Desde el inicio del brote por SARS-CoV-2, virus causante de la pandemia Covid-19, escuchamos en boca de todos tecnicismos tales como infección, incubación, carga viral, inmunidad, reinfección, curación y vacunas, entre otros. Vamos a intentar exponer algunos conceptos para entender los test "rápidos", como los de inmunoglobulinas (Ig), la información que nos dan en este punto de la pandemia, y aspectos claves relacionados con respuesta inmune, inmunidad y vacunas.

Test rápidos

Por el momento, disponemos de dos tipos de test "rápidos" (15-45 min): 1) los que detectan Ig; 2) los que detectan proteínas del virus como la espicular S. Para detectar Ig relacionadas con la infección, se emplean, junto a antígeno viral recombinante, anticuerpos de especie que distinguen entre Ig del isotipo IgM e IgG. Para detectar la proteína S, se emplean anticuerpos purificados que la reconocen específicamente. Estos anticuerpos y proteínas recombinantes, vienen fijados en los dispositivos para hacer la prueba donde se coloca la muestra del paciente (sangre o plasma). Por tanto, condicionan la fiabilidad y sensibilidad del test.

Prestaremos más atención al test de Ig. Una lectura positiva en este test sólo indica que hemos reaccionado al virus y se han producido inmunoglobulinas, al nivel mínimo que el test detecta. Esta información es útil, pero es importante entender que per se no mide inmunidad directamente ni confirma estar "curado". No informa con certitud de la presencia de anticuerpos neutralizantes, ni de adquisición de memoria, y menos aún de protección a reinfección. Es probable que la respuesta inmune genere Ig que se unan al virus en regiones que no son importantes para el ciclo viral y no lo erradiquen. Tampoco indica que no seamos transmisores del virus, ya que podemos estar infectados, produciendo Ig en sangre, y siendo asintomáticos por meses. En estos casos, lecturas positivas no indican que hayamos erradicado el virus ni adquirido inmunidad. Si la lectura del test de Ig es negativa puede que no hayamos desarrollado respuesta inmune, porque no estemos o hayamos sido infectados. Pero una lectura negativa no descarta que estemos infectados, ya que puede que el sistema inmune no se haya activado correctamente. Incluso, con activación del sistema inmune podemos dar negativo. Esto ocurre si las células B secretan niveles bajos de Ig en sangre que el test no puede detectar (sensibilidad baja). Estos test de Ig son útiles porque pueden informarnos de si estamos expuestos al virus (IgM + IgG), en fase final de infección (IgG predominante), o que ya hemos pasado la infección (IgG). A medida que avance la epidemia, serán más útiles, porque aumenta la probabilidad de encontrar personas que presenten mayores niveles de IgG en sangre.

Los test que detectan proteína S serán útiles para seguimiento virológico y epidemiológico tardío, como en "curados" asintomáticos que podrían seguir infectados por un tiempo.

Ahora mismo, los test "rápidos" deberían acompañarse siempre del test PCR que detecta genoma viral. Los test "rápidos" y PCR, aplicados conjuntamente y de forma masiva en la población, son el mejor arsenal para detectar la infección, y obtener información fiable para abrir confinamientos con seguridad y lo antes posible, en aquellas regiones que lo permitan. No podemos ir a ciegas, con escasos test realizados, suponiendo inmunidad e incidencia baja de la infección por ausencia de síntomas.

