 60 personas que viven "con desilusión absoluta" no poder ir esta semana, como tenían previsto, a la terraza de su único bar.

Tales eran sus ganas de volver a tirar cañas que el establecimiento ya había hecho las adaptaciones necesarias, separando las mesas y desinfectando cada rincón.

"Pero la norma habla de toda la Comunidad de Madrid, sin contemplar que en la Sierra Norte apenas ha habido afectados", cuenta a Efe su alcalde, Ignacio Merino.

"La gente lo asume, pero lo asume mal, con indignación: ha sido un jarro de agua fría", reconoce el primer edil de este rincón serrano, donde hay un bar, un restaurante, un hotel y tres casas rurales que hubieran abierto sus puertas "poquito a poco" en caso de pasar de fase.

"Pero todos se han quedado mirando al paisaje, con cara de mus, viendo de lejos a los clientes con los que contaban, especialmente en el fin de semana", dice el regidor.

En este pueblo están estudiando vías para adaptar el turismo en el futuro, para que "no haya riesgos ni masificaciones", con medidas como la regulación del aparcamiento.

Los habitantes de los pequeños pueblos de la Sierra Norte de la Comunidad de Madrid no solo ansían volver a las terrazas, también hay fieles que están contando los días para volver a compartir celebraciones en las iglesias.

Es la realidad de Garganta de los Montes, con 348 habitantes, a cuyo alcalde, Juan Carlos Carretero, le paran por la calle a diario para pedirle que abra el templo.

"También establecimientos hosteleros se echan de menos, esa es la verdad", admite el dirigente, quien sostiene que en su pueblo muchos se mostraban partidarios de que el permiso para la desescalada se hubiera otorgado, no por comunidades autónomas o provincias, sino por comarcas.

"Los pueblos de la Sierra somos residencias a campo abierto", dice el edil, que apela a la responsabilidad para seguir manteniendo el virus fuera de esos pequeños municipios.

Más allá de la Sierra Norte, otros pueblos de la Comunidad de Madrid donde no ha habido ningún caso de coronavirus durante la pandemia llevan con resignación seguir en la fase 0 de la desescalada.

Así, en Villar del Olmo, al sureste de la región, sus 1.970 vecinos se consuelan con la posibilidad de, al menos, poder hacer sus paseos a cualquier hora del día, al no sobrepasar los 5.000 habitantes.

Lucila Toledo, su alcaldesa, cuenta que están "respetando todas las normas", quizás porque tienen a pocos metros de sus viviendas numerosas rutas y caminos que les llevan a plena naturaleza, o porque son decenas de pasos los que separan los balcones, de forma que "pueden seguir sociabilizando" a través de ellos.

Sus dos bares, mientras, siguen con la persiana bajada a la espera de pasar a la siguiente fase.