"Nunca hemos tenido miedo; sabíamos que era nuestra responsabilidad". Tras una mascarilla, Mar Martín, jefa del servicio de Medicina Intensiva del Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria, no se refiere a héroes como el resto de la población, sino del deber de una profesión. Su cara cubierta impide reconocer los matices con los que impregna cada frase, pero su mirada es suficiente para entender que vivir el Covid-19 tan de cerca es una experiencia que se grabará sin filtros y eternamente en su memoria.

Las paredes de la UCI han visto la cara más oscura de este enemigo invisible y, en ocasiones, aterrador. Acostumbradas a asistir al auxilio de pacientes al borde de la despedida, en las últimas semanas estas salas han presenciado a cada canario al que le faltaba el mínimo aire para vivir, cada intubación contra reloj, las lágrimas de haber perdido una vida contra el virus y la emoción de comprobar que también se le puede ganar. Esas mismas lágrimas son las que se cristalizan ahora, días después, en los ojos de Mar Martín cuando narra lo que han significado las últimas semanas para ella y sus más de 6.000 compañeros.

Para Martín lo peor de esta experiencia ha sido tener que enfrentarse a una enfermedad "solitaria". "No nos podemos acercar tanto a los pacientes como nos gustaría, y eso es una espinita que se queda en todos nosotros", explica Martín, que revive todas aquellas situaciones que se le han quedado grabadas en la mente y que comienzan con una mirada a través de un cristal. Un simple gesto de aprobación al otro lado de una pesada puerta que contiene cualquier agente infeccioso que pueda pulular por el aire era suficiente para crear un vacío en la médico. Sentimientos que trataba de contener dedicando su mejor sonrisa a ese paciente que se había debatido hacía apenas unos días entre la vida y la muerte, pero que brotaban caprichosos cada mañana durante la vuelta al trabajo. "A veces, simplemente iba en el coche escuchando la radio y las lágrimas empezaban a caer, ni siquiera sabía por qué", explica. Pero no es la única a la que le ha pasado.

Contra las cuerdas

Para un sanitario es imposible dejar su humanidad para trabajar, por eso la Covid-19 les ha puesto contra las cuerdas. Lo que más recuerda la enfermera de Urgencias, Mónica Acosta, es la mirada de los pacientes que acudían con síntomas respiratorios al servicio. "Entran con miedo y preguntan: ¿me voy a morir? Son instantes que se te quedan grabados", concluye.

"Incertidumbre, precaución y fortaleza". Con estas tres palabras, la gerente del centro hospitalario, Natacha Sujanani, describe las diferentes etapas por las que ha pasado un servicio esencial "vapuleado" por esta pandemia mundial, requiriendo respuestas tan rápidas, que 40 días después el Hospital de La Candelaria es un lugar irreconocible.

Parte de los quirófanos ha desaparecido para dar cabida a más camas de críticos, las unidades con mayor riesgo de contagio se delimitan con tiras de color naranja para discriminar entre las zonas limpias y "sucias", hay un paritorio único para las pacientes positivas en Covid-19 y Urgencias ha erigido una barrera psicológica tras la que los criterios de seguridad se incrementan considerablemente.

Se trata, sin embargo, de la nueva normalidad a la que está abocada -como la sociedad- la asistencia sanitaria, al menos hasta que haya vacuna. "Esto no va a ser el día después, va a ser el día de al lado. La Covid-19 ha venido y se va a quedar", insiste Sujanani, que concluye que "mientras tanto la asistencia no puede seguir parada". Consciente del miedo instaurado en la población, la gerente del Hospital de La Candelaria ya sabe cuál es el próximo paso en la gestión de esta pandemia: recuperar la confianza de la población en la seguridad del hospital. "Van a estar protegidos", sentencia y ese amparo es el que transmite estos días cada rincón del hospital y sus profesionales, que velan sin descanso para procurar que ni un canario más se contagie.

Hace dos meses entraba en el hospital la primera paciente Covid-19, la mujer del médico italiano lombardo. Dos meses que han sido suficientes para modificar de arriba abajo nuestras costumbres sociales, nuestra economía y, también, la asistencia sanitaria. Lo ha hecho en un entorno incierto y, a menudo, colmado de revuelo en el que la clave para sobrevivir estaba en la anticipación. "El corto plazo ya no es mes, ahora pensamos de aquí a esta noche, la capacidad de actuación debe ser inmediata", insiste Sujanani, que es consciente de los hitos que ha logrado la actuación conjunta y coordinada de los profesionales. "Cuando se hizo necesario cerrar una planta entera para acoger a nuevos pacientes, se puso en marcha de inmediato".

"Nunca faltó material"

Ejemplo de ello es el material de protección, que, como afirman médicos y enfermeros, "nunca faltó". "Nunca sentimos desprotección", afirma Cristo González, directora de enfermería. Y lo mismo ocurrió con el material para tratar a estos complicados pacientes respiratorios. "Disponíamos de más de 85 respiradores para ser usados al mismo tiempo en previsión del pico epidémico, con posibilidad de llegar a 120", relata Natacha Sujanani. Todos los recursos del hospital se pusieron a disposición de esta batalla y al final, al menos hasta el momento, no han hecho falta. De esos 85 respiradores, solo se usaron 50 al mismo tiempo. De las plantas que se cerraron para dar cabida a más camas de ingreso, no todas llegaron a usarse. Hoy, de los más de 140 pacientes que llegaron a convivir en las habitaciones de las zonas Covid-19 del Hospital de La Candelaria, una de las que más pacientes llegó a acoger de toda Canarias, solo quedan 14. "Al principio era algo nuevo para todos", señala la enfermera de urgencias Mónica Acosta que indica, desde la puerta de entrada de los pacientes al nuevo circuito sanitario -dividido entre pacientes positivos en Covid-19 y el resto-, que todo el hospital ha tenido que adaptarse a las circunstancias.

