Al principio no tenía certezas de nada. Cree que pudo haber sido "de los primeros" en contraer esta enfermedad en las Islas y, por fortuna, no ha sido "de los graves". El profesor de la Universidad de La Laguna (ULL), Vicente Zapata, también ha visto cómo su vida ha empezado a girar en torno a un virus que sabemos reconocer, pero del que aún no podemos predecir su comportamiento. Esa incertidumbre que viven la ciencia, la sanidad, la economía y la política también se vive a pequeña escala en cada uno de los hogares y la de Vicente Zapata es una historia más que permite corroborarlo.

"Desde que empezó el brote me empezó a preocupar y ocupar, aunque jamás me imaginé tener que pasar por este trance", indica Zapata, al que hace unos días el Servicio Canario de la Salud le liberaba de esa carga que llevaba arrastrando más de un mes. Todo empezó una semana de marzo, justamente durante la primera tras la declaración del estado de alarma. Imperaba la "confusión y la incertidumbre" y Zapata empezó a mostrar síntomas compatibles con ese bicho que andaba pululando por el mundo. "Soy un ávido lector y en esos días no paré de buscar información al respecto de la Covid-19, especialmente para conocer los síntomas".

"Tenía fiebre", rememora el profesor que, a sabiendas de lo que estaba ocurriendo en todo el país, decidió tomar medidas preventivas. "La familia se separó en distintas habitaciones y cada uno trataba de usar un baño diferente", explica. Pero el aislamiento no hacía más que añadir más preocupaciones a la mente saturada de información de Zapata. Una semana más tarde acudió a uno de los puntos de extracción rápida de Tenerife para hacerse la prueba pero ya había pasado demasiado tiempo. Necesitaba respuestas y tenían que partir de un médico.

Sin esperar a los resultados, al día siguiente decidió acudir al servicio de Urgencias del Hospital Universitario de Canarias (HUC). Y fue la mejor decisión que pudo tomar pues para aquel entonces había desarrollado ya una neumonía, aunque aún no lo supiera. A pesar del malestar general que le había provocado la Covid-19, tras el ingreso, el docente narra que sintió una calma inesperada. "Una vez en el hospital, me sentí seguro", señala. Ya no pensaba en sus síntomas, las noticias que había escuchado durante la semana ni en la soledad acuciante de permanecer solo en una cama de Urgencias... por fin tenía una respuesta y un personal a su alrededor que le garantizaba seguridad. "Tenía la certeza de que no podía pasar nada".

Permaneció los siguientes dos días sin pegar ojo en aquella sala en la que también le acompañaban otras personas en su misma situación. "Quería observar todo lo que ocurría a mi alrededor, me daba mucha curiosidad saber cómo funcionaban las Urgencias", explica Zapata, que concluye que el trabajo de los profesionales era "excepcional". "Tenemos unos servicios sanitarios de primer nivel", asegura. Las alabanzas al personal así como las puntualizaciones sobre su calidad humana no dejan de sucederse al otro lado de la línea telefónica. "El sistema sanitario funciona y debería salir más reforzado de esta situación", insiste mientras sus palabras vuelven a perderse entre elogios al personal: "Incluso con los medios limitados que tenemos, el trabajo del personal es espectacular y siempre van mucho más allá de sus posibilidades".

Pensó que aquel trance no sería más que un mero y veloz trámite, pero el virus no quiso que fuera así. Zapata estuvo casi una semana hospitalizado y aislado en una habitación de la "zona Covid". Y una vez difuminados la incertidumbre y los nervios para retomar con fuerza su actividad lectiva online, le asaltó otra preocupación: "no tenía mis gafas". Lo siguiente que ocurrió no fue más que una sucesión de acontecimientos impensables en una situación normal.

"Acabé pidiendo a un servicio de mensajería que fuera a buscar mi ordenador y mis gafas a mi casa y me lo trajeran al hospital", narra Vicente Zapata. Así ocurrió y con ello pudo empezar a hacer "vida más normal" aun confinado dentro de un gran hospital. Seis días más tarde volvía a casa en ambulancia, donde tuvo que seguir 14 días más con el confinamiento hasta dar negativo.

Fueron dos semanas en las que iba enumerando cada día como si se tratara de un ritual. Cada jornada colgaba una foto en redes sociales esperanzado por ver el final de su travesía. Facebook estos días le permitió nutrirse de los mensajes de apoyo de sus amigos, mientras su familia fue su "colchón". Vivir con Covid-19 le ha hecho reflexionar sobre la vida, la sociedad y los gobiernos en los años venideros y para él solo existe un modo de superar obstáculos como el de esta crisis sanitaria: la resiliencia.