Microbios, gérmenes, virus, bacterias? Los seres humanos llevamos milenios librando una lucha sin cuartel contra ellos y, aunque a veces los vencemos, no pocos de esos encontronazos llamados epidemias terminan con la humanidad doblegada ante el bichito. De hecho, podría decirse que nuestra historia más reciente es, en buena medida, fruto del voraz comportamiento de esas diminutas criaturas. Que nadie las minusvalore.

"Todas las historias militares que glorifican a los grandes generales simplifican en exceso la prosaica verdad: los vencedores de las guerras del pasado no fueron siempre los ejércitos que disponían de los mejores generales y las mejores armas, sino que a menudo fueron simplemente aquellos que portaban los gérmenes más desagradables para transmitirlos a sus enemigos". Son palabras que escribió el historiador ambiental Jared Diamond en su obra más conocida, Armas, gérmenes y acero, un libro publicado originalmente en 1998 que ahora ha adquirido una sobresaliente actualidad.

La visión de Jared Diamond nos abre los ojos y pone nuestra mirada en perspectiva. La pandemia de coronavirus va a cambiar nuestro mundo, lo mismo que otras enfermedades contagiosas ya lo cambiaron con anterioridad. Y radicalmente.

El punto de partida del análisis que hace Diamond son los animales que desde hace miles de años nos acompañan, nuestras mascotas, las reses de las que salen los deliciosos chuletones, los exquisitos quesos... Las enfermedades más mortales en la historia reciente de la humanidad evolucionaron partir de enfermedades de los animales, "aun cuando la mayoría de los microbios responsables de nuestras enfermedades epidémicas estén ahora, paradójicamente, casi limitados a los seres humanos", apunta Diamond. Estas enfermedades son, como dice este historiador judío estadounidense, "el regalo mortal del ganado".

En la evolución de la humanidad los agricultores se impusieron a los cazadores recolectores, no solo porque sus densidades poblacionales eran mayores, sino también porque, además de armas y armaduras, tendían a poseer gérmenes más desagradables. Y eso es fruto de la cercanía que desde siempre hemos mantenido con los animales que hemos domesticado.

Esas enfermedades masivas, como la que está poniendo en jaque a la sociedad actual, comenzaron a aparecer cuando las poblaciones humanas empezaron a hacerse densas y numerosas. Esa acumulación se aceleró hace 10.000 años, con el nacimiento de la agricultura, y después con el surgimiento de las ciudades. Es un fenómeno relativamente próximo en el tiempo. "De hecho, las primeras fechas comprobadas de muchas enfermedades infecciosas conocidas son sorprendentemente recientes. Hacia 1600 a. C. para la viruela, 400 a. C. para las paperas, 200 a. C. para la lepra , 1840 para la poliomielitis endémica y 1959 para el sida", explica Diamond.

¿Y por qué es un regalo envenenado del ganado, por qué es fruto de la nueva vida sedentaria que adoptó el hombre agricultor? Porque la agricultura no solo propicia sociedades densas, lo que acorta la distancia que tiene que recorrer el patógeno al saltar de hombre a hombre. También acerca a las víctimas a sus microbios: "Los agricultores sedentarios acaban rodeados no solo de sus heces, sino también de roedores que transmiten enfermedades, atraídos por los alimentos almacenados por los agricultores".

El nacimiento de la agricultura fue "un filón" para nuestros microbios, dice Diamond. Pero la invención de las ciudades ya se convirtió en una deliciosa fantasía para los bichitos. Y si, además a ello sumamos la apertura de rutas comerciales, lo raro es que sigamos poblando la Tierra. La apertura de rutas aéreas es ya el no va más. Debe de hacer enloquecer de placer a los gérmenes: "Incluso los vuelos intercontinentales más largos son más breves que la duración de cualquier enfermedad infecciosa humana", apunta Diamond.

