Cuando Madrid buscaba sanitarios para su hospital de campaña en Ifema, Mónica Rello no lo dudó. Veterinaria de profesión en medio de un año sabático, se ofreció como celadora y lo hizo porque se vio con posibilidades de ayudar a unos pacientes que por el miedo al contagio tienen prohibido ver a su familia.

Y está convencida de que hizo lo correcto. En una entrevista con Efe, subraya el contacto directo que el celador mantiene con el paciente: "Somos los que más posibilidades tenemos de hablar con ellos, hacemos sus camas, les acompañamos al baño, les trasladamos, vamos a por sus bombonas de oxígeno y, cuando todo eso está hecho, les leemos las cartas de sus familiares, cogemos su mano y les escuchamos".

Al poco de llegar a Ifema, Mónica Rello conoció a Ángeles, una paciente de 89 años, afectada de coronavirus y en muy mala situación. "No respondía a los estímulos, estaba consciente pero extremadamente débil", explica esta celadora, que ese día regresó a su casa con el runrún de que no volvería a verla.

"A la mañana siguiente lo primero que hice fue buscar su cama y allí estaba. Mi compañera (también celadora) le leía una carta de su hija y de sus nietos, y la enferma sonreía, agradecida, asintiendo", señala.

Admite que la escena le llegó al alma, y reconoce que aunque el día a día con los pacientes requiere un trabajo intenso, la recompensa es igual o más profunda.

Lo que sí critica esta celadora es lo mucho que han cambiado las condiciones de trabajo en menos de una semana.

Durante los primeros días, explica, "los trabajadores pasábamos por una zona donde nos cubrían de pies a cabeza. Cuatro pares de guantes sellados por la muñeca con cinta americana, el traje de Equipo de Protección Individual (EPI), igualmente precintado, una escafandra que tapa toda la cara, dos mascarillas y la capucha".

Y aunque el turno de mañana es de 8:00 a 15:00 horas, "con el traje puesto sólo estábamos tres horas y media porque es muy incómodo, pesa mucho y provoca deshidratación, no puedes ir al baño ni beber y te fatigas porque estás inhalando el mismo aire que respiras con todas esas mascarillas", comenta.

En unos días todo cambio drásticamente: "Será que ahora el coronavirus contagia menos", dice irónicamente esta veterinaria reconvertida a celadora.

Y detalla que ahora el traje se limita a "una bata de quirófano normal y corriente, que se reutiliza si salimos a tomar un café, un mandil de plástico, dos mascarillas, una pantalla protectora y los guantes, que ahora no van sellados".

Otra variación es que la obligación de llevar el traje toda la jornada les hace relajar las precauciones y, por ejemplo, beber o ir al baño se convierte en una necesidad pese a la exposición a la carga viral.

Pese a estas condiciones más difíciles, se sigue mostrando optimista y dispuesta.

Comenta que otro asunto que le sorprendió a su llegada al hospital de campaña fue la edad de los pacientes.

"Esperaba ver muchos ancianos y, sin embargo, el 40 por ciento de los ingresados tiene memos de cincuenta, incluso abundan pacientes en la treintena", explica aunque reconoce que los ancianos son los que están más graves "ayudados con las bombonas de oxígeno".

Aunque este hospital de campaña se concibió en principio para enfermos más leves, ya está funcionando las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), de forma que paulatinamente llegue a las 1.500 camas programadas, que podrían ampliarse a 5.500.

En este escenario de trabajo intensísimo, los celadores se convierten en una pieza esencial del engranaje. Tiene que facilitar las tareas básicas a otros profesionales para que el paciente sea el beneficiado. En definitiva, son el apoyo de los especialistas.

Pero, además, en esta ocasión insólita en la que el paciente de coronavirus está aislado, serán los celadores quienes, por su cercanía, proporcionen al enfermo el calor humano que no puede darle su familia.

"Estoy muy contenta con lo que estoy viendo", comenta Mónica Rello. "Aquí la empatía entre trabajadores -ya sean médicos, enfermeros, técnicos auxiliares o celadores- es total y también es plenamente compartido el intento de hacer lo más grata posible la estancia al paciente", dice.

No obstante, admite que el riesgo al contagio está ahí y no puede obviar que preocupa porque la carga viral en estos pabellones de Ifema es "muy fuerte".

Pero, asegura: "Como sanitarios que somos, sabemos que este el lugar dónde nos corresponde estar. Eso no nos genera ninguna duda".