Del estado de alarma decretado por el Gobierno al estado de alarma para recomponer las tareas domésticas, no ser absorbido por el teletrabajo, domesticar las relaciones con los hijos adolescentes, compartimentar los espacios, estimular planes de ocio, no caer en la depresión... El confinamiento, cuarentena o aislamiento de la pandemia del coronavirus ha convertido los hogares de las familias españolas en verdaderos laboratorios que los investigadores sociales observan, dado que rara vez una sociedad tan adelantada se ha visto inmersa en tal cumulo de alteraciones por un virus mortal.

Cualquier manual sobre qué ocurrió en el pasado es de difícil aplicación, sobre todo porque a la sociedad del mundo global, hipermoderno, hiperconectado e hiperinformado nunca le hubiese pasado por la cabeza que el Covid-19 pusiese patas arriba su sistema de confort. Esta erosión de la omnipotencia nos ha convertido de la noche a la mañana en seres vulnerables, desconfiados de los cimientos del progreso alcanzado, irritados por el fenómeno e indignados por la falta de previsión, asombrados por la rapidez con la que un horizonte de vida poderoso pasa sin anestesia a ser una siniestra tasa de letalidad, atemorizados por la salud de padres y abuelos y mortificados por un malestar que nos devuelve a un camino intermedio entre la religiosidad y el pronóstico diario que los especialistas nos ofrecen, quizás por primera vez en la Historia (por cierto, una coletilla que nos invade), de una pandemia en riguroso directo.

Frente a un mundo inhóspito, el retorno a la cueva de terciopelo, a la seguridad de los metros cuadrados controlables, desinfectados una y otra vez, en perfecto estado de revista, donde los golpes de tos, las subidas de temperatura, los estornudos y el moqueo forman parte del inventario diario para fiscalizar en sesión clínica a la hora del desayuno la marcha de la familia, ya sea típica, atípica, monoparental, nuclear, con un perro u otra mascota o conectada a través del ordenador. Un intercambio de impresiones monotemático, sin planes a largo plazo, una planicie que convierte cualquier anuncio en motivo de jolgorio, como si la novedad, aunque fuese del tamaño de una lenteja, se elevase a la dimensión de un estupendo narcótico. "Hoy dejo de usar el ascensor, subiré y bajaré la escalera para mantenerme en forma". La noticia provoca exclamaciones y parabienes a su alrededor de acuerdo con el momento excepcional que se vive. Subida de adrenalina colectiva. Una vez cumplimentada la estimulación, el racionamiento de la jornada con las funciones a realizar. Es el estado de alarma.

En este hábitat procreador de la máxima seguridad posible frente a un exterior desfavorable (vamos a dejarlo así) ocurren muchas cosas en tiempos de pandemia: si corremos el velo de la mirilla, la atención morbosa recae sobre la relación de pareja con todos sus condimentos sexuales y sentimentales, un territorio húmedo donde se entrelazan rupturas, reconciliaciones, bajones y subidas de la libido, incremento de relaciones amoroso-telemáticas y hasta un próximo baby-boom . Varios especialistas especulan -no se puede hacer otra cosa- sobre este renacer o apagón. Ninguno se atreve a dar una receta tan clásica como "¡Follad, follad, malditos, que el mundo se va a acabar". Es más, da la impresión de que el tornado que vivimos sobrepasa un diagnóstico teórico cerrado, de manera que los analistas andan a ciegas, expectantes frente al torbellino.

No está meridianamente claro si la cuarentena deviene en moratoria sexual o amatoria, ni tampoco si va a darse una crecida del romanticismo o si el miedo de la pandemia contaminará de forma definitiva el contacto físico, incluso entre los monógamos. ¿Pero habrá tiempo para ello? Está claro que el decreto tiburón del Estado se ha tragado a dentelladas al pececillo de la felicidad cotidiana, que está en suspenso. La pandemia que lo abarca todo certifica la defunción del romanticismo de toda la vida y pone en lista de espera al cibernauta fogoso que enciende todas las noches el ordenador con la esperanza de llevarse un alegría digital. A lo mejor es acaparar demasiado, pues siempre habrá para la posteridad unos padres que digan a sus hijos que se conocieron bajo la terrible pandemia que asoló a Europa en 2020, pese a que era un momento donde la libido estaba por los suelos, las tiendas eróticas para adultos estaban cerradas a cal y canto (semanas atrás estábamos inmersos en la fiesta del estimulador Satisfyer) , y toda la energía estaba puesta en atender a los mayores. Y además, faltaba concentración. Pero así y todo sucedió.

Enrique Hernández Reina, psiquiatra

"Nueva York sufrió un apagón en 1959 y nueve meses después hubo un baby boom , en Barcelona, en 2008, ocurrió otro tanto de lo mismo. Las vacaciones de verano son momentos de ligue y ruptura de parejas: estar mucho tiempo juntos y no tener nada que hacer es lo que tiene, que uno se pone a hacer lo que puede. Esta crisis tendrá consecuencias. Habrá baby boom y habrán muchas disputas conyugales y de las otras. ¡Preparémonos! También es un excelente momento para descubrir al otro, hablar, jugar y redescubrir el erotismo. El sexo placentero sutura muchas heridas. Si, además, hay amor, ¡mejor que mejor".