Anticuerpos e inmunidad

Frente a un virus, nuestro arsenal de defensa y ataque es el sistema inmune. Cuando todo va bien, algunas de nuestras células T y B reconocen partes específicas del virus invasor. Si el encuentro con una parte del virus estimula a una célula B, esta proliferará y se diferenciará selectivamente a célula de memoria. Con ayuda de clones T activados al reconocer el mismo antígeno, los clones B seleccionados producirán anticuerpos o Ig, que se unirán a la parte del antígeno viral que se reconoció, tal y como se muestra en la imagen. Cada célula B generada en la médula ósea presenta en su superficie una única secuencia de Ig del isotipo M (IgM). Esta IgM es parte central del receptor de la célula B, encargado de reconocer a un antígeno extraño. Así, en la primera fase de la respuesta inmune, las células B, expandidas tras reconocer al virus, secretarán IgM (10-14 días tras el reconocimiento). A medida que la respuesta inmune evoluciona, los clones seleccionados T y B cooperarán entre ellos, lo que provoca un cambio en la IgM secretada, pasando a liberarse anticuerpos del isotipo G (IgG) o del isotipo A (IgA). Estos isotipos conservan el fragmento (Fab) de la IgM que reconoció primeramente al antígeno viral, cambiando en su fragmento constante (Fc) para ganar solubilidad y capacidad de unirse al virus en órganos más irrigados (IgG), o en mucosas y tejidos (IgA). Por tanto, las IgG e IgA dan cuenta de una respuesta inmune más desarrollada en el paciente (detectable a 30 días), que en este punto podrían tener inmunidad adquirida. Este es el objetivo de la respuesta inmune que se establece durante la primera exposición al virus. Al exponernos de nuevo al virus, las células plasmáticas B de memoria (seleccionadas en la primera exposición) actúan más rápidamente, liberando directamente IgG en cantidades mayores, y mejorando su unión al virus por modificación postranscripcional del ARNm de la IgG (maduración de la afinidad del anticuerpo). Cabe recordar que esta inmunización activa con adquisición de memoria no se consigue siempre, ni en todas las personas por igual. Por lo que ante un nuevo virus como SARS-CoV-2 no sabemos quién sufrirá los cuadros más graves de la enfermedad, quién estará protegido y cuán eficaz y duradera será la inmunidad adquirida frente al virus y reinfecciones. En personas cuyo sistema inmune no responde frente a la infección, una forma clásica de conseguir protección es administrar anticuerpos (plasma) de personas que sí se han protegido naturalmente. Esto se llama inmunidad pasiva, y perdura mientras sean estables los anticuerpos del donante en sangre. El paciente así curado, no genera repertorio inmune propio y no adquiere memoria frente al virus, por lo que se expone a reinfecciones y cuadros graves. Este es el reto que una vacuna eficaz debe solventar para, además, proteger universalmente. Por tanto, volviendo a los test de Ig, en esta fase temprana de la pandemia, es probable detectar en sangre IgM e IgG que reconozcan alguna parte del virus SARS-CoV-2. A medida que la pandemia evolucione, será más probable detectar principalmente IgG con mejor afinidad por el virus, pero esto no quiere decir que las Ig detectadas sean neutralizantes del virus ni que se haya adquirido inmunidad. La inmunidad se debe estudiar para poder confirmarla.

Virus, inmunidad y vacunas, indisociables desde su origen

Por el desarrollo de las primeras vacunas, virólogos e inmunólogos consideramos a Louis Pasteur el padre de la Inmunología, junto a Robert Koch y Edward Jenner. Es justo recordar que Lady Mary Wortley introdujo en la alta sociedad inglesa el concepto de variolación como método de protección frente a la viruela. En la hoy Turquía, sus hijos fueron inmunizados contra la viruela humana mediante esta técnica, que ya era casi milenaria en China e India. Esta información y observaciones de cómo sufrían levemente la viruela los granjeros, impulsó a Jenner a estudiar la inoculación de pústulas conteniendo virus de la viruela vacuna para proteger frente a la viruela humana. Este protocolo de inoculación se denominó vacunación ("vaccination" en inglés, por el término latín de vaca, vacca). Pasteur introdujo el concepto moderno de "vacuna", denominado así por sus ensayos en ganado vacuno y en honor a Jenner. Se definió "vacuna" como el microorganismo que debilitamos artificialmente para inducir la enfermedad en su forma atenuada, con el fin de generar inmunidad frente al microorganismo virulento. En 1886, Pasteur produjo por atenuación la primera vacuna contra un virus, el de la rabia, induciendo protección incluso en pacientes ya gravemente enfermos. Así nacen los conceptos de vacunación profiláctica y terapéutica, y los principios de la vacunación que, posteriormente, Jonas Salk amplió al demostrar que un virus completamente inerte, que no infecta ni produce enfermedad en el paciente, también puede ser una excelente vacuna. En 1954, Salk empezó la vacunación contra la polio en colegios de Pittsburg, induciendo inmunidad de grupo (o inmunidad de rebaño) a 5.000 estudiantes. Gracias a la inmunización individual y grupal por vacunación, la poliomelitis es una enfermedad a punto de ser erradicada del planeta.

Vacuna SARS-CoV-2

A día de hoy, no existe vacuna frente a ningún virus que infecte el tracto respiratorio superior y, por tanto, contra ningún coronavirus humano. Es muy complejo inducir respuesta inmune activa e inmunidad adquirida en este tejido. En ensayos de inmunización en tracto respiratorio superior, en modelo animal, frente a MERS-CoV y SARS-CoV-1, muchas vacunas candidatas indujeron cuadros inflamatorios agudos. Por tanto, SARS-CoV-2 representa igualmente un reto a este nivel. Así, se están desarrollando estrategias de inmunización activa sistémica, por ejemplo, con partes del virus modificadas químicamente, o incorporando genes virales en vacunas exitosas tipo influenza (gripe) o sarampión. Para asegurar el éxito de las vacunas, hay que vigilar, tanto posibles mutaciones del virus, como que no se induzca aumento de infección por anticuerpo (efecto ADE), ya sea por las vacunas, o por la exposición previa a otros coronavirus estacionales. Otras estrategias proponen atacar al genoma del virus en células infectadas con ARN antisentido o edición génica CRISPR-Cas. Sin olvidar los ensayos de inmunidad pasiva con anticuerpos de personas curadas, los cuales además se pueden modificar para potenciar la respuesta celular NK ("natural killer") que ayude a erradicar el virus. Éstos y otros esfuerzos conseguirán la vacuna que junto a fármacos antivirales nos ayudarán a vencer a este nuevo virus pandémico y al Covid-19.