¡Ay!, esos matemáticos tan dedicados ellos, tan fieles, tan concentrados, un punto aislados, absortos y, sí, distraídos. La esposa de un reputado colega, tras la marcha de sus hijos del hogar, constata con resignación que en su casa quedaban tres personas: él, ella y Lady Matemática. Un afamado matemático húngaro de principios del siglo pasado casi exigía celibato a sus ayudantes de cátedra para evitar distracciones. ¿Distracciones? No, no se dispone de datos fehacientes sobre el nivel de cumplimiento de tamaña privación.

Concentrarse en una cuestión matemática, aunque pueda tener que ver con asuntos científicos, económicos, algorítmicos, computacionales o lo que sea de la vida real, ¡vaya!, es adentrarse en un remanso confortable de un universo abstracto, de perfección tal que hasta huele bien. Seguir investigando en matemáticas "hasta el final" no es raro. Puro bálsamo, casi droga. He visto y atesorado unas pocas y únicas sonrisas en los últimos días de un dilecto colega que afloraban sólo cuando se discutían y compartían detalles de alguna investigación matemática.

A Poincaré, gran matemático francés, inmerso en los preparativos de una excursión geológica, le sobreviene sin estar pensado en ello, pura epifanía, la insospechada conexión entre dos ramas distantes de las matemáticas. ¡El subconsciente concentrado y a la carga por su cuenta y riesgo! Lo siente como una evocación: pura madalena de Proust. Evocación de qué, ¿de la caverna de Platón?

Hilbert, otro que tal baila, pero alemán. Seminario en Gotinga, los pocos participantes y asistentes regulares son también, ¡atención!, parte de la historia de las matemáticas. Discute H. unos cuantos teoremas rompedoramente nuevos, es lo que tiene un seminario de H. De un paso de una demostración en la pizarra afirma que es trivial. Vacila, para, calla, se gira y mira sin ver a los asistentes. Sale al pasillo. Los asistentes quedan, perplejos. Deambula H. sin ton ni son, se cruza sin acaso sentirlos con colegas y alumnos, y esboza de cuando en cuando algún que otro jeribeque con las manos. Pasan los minutos. Regresa. Mira a la pizarra. ¡En efecto, sí, claro, es trivial! La perplejidad del público se ahonda. Continúa H. con otro asunto.

Las matemáticas son esa ciencia tan especial que estudia y habla de objetos abstractos, pero, oiga, precisos y diáfanos, claros y distintos en sus bordes y en sus límites: el lenguaje de la ciencia. Razonamiento abstracto sobre objetos abstractos que para el matemático son reales y familiares. No es fácil, no, trasladar ese universo de abstracción a la gente, a la calle, a la sociedad. Una dificultad intrínseca.

Pero hete aquí que es la sociedad de la revolución digital en que vivimos la que se está haciendo matemática, ¡oiga!, usando lenguaje y razonamiento matemático por doquier, no sólo en matemáticas y en las ciencias, sino cada vez más en ingenierías (duras y blandas) y en tecnología: inteligencia artificial, algoritmia, comunicaciones, cifrado, logística, compresión de imagen y sonido. Tanto de cada uno de nosotros es ahora digital, ¿verdad? y lo almacenamos, ¡vaya!, en la nube. Nada más abstracto y matemático: en la nube.

Y esto se sabe, vaya que si se sabe. Sí, mucha ocupación profesional del futuro exigirá matemáticos bien formados. Incentivo honesto que algunos han amalgamado con pasión por las matemáticas, que buenos y convencidos docentes le han transmitido, y con un punto de amor propio que surge al destacar en una actividad exigente. El resultado es que en los tiempos que corren se tienen (se disfruta de) excelentes promociones de alumnos en las carreras de matemáticas, con altas notas de corte, con devoción por las matemáticas, con un nivel de competencia de partida que da gusto. Un lujo.

A poco que se haga moderadamente bien, tendremos un brillante futuro de investigadores, profesionales y docentes de matemáticas. En la nube y pisando fuerte. Que así sea.