Fabiana Litchitz, psicóloga clínica, psicoanalista

"Todavía no hay mucha casuística para sacar conclusiones, hay que ver los efectos que va a tener la crisis. Pienso que las aplicaciones para buscar pareja van a desaparecer, aunque siempre habrá gente que quiera ir más allá y salirse de la nueva norma del Estado. De puertas para adentro, la gente habla mucho y dice 'o termina con un divorcio o acaba con un bombo', es decir, los chistes que aparecen en los memes. Habrá que ver. Lo que está claro es que frente a la angustia hay una primera vía de escape que es el humor ante la impotencia, ante un 'nuevo real' que ha aparecido, que es imprevisible y que no podemos controlar. El amor en tiempos de internet, lo que llamamos el 'sexo limpio', tiene ahora un efecto distinto, de desesperación y de angustia, dado que parece que no es elegido por uno mismo. Si hay una cuestión que me parece exquisitamente importante: el confinamiento pone en valor la voz sin el cuerpo, es un objeto privilegiado, como lo es también la mirada a través del skype .

También hay que subrayar otro aspecto que me parece colateral, relacionado con los adolescentes, aunque más con ellas. Uno de los motivos de consulta de muchas pacientes, a través de sus padres, es la apatía, la desgana, que no se separan de la maquinitas, que no quieren salir de casa ni ir con la familia... Claro, ahora se encuentran que una nueva realidad les impone que deben quedarse en casa y ellas, claro, no llevan nada mal la situación de encierro a través de ese contacto virtual que pueden mantener a través del chat, el Instagram, el Netflix... Hay una proliferación más rutinaria de estos elementos, pero sin olvidar que ellas tienen claro que no es algo por lo que han optado, sino que viene impuesto, por lo que no tengo el control que creía tener. Aparece entonces la angustia".

Juan Ezequiel Morales, filósofo

"La situación actual de confinamiento no es alegre, sino generadora de ansiedad, por el histerismo de las medidas tomadas que impiden hasta la visita al Roque Nublo. Por tanto, el sexo, como expresión lúdica y libidinosa, y preferiblemente practicable en un entorno coherente y medioambientalmente amigable, pasa a ser menos cultural y más animal. Las tensiones libidinosas, pues, se redirigen como respuesta ansiosa de origen menos erótico y más vinculado a Thánatos. Un ejemplo son algunos de los factores detrás de la alta natalidad de los refugiados sirios, que duplicaba hace cinco años la de los libaneses a pesar de sus precarias condiciones de vida. En 2016, en medio de la guerra siria, Kathy Seleme, desde Beirut, informaba de que la natalidad en los campos de refugiados era cuatro veces más que la normal en aquellos lares, 40.000 bebés entre un millón. Una refugiada, Jadiche, decía: '¿No es el papel de la mujer perpetuar la especie? Además, a pesar de nuestra vida, un lecho de espinas, no podemos privarnos del único placer que nos queda y demostrar que continuamos siendo deseadas'. Y la socióloga libanesa Ugarit Lubnan, observaba: 'Una situación de angustia extrema se refleja en la intimidad y durante una situación de guerra la vida sexual aumenta ya que es un medio de acercarse al otro y dar la impresión que se puede hacer algo por sí mismo, sobre todo en el seno de la familia'. Añadía Lubnan que el incremento del sexo y la natalidad es un desahogo ante 'una situación de pérdida total', argumentando que 'en una guerra, el ser humano tiene que demostrar que tiene un poder sobre la vida y lo hace a través de la procreación ya que los niños son una compensación y así conservan cierta esperanza frente a la muerte'. Eso es el sexo en estos tiempos de confinamiento, una salida energética a la ansiedad ambiental, en general. En particular cada cual sabrá".

Aniano Hernández Guerra, sociólogo

"El confinamiento en las viviendas, a primera vista, tiene el efecto de estrechar relaciones personales, pero si lo observamos y medimos en profundidad, nos daremos cuenta de que ni mayor tiempo ni menor espacio ayudan del todo a cambiar o a mejorar las conductas habituales. Los sistemas electrónicos de entretenimiento y comunicación como la televisión, internet y el móvil tendrán más uso, pero no creo que el confinamiento por el virus nos haga cambiar las pautas, actitudes y personalidades. El margen de maniobra es muy corto porque las personas tenemos muy arraigado el patrón de conducta: los extrovertidos seguirán siéndolo, y los neuróticos también; los introvertidos seguirán tímidos, y las personas educadas y afectivas también.

Como consecuencia de la crisis de la pandemia del coronavirus es posible que se produzcan cambios y mejoras en cuanto al desarrollo digital de las empresas, y que empecemos a tomarnos en serio el trabajo telemático desde casa para algunas profesiones, categorías, sectores de producción, etc. Pero no creo que esta crisis nos haga cambiar tan fácilmente las formas personales de relacionarnos unos con otros; las actitudes y conductas interiorizadas (sexuales, morales, emocionales...) necesitan generaciones y justificaciones o motivaciones ideológicas o culturales de calado".