Lo dice en la esquina de una habitación que hace apenas 40 días podía recorrer libremente y en la que ahora una gran línea amarilla en el suelo la separa del resto de sus compañeras. "Hemos tenido que cambiar el chip, entender que no podemos pasar de este límite porque hay un riesgo", indica la enfermera. Esa modificación en las estructuras mentales de toda la plantilla es justamente el logro al que hacen referencia uno tras otro los profesionales de este centro sanitario. "Hay cambios diariamente en los protocolos, y nos adaptamos", señala por su parte, Álvaro Díaz, también enfermero del área de urgencias.

La incertidumbre y la rapidez con la que se incrementa el conocimiento científico sobre este enemigo microscópico ha colmado el escenario bajo el que se ha tenido que planificar todo el hospital.

De ahí que, desde el principio, hayan basado sus criterios clínicos en el sustento de la ciencia y, concretamente, del trabajo de investigación realizado por el Servicio de Microbiología, liderado por Óscar Díez así como del apoyo de la Universidad de La Laguna a través del virólogo, Agustín Valenzuela, y del ITER, con el también profesional del centro, Carlos Flores. En la última semana, ha sido el trabajo científico impulsado desde este servicio, el que ha permitido duplicar la capacidad diagnóstica del centro que, a día de hoy tiene capacidad para realizar una media de 1.400 PCR diarias, aproximadamente el 70% de las realizadas en toda Canarias.

El trabajo de los aparatos

Ocho aparatos trabajan al unísono y a destajo para determinar qué muestras llegadas por la mañana darán positivo en Covid-19. Lo hacen en una gran sala llena de pipetas, placas de petri y campanas para la manipulación de pruebas que presentan un laboratorio indispensable para conocer al virus. Pero su función no acabará -ni debería- una vez concluya esta primera ola, pues la ciencia será fundamental para ampliar el conocimiento del SARS-CoV-2. Concretamente, Julia Alcoba, jefa del laboratorio de Biología de Molecular y su equipo, junto al ITER, ha pedido financiación para crear una técnica de secuenciación genómica en tiempo real que permitiría conocer, por ejemplo, qué tipo de cepas de Covid-19 han llegado a Canarias. Y es que, la genética de este virus parece ser fundamental para determinar su virulencia. "Se ha descubierto que los genomas de SARS-CoV-2 que circulan por Europa son más graves que en China o Estados Unidos", señala Alcoba, que muestra preocupación por la situación de la investigación en Europa, ya que si son estas grandes potencias las que creen las vacunas, es posible que Europa, y por ende, España, se quede "al margen".

Actualizaciones por chat

Para poder trasladar cada posible actualización científica sobre el comportamiento del virus o el tratamiento, prácticamente desde el primer momento, se decidió crear un chat donde se encuentran los responsables de 12 servicios hospitalarios. Y esta ha sido justamente la vía más rápida para "actualizar semanalmente protocolos" ya que cualquier tratamiento que se de hoy, podría no funcionar mañana. "Los que usábamos a mitad de marzo ya se han quedado desfasados", explica el jefe de la sección de enfermedades infecciosas, Marcelino Hayek que junto a Desirée Yanes, supervisora de enfermería, han sido los encargados de las plantas Covid-19, ahora reducidas a un solo ala, la primera norte.

Tras dos grandes puertas, el ambiente vuelve a cambiar. El suelo señala de nuevo una diferenciación de zonas, los carteles invitan a no tocar ningún objeto por riesgo de contagio y las paredes cuelgan dibujos de los que se leen mensajes de ánimo como "tu puedes con todo" o "un día más es un día menos". El carro de la limpieza se queda impasible durante horas a la entrada de la zona, en una esquina limpia para dar asistencia continuada a sus trabajadores que corren de un lado a otro para desinfectar cada milímetro que haya tocado un sanitario o un paciente con Covid.

Las habitaciones se predisponen a ambos lados de un estrecho camino delimitado por unas líneas color rojo que indican el fin de la seguridad. Dentro se encuentran los últimos pacientes Covid-19 que quedan ingresados en el centro hospitalario, cuya visita solo está al alcance de los profesionales.

Cambios en rutinas

Incluso algo tan rutinario como entregar las comidas al paciente requiere pasar por un complejo ritual para la colocación de los equipo de protección individual (EPI). Porque una vez puestas las gafas o pantalla protectora (o ambas), la mascarilla, los guantes y las calzas, es necesario que una segunda persona culmine la tarea y abroche bien la bata por la parte de atrás. Durante las tres siguientes horas podrán recorrer las zonas sucias para cambiar medicación a los pacientes, asistirlos en caso de necesidad o entregarles sus comidas del día. Es entonces, a través de ese almuerzo, cuando los pacientes perciben el cariño con el que todo el equipo que conforma el Hospital de La Candelaria los trata. Porque el servicio de cocina se ha entregado a estos pacientes -también a los profesionales del centro- dejándoles siempre que pueden junto a las bandejas de la merienda mensajes de ánimo que le recuerden que no está solo a pesar del aislamiento.

Los protagonistas de esta pandemia han puesto su corazón y han insuflado vida a la sociedad canaria y ahora están preparados para la siguiente fase: convivir con la Covid-19. No obstante, para conseguir vencerlo, será fundamental dotar de fuerza, recursos y músculo a la sanidad y a la ciencia, pues son la únicas vías que permitirán que esta guerra nunca se dé por perdida.