A sus 93 años vive solo, se prepara la comida, sigue las noticias y cada tarde sale al balcón a aplaudir; sufre por las personas que están muriendo solas en los hospitales y, aunque solo puede contactar con su familia por teléfono, se siente muy arropado. José Álvarez Mallo es uno de los dos millones de mayores que residen solos en sus casas durante la pandemia.

"Hago todo lo que me dicen para evitar que llegue el virus", explica a Efe el 'abuelo Pepe', como le llama su familia: tres hijas, tres yernos "tan buenos como ellas", seis nietos y tres bisnietas, que le llaman a diario desde Madrid, Bilbao y León para ver cómo sigue afrontando el aislamiento.

José Álvarez Mallo nació en Garueña (León) en 1927, "el 3 de febrero", explica con una buena memoria que, antes de la emergencia sanitaria, entrenaba practicando el cálculo mental dos veces al día en sus visitas al centro de mayores para jugar a las cartas o al dominó.

Vuelco radical a la vida

"En mi cumpleaños estuvo toda la familia, pero ahora no puedo ver a nadie, fíjate lo que cambia la vida, pero es que, si nos juntamos, igual cogemos todos el virus", comenta José, que, pese a la nostalgia por haber perdido el contacto personal, cumple a rajatabla el confinamiento.

Desde que se quedó viudo hace ocho años reside solo en su casa de León.

Antes de que se decretara el estado de alarma por la COVID-19, una persona acudía a su domicilio dos días a la semana para hacer las tareas de limpieza y una de sus hijas le llevaba la comida; salía a caminar a diario, se reunía con sus amigos y cuidaba de un huerto en el pueblo.

Pero desde hace tres semanas su situación, como para el resto de la población, ha cambiado de forma radical.

Ahora se encarga del cuidado de la casa y se hace la comida -"tortilla, filete, cosas fáciles, porque no se me da bien"- con los productos que le lleva una sus vecinas.

"Son mis amigas, me cuidan estupendamente. Nieves tiene una tienda de comestibles y cuando lo necesito me sube la comida, me la deja en la puerta, cojo el paquete y para dentro. Más atenta no puede ser".

Los vecinos, convertidos en uno de los grandes apoyos de los mayores durante la pandemia, tejen esa red de solidaridad que complementa la acción de los familiares.

Aunque se "aburre" porque ha tenido que renunciar a las reuniones con la familia, los paseos, el encuentro con los amigos y el disfrute de tomar "un corto de cerveza" en la calle, valora mucho el poder seguir viviendo en casa y no en una residencia.

Solidario con residentes y enfermos

"Mira la cantidad de gente que está muriendo allí", advierte José, que sufre al pensar en los enfermos que no pueden tener a sus seres queridos al lado, tanto en los centros de mayores como en los hospitales.

Y sufre en igual medida por la situación del personal sanitario, al que cada tarde aplaude desde su balcón: "Los médicos y enfermeros están haciendo muy buena labor, pero no les han protegido ni les han informado de lo que iba a venir", lamenta.

Reconoce tener "mucho miedo" por una de sus nietas, médico en Madrid, porque "no se me escapa que tiene que estar entre muchas personas infectadas por el virus", pero intenta no desvelar esta inquietud en las tres o cuatro veces que hablan al día.

Pese a este vínculo familiar, José sostiene con rotundidad que "nunca" va al médico porque "no le gusta" y porque su buena salud se refleja en que "solo" toma una pastilla al día.

Informado al minuto

Otra de las rutinas que ha tenido que cambiar es la forma de informarse: ya no baja a leer el periódico al centro cívico, como le gustaría, pero sigue a diario las noticias en la radio y la televisión.

Está al tanto de las cifras de contagiados y fallecidos, de la demanda de mascarillas, guantes o respiradores.

José tenía nueve años cuando estalló la Guerra Civil, ha conocido enfermedades y carencias durante la posguerra, recuerda con nitidez el envenenamiento por aceite de colza en los 80 y ahora afronta una pandemia de la que también teme sus efectos económicos.

"Están cerrado todo. Las fábricas, los comercios no pueden aguantar, están perdiendo mucho dinero y la gente se está quedando sin trabajo. No sé si será peor lo que estamos pasando ahora o lo que va a venir", analiza con lucidez.

Cuando acabe el confinamiento

Pese a la preocupación por el presente y el futuro inmediato, José no deja de reír a lo largo de la entrevista, en la que cita de forma constante las llamadas familiares que le alegran el día y le sacuden el aburrimiento.

"Hasta mis bisnietas mellizas de cinco años han aprendido a llamarme por teléfono y lo hacen para que cantemos juntos; lo pasamos estupendamente".

A la pregunta de qué hará cuando pueda salir de nuevo a la calle, José no titubea: "Cogeré el coche y me iré al pueblo".

Porque, a sus 93 años, aún dispone de carné de conducir, renovado en los plazos que marca la ley, y se siente con fuerza para cuidar su huerta, a la que ha "abandonado" durante este período extraño.

"Está muy desatendida, pero en cuanto pueda iré para allá, porque me gusta tener mis lechugas, mis patatas... y es un sitio que me da tranquilidad".

José Álvarez Mallo es uno de los dos millones de mayores de 65 años que viven solos en sus casas, casi el 42% del total de hogares unipersonales, según los datos del INE de 2019, presentados esta semana.

Si se restringe el segmento de edad a los mayores de 85 años, ese porcentaje se reduce al 21%.

Pero José es mucho más que una estadística; es un mayor que lleva la edad de una forma singular y, como él mismo reconoce, "muy afortunada" por seguir disfrutando de autonomía, independencia, apoyo familiar y, sobre todo, ganas de vivir.