Nunca la conectividad del ser humano había sido tan alta como hoy, así que el virus causante de la COVID-19 tiene que estar dando saltos de alegría. Así que precisamente por ese carácter tan interrelacionado que ha adquirido la civilización, en un reciente artículo publicado por varios periódicos del mundo, Diamond lanzaba una durísima advertencia, ya no para la presente epidemia sino para las próximas que pudieran desatarse: "No existe una razón biológica sólida para que una futura epidemia no vaya a matar a cientos de millones de personas y a sumir el planeta en varios decenios de depresión sin precedentes".

La capacidad que tienen los microbios para transformar nuestra sociedad es radical. Ni siquiera la más profunda revolución desatada por el ser humano puede llegar a esos extremos. Acaso uno de los ejemplos más ilustrativos del poder del germen es la historia del descubrimiento y conquista de América. Los "bichitos" combatieron junto a los blancos europeos llegados del otro lado del Atlántico. "Es indudable que los europeos desarrollaron una gran ventaja en armas, tecnología y organización política sobre la mayoría de los pueblos no europeos a los que conquistaban. Pero esa ventaja por sí sola no explica por completo cómo es que en un principio tan pocos emigrantes europeos llegaron a sustituir a tan grandes proporciones de población autóctona de América y de algunas otras partes del mundo", escribe Diamond en Armas, gérmenes y acero. Hay ejemplos aplastantes. La viruela llegó a México en 1520 en el cuerpo de un esclavo infectado proveniente de Cuba. El bichito mató a la mitad de los aztecas, incluido su emperador Cuitláhuac. Un siglo después, la población original de México, que era de unos 20 millones, había quedado reducida a 1,6 millones de personas. Cortés y los seiscientos españoles que llegaron con él eran aguerridos. Pero tuvieron mucha ayuda microbiana. La misma que también recibió Pizarro.

En América del Norte pasó otro tanto de lo mismo. En este caso, los gérmenes se adelantaron. Corrieron más que los europeos. La transmisión empezó con la llegada de los españoles y cuando, ya en el siglo XVII, una segunda oleada de colonizadores franceses se adentró en el valle del Misisipi, ya habían desaparecido casi todas las nutridas sociedades indias que allí había. "Para el Nuevo Mundo en su conjunto, el descenso de la población india en los dos siglos siguientes a la llegada de Colón se calcula en el 95 %", concluye Diamond. En el "punto cero" del Descubrimiento el balance resultó aún más demoledor. "La población india de la isla La Española (el primer asentamiento europeo en el Nuevo Mundo) descendió desde los ocho millones en la época de la llegada de Colón en 1492 a cero en 1535", escribe Diamond en Armas, gérmenes y acero.

Parece claro que, al final, fueron los gérmenes, las enfermedades importadas por los europeos, los que realmente conquistaron América. Pero, ¿por qué las poblaciones indígenas no tenían sus propios bichitos con los que contraatacar? Condiciones había. Diamond explica que la población precolombina era equiparable a la que, en aquella misma época, había en Eurasia. Tenían también importantes concentraciones poblacionales, entornos ideales para la extensión de los gérmenes. De hecho, en América estaban por entonces las ciudades más pobladas del mundo. ¿Cuál era la diferencia? Podía ser que los tres grandes centros poblacionales -los Andes, Mesoamérica y el valle del Misisipi- no estaban enlazados por rutas comerciales, como sí ocurría con Eurasia, interconectada desde los romanos. Pero esa tampoco parece ser la razón principal. Jared Diamond tiene claro que la diferencia determinante radicó en el tipo de animales que los euroasiáticos habían domesticado, el ganado que les había regalado las enfermedades, grandes animales mamíferos como el hombre, lo que facilita la transmisión. "Aproximadamente el 80 % de los grandes mamíferos salvajes de América se extinguieron a finales del último periodo glacial, hace unos trece mil años. Los escasos animales domésticos que les quedaron a los indígenas (el pavo, la alpaca/llama, el cobaya, el pato almizclado y el perro) no eran fuente probable de enfermedades masivas en comparación con la vaca y el cerdo".

