Es un verdadero "peleón" contra los obstáculos que le ha interpuesto la vida. A sus 81 años recién cumplidos ese calificativo le viene como anillo al dedo a Lorenzo Dorta, que no solo se muestra de acuerdo con él sino que es un término que le hace recordar sus idas y venidas al Hospital Universitario Nuestra Señora de La Candelaria de los últimos meses. No obstante, y al contrario de lo que se podría pensar, estos recuerdos no le apesadumbran, sino que le hacen esbozar una sonrisa palpable incluso al otro lado de la línea telefónica.

Quien fuera alcalde del municipio norteño de Garachico hasta 1987, no esperaba pasar su 81 cumpleaños en planta, pero la pandemia de Covid-19 se interpuso entre lo que esperaba y la realidad. Hoy se congratula: "estoy vivo, es lo importante". El 9 de marzo acudió al centro hospitalario porque, como recuerda, manifestaba cierta debilidad. "No sentí que tuviera la Covid-19, no supe que tenía el virus hasta que me hicieron la prueba", explica mientras rememora el momento que aún mantiene en su memoria como una fotografía recién sacada: "me hicieron pruebas de todo tipo, me miraron los pulmones porque me faltaba la respiración, me pusieron una mascarilla y me ingresaron en la UVI".

El resto de su estancia, al menos en cuidados intensivos, está un poco más borrosa. No es de extrañar, pues parte de las tres semanas que se mantuvo en la unidad de críticos, desde el 12 de marzo, estuvo en coma. "Unos seis o siete días estuve sin conocimiento", explica con naturalidad. "Otra vez", puntualiza, aunque no se permite dejar de lado su talante jocundo que le hace rodearse de un aire de optimismo con el que insiste en que pasar tantas veces por un trance tan duro como sufrir este letargo interrumpido -por distintos motivos- le ha fortalecido.

Tres semanas después, fue trasladado a una de las plantas del Hospital de La Candelaria habilitada para pacientes de Covid-19. Un lugar donde las medidas se extreman para evitar los contagios intrahospitalarios. Esto quiere decir que Lorenzo Dorta no recibió durante esos días apenas calor humano, salvo el de las conversaciones limitadas con algún que otro auxiliar, enfermero o médico que llegaba cubierto a la habitación, forrado con un EPI hasta el último pelo.

Cuando ingresó ya en planta, y después de un letargo de varios días -si no semanas- lo hizo en una España un poco diferente, en la que la libre circulación de personas ya no estaba permitida y en la que todo el mundo estaba sumido en una incómoda sensación de incertidumbre.

Al rememorar sus días en esa habitación hospitalaria aislada, vuelve a acordarse de una de esas divertidas "anécdotas" que le iluminan la voz incluso cuando habla de experiencias que otras personas podrían considerar traumáticas. "Recuerdo que me costaba levantarme para ir a ducharme, por lo que siempre pedía que vinieran dos personas a ayudarme por cada lado para no caerme. Un día llegó un tío fuertísimo que me cogía del pecho y me sentaba sin ayuda en la ducha", afirma el exalcalde de Garachico. Al final, entre chascarrillos haciendo referencia a la posible dedicación del sanitario a la lucha profesional e idas y venidas en volandas durante el tiempo de aseo, ambos acabaron haciendo muy buenas migas.

Y ese es solo uno de tantos buenos momentos que Dorta va recordando durante esta conversación telefónica distendida. A medida que menciona situaciones acaecidas durante su estancia hospitalaria, al garachinquense se le llena la boca de una batería de agradecimientos y alabanzas al personal sanitario. "Hubo una dedicación total por parte de los profesionales y las atenciones fueron extraordinarias", rememora Dorta, que señala que le tomaban la tensión y la fiebre varias veces al día, aunque nunca tuvo.

La Covid-19 le dejó más de un mes en cama, hasta el pasado 13 de abril, cuando por fin los médicos le daban la tranquilizadora noticia: estaba libre de virus. Su espíritu risueño es, sin duda, el que le permite evadirse de lo que está ocurriendo a su alrededor, pasando los días junto a su perrita Lola y a su mujer. Esta última, su gran apoyo y "la mejor enfermera" que pudiera tener. "Está haciendo milagros", recalca. Y, aún estando un poco débil, Dorta no está perdiendo el tiempo y en estos días se ha empeñado en intentar "dominar" el andador. "Perdí la fuerza en las piernas de estar un mes en cama", explica Dorta. Calcula que se habrá caído unas "tres o cuatro veces" en estos días en sus idas y venidas de la habitación al baño o al salón de su casa. Eso sí, aún con todas las dificultades, el que fuera alcalde del municipio durante la época preconstitucional no cambiaría la recuperación en casa por nada en el mundo. "Estoy muy bien aquí", sentencia.

¿Cómo se contagió? Para lo que otros enfermos de Covid-19 es un verdadero misterio, él lo tiene casi claro. Dorta cree todo podría habría ocurrido a la salida de la tradicional misa de domingo. Considera que pudo haber sido durante algunas charlas breves a la salida. "Es sorprendente" hasta para él, que señala que apenas pasó dos minutos allí. "Fui de los dos primeros en contagiarme en el pueblo", relata. Pronto la noticia empezó a correr como la pólvora y en unos días los poco más de 5.000 habitantes del municipio sabían que Lorenzo tenía esa enfermedad que por entonces era aún emergente en las Islas. El 9 de marzo, la Consejería de Sanidad apenas contabilizaba una veintena de casos activos en el Archipiélago, todos ellos siguiendo un estricto aislamiento y la mayoría importados. A día de hoy ya hablamos de miles.

Que Lorenzo Dorta es una persona querida tanto por el pueblo como por sus allegados es un hecho constatado. "He recibido más de 3.000 llamadas", afirma entre entusiasmo, agradecimiento y estupefacción. La que más recuerda es la primera que recibió pues, para su sorpresa, no tenía origen en ningún número registrado en Daute. "La llamada se estaba haciendo desde la mismísima Corea", relata. En pocos segundos su mente se llenó de todo tipo de teorías sobre la posible causa de la llamada, algunas más enrevesadas que otras. El vilo no duró mucho, pues apenas unos minutos después de esa situación sorpresiva, el misterio se resolvió: "Resultó ser el entrenador de mi hijo, Loren, que está entrenando a un equipo coreano", recuerda el político ya retirado que entre risas y disculpas por la palabra que iba a salir de su boca a continuación afirmó: "Me descojoné de risa, no creía que pudiera ser verdad".

A pesar de intentar mantener siempre un tono alegre, está muy versado en la información que tiene que ver con el coronavirus y, por eso, también muestra preocupación. "Me han dicho que estoy exento de la enfermedad y no puedo contagiarla, pero veo las noticias y no está claro. Aún hay muchas cosas en el aire", insiste Dorta, que señala que este tipo de información le hace tener muchas dudas. De ahí que haya decidido limitar su contacto con los medios de comunicación porque "te abruman". Aun con esta incertidumbre, el optimismo de Lorenzo Dorta le da cada día un soplo más de vida que, durante los próximos días, será fundamental para que vuelva a patear las calles del pueblo que tanto amor le profesa.