Aurora jamás creyó que todo su trabajo de los últimos meses para convencer a los turoperadores franceses de los encantos de Fuerteventura se iría al garete, como tampoco se imaginó que terminaría enferma con Covid-19 a más de 3.300 kilómetros de casa, sola y con el temor de que, si empeoraba, nadie de su familia iba a poder acompañarla.

Al otro lado del teléfono, la joven, de 28 años, se presenta desde París como una "cangreja", apodo con el que se conoce en Fuerteventura a los habitantes de Gran Tarajal, donde vivió hasta que se trasladó a Gran Canaria para estudiar Lenguas Modernas.

En 2015, tuvo la oportunidad de viajar a París, becada por el Ministerio de Educación, y la vida bohemia, con sus cafés, museos y teatros no tardó en conquistar su corazón.

Dos años después, Aurora Umpiérrez pudo regresar a la capital francesa, esta vez con el título de universitaria bajo el brazo. "Envié un currículo a un instituto y, con tan buena suerte, que me cogieron para dar clases de español", explica a Efe.

En 2018, el Patronato de Turismo de Fuerteventura convocó una beca para promotores de la isla en los mercados europeos de Berlín, París, Estocolmo y Roma. Se trataba de una buena ocasión para Aurora, que siempre había tenido interés en buscar una oportunidad laboral en el sector turístico.

Consiguió la plaza y, de un día para otro, se convirtió en imagen de Fuerteventura para los mercados belga, francés y luxemburgués. Su trabajo, explica, consiste en estar en contacto con turoperadores, realizar acciones de promoción, estudios de mercado y acudir a las ferias donde, con la mejor de las sonrisas, debe convencer a los asistentes para que visiten las playas de la isla.

El 14 de marzo, se despertó escuchando cómo desde la vecina España sus habitantes se preparaban para, al menos, 15 días de confinamiento. El motivo era un estado de alarma como medida para frenar la propagación del Covid-19 en un país donde las cifras ya corrían dispuestas a dejar atrás los cuatro dígitos para acercarse a los 10.000 contagiados.

Hacía días que Aurora vivía obsesionada con la limpieza, su objetivo era destruir cualquier posible resto del virus, también seguía con un vuelco en el estómago las cifras de contagios y muertes que llegaban de España y que empezaban a sacudir a Francia.

Así que decidió iniciar una cuarentena en Francia el mismo día que lo hacían sus compatriotas en España, el confinamiento sería en casa de una amiga. Sin embargo, jamás pensó que, entre las paredes del hogar, también estaba el Covid-19. "Sin saberlo, me estaba confinando con el virus", cuenta.

Unos días después, su amiga, de profesión sanitaria, le contó que había dado positivo. "Le dijeron que avisara a todas las personas con las que había tenido contacto, me llamó y me dijo que se había contagiado y que era muy probable que yo también lo estuviera", recuerda.

Pocos días después, empezó a sentir los síntomas que confirmaban su temor: tos, que trató con jengibre y miel; dolor de cabeza, que no conseguía parar con el paracetamol; y fiebre, un día en el que el termómetro llegó a marcar 38,2.

"Primero fue una conjuntivitis, también notaba la piel seca y tirante, como si hubiera estado expuesta al sol, un poco de tos... Sin embargo, no noté que fuera una gripe muy fuerte, más bien diría que un resfriado", relata.

Tras los primeros síntomas, decidió llamar al teléfono que el Gobierno francés tiene asignado para comunicar posibles contagios. "Me dijeron que sabiendo que había estado confinada con una persona positiva lo mejor era que no saliera a la calle, evitara el contacto con otras personas y que, si veía que dejaba de tener síntomas, pues que eso suponía que había pasado esta gripe", comenta.

A Aurora nunca le hicieran las pruebas de diagnóstico del coronavirus. Por suerte, se pudo tratar en casa, la enfermedad no se complicó y pudo pasarla, aunque su mayor temor era vivir esta situación sola y a miles de kilómetros de su familia.

La promotora turística que se asustaba al pensar qué podía pasar si se cerraban las fronteras, "empeoraba o me pasaba algo, pensaba que me podía ver sola porque familia en Francia no tengo".

Al teléfono, no paraban de llegar llamadas y mensajes al móvil de los padres, familiares, del jefe de Fuerteventura... interesándose por su salud. Para ellos, era el primer caso de coronavirus que conocían de cerca.

Ahora también vive con incertidumbre qué pasará con el turismo en Fuerteventura, donde la mitad de la economía la genera este sector, tras ver cómo en las últimas semanas han cerrado todos los hoteles, los expedientes de regulación temporal empleo se multiplican y la isla se atrinchera por mar y cielo para evitar la entrada del virus.

La joven reconoce que ha sentido "mucha pena e impotencia al ver cómo se perdía todo el trabajo" y se cancelaban eventos de promoción en Francia donde Fuerteventura "tenía un lugar bastante privilegiado".

A Aurora le gustaría regresar a Fuerteventura en verano para poder asistir a la Semana de la Juventud de Gran Tarajal, un referente cultural en la isla, aunque no sabe si, para entonces, estarán abiertas las fronteras que la alejan más de 3.000 kilómetros de su casa.