La "prolongada intimidad de los euroasiáticos con sus animales domésticos", como dice Diamond, les costó muy cara a los nativos americanos. Pero mantener abierta la fuente de contagio animal, en este caso con los animales salvajes - más que posible origen de la actual pandemia- nos va a costar muy caro a nosotros si no superamos esta infección global o no atajamos las que vendrán. Los animales siguen ahí, ofreciéndonos ese regalo envenenado del que habla Diamond. El bichito salta de un portador animal a nosotros y luego muta, "se humaniza", se especializa en nosotros y nos arrasa. Son los demás mamíferos, los seres vivos que más se parecen a nosotros, los que propician ese salto.

A partir de la impactante perspectiva histórica expuesta en las líneas anteriores, Jared Diamond acaba de salir de nuevo a la palestra para advertirnos de la importancia de tenerla muy en cuenta. En este caso, tendremos que poner el foco en los mercados de animales salvajes de China. Estas nuevas enfermedades -no solo el coronavirus y el SARS, sino también el sida, el ébola y el marburgo- no aparecen en los seres humanos de forma espontánea. "Son enfermedades de animales (las llamadas zoonosis) que saltan de un portador animal a los humanos. Y no proceden de animales muy diferentes a nosotros, como los peces y las gambas -a pesar de que tenemos mucho contacto con ellos- sino, sobre todo, de otros mamíferos, nuestros parientes más cercanos", dice Diamond. "El salto del SARS (la epidemia de 2004 que se controló con menos de mil muertos) a los humanos se produjo en los mercados de animales salvajes de China. Existen muchos mercados de ese tipo en todo el país, en los que se venden animales capturados, vivos o muertos, como alimento o para otros fines. El origen del SARS estaba en las civetas, unos pequeños carnívoros que, a su vez, habían contraído el virus de los murciélagos. Aunque no es normal que una persona tenga estrecho contacto con una civeta, es un animal buscado por los cazadores, que luego lo llevan, como otros mamíferos salvajes, a los mercados", añade el experto estadounidense.

Un mercado chino de animales salvajes es, sentencia Diamond, la mejor arma de destrucción masiva para desatar una pandemia. Y sobre todo los mercados chinos "porque China es el país más poblado del mundo y está cada vez más conectado por trenes de alta velocidad, aviones y automóviles", escribe Diamond. La experiencia del SARS, originada en uno de esos mercados, no sirvió para que China cerrase los puntos de venta de animales, cuyos productos no solo son considerados una exquisitez por algunos sectores de la comunidad china, sino que también son ampliamente usados por la medicina tradicional del país asiático. Tal es el caso del pangolín, una especie en extinción hacia la que todos los científicos apuntan. Las escamas de este pequeño mamífero que se alimenta de hormigas "son muy utilizadas en la medicina china tradicional porque se cree que combaten las fiebres, las infecciones de la piel y las enfermedades venéreas", explica Diamond.

Pese a que China es una dictadura omnipotente -lo ha demostrado al aplicar un confinamiento radical sobre millones de personas- esos mercados no se han erradicado. Su arraigo popular lo explica. Jared Diamond usa una analogía que los occidentales podemos comprender: "¿Qué ocurriría si los científicos descubrieran que la venta de queso o de vino tinto está provocando epidemias? ¿Cómo reaccionarían los franceses si el mundo les pidiera que la prohibieran? Para algunas poblaciones chinas, los animales salvajes constituyen una parte de su cultura más importante que el queso y el vino tinto para los franceses".

Pese a todo, la supresión de este comercio con animales salvajes es una medida que es urgente adoptar, insiste el prestigioso historiador ambiental, que sabe muy bien las consecuencias que tiene para el ser humano el tonteo con los gérmenes. "Hasta que no lo hagan, podemos estar seguros de que el SARS y la COVID-19 no serán las últimas epidemias mundiales de este tipo. Mientras los animales salvajes sigan siendo utilizados como alimento y para otros fines, habrá más enfermedades, no solo en China, sino en otros países".

Tras la COVID-19 lo que puede venir puede ser aún mucho peor. Nuestros queridos animales, nuestras mascotas más apreciadas, no van a dejar de ofrecernos su manzana envenenada. Y, por desgracia, no depende de nuestra voluntad aceptarla o no. Solo podemos mantener esa siniestra tentación a distancia.