La culpa es de la "inmunosenescencia". El deterioro de las defensas naturales del organismo por el desgaste del paso del tiempo es el factor de riesgo clínico que determina la vulnerabilidad extrema de las personas mayores a los estragos del coronavirus. Detrás de la fría explicación médica se intuyen miles de muertos, se oyen peticiones de ayuda de residencias geriátricas desbordadas y se ven familiares y pacientes sufriendo solos, pero se abre paso también alguna idea para cuando haya pasado el dolor: a lo mejor la pandemia está haciendo aflorar otras grietas en otras defensas. Tal vez esto sirva para algo. Quizá haya dejado al descubierto la necesidad de reforzar otro sistema de protección más colectivo, el que esta sociedad utiliza para cuidar a sus mayores.

A lo mejor el drama del contagio incontenible ayuda a detectar errores y a repensar el esquema de la atención, haciendo caso a los que quieren fortalecer la atención domiciliaria y diseñar residencias que se parezcan lo máximo posible a las casas, o mucho más a una casa que a un hospital. Geriatras, gerontólogos y especialistas del cuidado han levantado la voz de la reflexión, convencidos de que esta crisis esconde un desafío. "Abramos un debate sereno que conduzca a una revisión en profundidad del sistema de cuidados de nuestro país".

La frase está escrita en una declaración "a favor de un necesario cambio en el modelo de cuidados de larga duración" que se publicó el pasado miércoles y que en estos pocos días camina hacia los dos centenares de adhesiones de expertos y profesionales de toda España. Teresa Martínez, psicóloga y gerontóloga, es una de las promotoras de un movimiento que invita a hacer housi ng, y que resume la filosofía del anglicismo en la necesidad de "priorizar el cuidado en casa, profesionalizando y dando recursos a las cuidadoras, que están a veces muy invisibilizadas", y de plantearse una reforma integral de las residencias, incluso o sobre todo arquitectónicamente, pero también desde el punto de vista de la gestión.

"Un modelo hogareño"

Se trata de hacerlas virar para esquivar los macrocentros impersonales y enfilar el camino en dirección a "un modelo hogareño que se aleje del institucional hospitalario donde se ven enfermedades antes que personas". Ella imagina un futuro que ya tiene espejos en el presente de algunos países de Europa, y cita los nórdicos, Alemania, Holanda o el Reino Unido. Piensa en un mundo donde una habitación individual no sea un lujo, donde no se "almacenen" personas ni se haga a los residentes permanecer todo el día "en salas repletas de 'internos' alineados", en una situación donde puede ser "misión imposible", reza el documento, "evitar el contagio cuando hay enfermedades fácilmente transmisibles".

"Otro modelo es posible", sintetiza Teresa Martínez, levantando la vista hacia un futuro sin virus ni confinamiento extremo. Busca una manera de conjurar el riesgo de que cuando todo esto pase "se acabe priorizando la seguridad a costa de todo y se produzca un retorno al modelo institucional hospitalario como solución para el cuidado de las personas más dependientes que viven en centros residenciales. Una cosa es que las personas que allí vivan reciban la atención sanitaria que precisen y otra que las residencias acaben siendo hospitales".

No hay quien se atreva a asegurar ahora, eso sí, que con otro patrón asistencial se habrían contenido los contagios masivos en las residencias. No es eso. Esto es una reflexión a largo plazo y de largo recorrido que lleva un tiempo sobre algunas mesas, que ha sido reactivada por la crisis y que plantea como una responsabilidad ética la protección de los mayores, como una obligación la necesidad de poner a su disposición, avanza la gerontóloga, "lugares de vida", espacios "donde las personas puedan ejercitar su derecho a tener una existencia con sentido aunque tengan una demencia". Es mentira: crisis en chino no significa oportunidad, pero la segunda acepción de la entrada correspondiente en el diccionario de la Real Academia sí habla de un "cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que éstos son apreciados". Es en ese contexto que el horror de esta pandemia también puede ser visto, en la voz de Martínez, como "una oportunidad para visibilizar e identificar las carencias de recursos que tenemos. Hay que incrementar las ratios de profesionales, es cierto, pero si no apostamos además por un modelo de atención basado en valores de ética de humanidad habremos hecho poco", resalta en la línea de un manifiesto que ensalza la "heroicidad" de los trabajadores que se han enfrentado a la crisis cuidando "sin medios de protección y pagando el precio de un gran número de infectados".

¿Saldrá más caro? "Puede ser una inversión en algunos centros", responde la experta, pero tiene retorno. "Hay personas más contentas, menos absentismo y conflictos profesionales. Hay evidencias de que se trabaja con menor estrés y mayor satisfacción?" Los pocos estudios disponibles, persevera, "hablan de incrementar la ratio de auxiliares gerocultores y de reorganizar de otra forma los centros".

De atención profesional a domicilio y de personas mayores bien cuidadas en casa puede hablar la experiencia directa de José Antonio Labra, que combina las responsabilidades y el diseño del programa pionero Rompiendo Distancias con la docencia en la Universidad. Psicólogo y gerontólogo, estos días se ha tirado algunas veces de los pelos recordando lo útil que podría haber sido ahora un proyecto de videoconferencias que ellos llegaron a poner en práctica para ofrecer a personas mayores "acompañamiento y entrenamiento físico o cognitivo a distancia" en sus domicilios. Funcionó de 2005 a 2012 y de 2017 a 2019, pero decayó por falta de apoyos y financiación. Lo lamenta mucho ahora, por las razones que la pandemia ha hecho evidentes y porque piensa que la aplicación de las nuevas tecnologías tiene un extraordinario potencial en el cuidado domiciliario y "para amortiguar muchas de las derivadas negativas" de situaciones como esta crisis sostenida y confinada que nos ha puesto a prueba a todos.

Asiente, por lo demás, al punto de partida de esta reflexión sobre la necesidad de estimular al máximo el cuidado en casa. Se pregunta "si hemos destinado recursos y medios para que las personas mayores puedan permanecer en sus domicilios" y recuerda que en Asturias el programa "Rompiendo distancias" partió justo de esa idea", pero invita a pensar en "qué vamos a hacer a partir de lo que ya hemos hecho", o qué lecciones cabe extraer de lo que enseña la pandemia. "Si queremos que vivan en sus domicilios, debemos potenciar al máximo los servicios de proximidad, para poder acercarles todo lo que necesiten", y eso requiere de una "coordinación" muy sincrónica entre los servicios sociales y los sanitarios que en esta crisis a veces ha echado en falta.

Integración de los cuidados

Haría falta pues "dar una vuelta" a la atención domiciliaria y darse otra por las residencias, cuyo problema no es el personal, "que está dando la vida", sino "la organización de los sistemas", y otra vez la integración de los cuidados con la atención sanitaria, que muchas veces "no van tan de la mano como deberían", y de nuevo la propia concepción de la estructura. Vuelve la analogía con el hospital de los macrocentros geriátricos de cien o doscientos residentes y Labra busca el espejo de "los que ya funcionan en Europa", por ejemplo los nórdicos, "más pequeños, más parecidos a lo que antes eran aquí las viviendas tuteladas", "residencias más pensadas para que la persona pueda continuar viviendo en condiciones parecidas a las de su domicilio". Desde la primera línea de defensa contra el virus en las personas mayores asentirá el doctor José Gutiérrez, coordinador del área de geriatría de un hospital donde se atiende estos días a 38 positivos leves. A sus ojos, esta crisis ha destapado "carencias en la protección de toda la población" y turbadoras certezas como las que de pronto han constatado que "en los centros sanitarios y sociales disponemos de planes de emergencia contra incendios, que se actualizan de forma constante, que el personal conoce y pone en práctica anualmente, pero no de protocolos de actuación ante problemas infectocontagiosos". También, sí, que habría que someter a revisión el diseño de los centros de alojamiento para mayores, "plantear nuevos modelos de atención y diseñar estructuras arquitectónicas con menos plazas y sectorizadas en pequeños módulos con habitaciones individuales, espacios de convivencia, salones y comedores propios". Así se mejoraría "la intimidad de las personas, se podría individualizar los cuidados y posibilitar el aislamiento preventivo de pequeños grupos de personas en caso de situaciones de pandemia".

Nadie se olvida tampoco de la otra crisis que sufren estos días los mayores, la que el manifiesto de los gerontólogos llama "del estereotipo". La pandemia ha propagado "un lenguaje tal vez bien intencionado, pero que quita valor a las personas", resalta Teresa Martínez. El espejo devuelve la imagen de una sociedad en la que se uniformiza a un grupo de personas heterogéneo, tratándolo de modo "paternalista" y presentándolo como "no competente", resalta. Se le quita valor, se le "estigmatiza" e "infantiliza".

"Me preocupa lo que dice esta crisis de cómo estamos viendo a los mayores", la acompaña José Antonio Labra en la inquietud ante "planteamientos o reflexiones que parecen pedir que los mayores de ochenta años tienen que morir en sus casas" durante esta crisis, o directamente instrucciones como la divulgada en Cataluña para limitar en determinadas circunstancias la ventilación mecánica a pacientes de más de ochenta años sospechosos de coronavirus bajo criterio médico de los facultativos. La decisión de ingresar a un paciente mayor en un servicio hospitalario o en una UCI no debe basarse en la edad", precisa José Gutiérrez, que deja para la reflexión final la certeza de que "para nuestra sociedad, debe ser un imperativo ético proteger, atender y cuidar de nuestros mayores".