Los científicos de todo el mundo tratan de conocer más a fondo el coronavirus Covid-19. En un trabajo contrarreloj, la ciencia ha conseguido por primera vez en la historia revelar qué genera la enfermedad, cómo se transmite, cómo se detecta y cómo contenerlo. Desde que se comenzaran a suceder los primeros casos de lo que se llegó a considerar una "misteriosa neumonía", investigadores de todo el mundo han tratado de dar respuesta a gran velocidad a la mayor petición de los gobiernos, los sanitarios y la sociedad en general: información. A día de hoy, y en tan solo tres meses, la cantidad de información científica generada ha sido ingente. Más de 200 artículos se han publicado en distintas revistas de gran importancia y la mayoría con revisiones por pares que apenas llegan a la semana.

Una expansión rápida

A pesar de las dificultades -el virus se expande más rápido de lo que normalmente funciona la ciencia-, los investigadores han querido dar respuesta a la inquietudes ciudadanas trabajando a destajo para lograr resultados científicos. De hecho, en tan solo unas semanas descubrieron que la rara enfermedad de la provincia china de Wuhan la estaba generando un coronavirus. Un tipo de patógeno que, al microscopio, muestra una característica corona similar a la que se le ve al sol cuando la luna se interpone y solo le permite expedir unos rayos a su alrededor. El coronavirus es una simple cubierta glicoproteíca que envuelve y protege material genético (ARN). Ese recubrimiento, a su vez, cuenta con dos tipos de proteínas S y E que le permiten acoplarse a otras células. La S es la llave para parasitar a los reservorios humanos.

Una vez se acopla a las células humanas, el SARS-CoV-2 (el nombre del virus) crea una fábrica de réplicas en su interior. Al introducir su ARN obliga a los ribosomas a crear las proteínas que la pueden proteger y a copiar su material genético millones de veces. Todos esos elementos se ensamblan, crean nuevos virus y se despiden hacia el resto del cuerpo. Si la respuesta inmune es rápida evitará su expansión; si no lo es, acabará por diseminarse por todo el cuerpo.

El siguiente paso era determinar el origen del virus, una información que aún no está del todo clara. Sí se conoce que llegó a los humanos a través de zoonosis, es decir, mutando y propagándose entre uno o más animales antes de poder tener la mutación genética adecuada para llegar a los humanos. Es el caso, por ejemplo, de la gripe A (H1N1), que también se convirtió en pandémica en 2009, y que, antes de llegar a los humanos, había infectado a aves y cerdos.

Para describir su origen con mayor exactitud -así como para combatirlo- era importante poder leer sus componentes genéticos, es decir, las bases nitrogenadas que formaban su ácido ribonucléico. En poco tiempo, se logró este hito y en enero se decidió publicar su código genético en una base de datos pública que permitió a toda la comunidad científica acceder libremente a esta información clave.

Aunque la vacuna aún tardará mucho en llegar, gracias a la secuenciación genética se llegó a la conclusión de que parte de su ARN coincidía con la del murciélago. No obstante, esa solo era la primera pieza de un puzle aún sin resolver, pues el contagio a humanos requería de un segundo animal reservorio. Inicialmente se consideró que el virus pudo haber mutado desde un murciélago a un pangolín porque su genoma coincidía en un 99% con el del SARS-CoV-2. Sin embargo, un segundo análisis ha demostrado que la ciencia se había precipitado al proporcionar estos resultados, porque el pangolín solo se parecía en un 90,3% al coronavirus. De nuevo, la incógnita sobre el salto hacia los humanos se reactivaba, y, a día de hoy, es una pregunta sin respuesta.

El nuevo coronavirus también era muy similar (en un 80%) al SARS de 2003, una epidemia que enfermó a 8.098 personas en Asia y acabó con la vida de 774 de ellos. Esa pequeña diferencia ha permitido establecer la región del genoma que se puede aislar, a través de una prueba de PCR, para saber si una persona está contagiada o no y también ha dado su nombre al virus, que a partir de entonces pasó a conocerse como SARS-CoV-2. La enfermedad se empezó a conocer como Covid-19 por la abreviación de Coronavirus Disease 2019.

La rápida expansión del Covid-19 le ha permitido seguir modificando ligeramente su genética, pues cada vez que entra a una célula humana diferente, se nutre de las características de su ADN. Entre diciembre de 2019 y marzo de 2020, se han muestreado 410 mutaciones genómicas diferentes pertecientes al Covid-19. Se podría decir que del primer ADN de Wuhan ahora ya hay entre cuatro o cinco familias de mutaciones que coinciden con cada uno de los continentes a los que ha afectado.

Sin embargo, este primo hermano del SARS es menos mortal. Según un último estudio, la virulencia del patógeno es "moderada", lo que explica que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 80% de los infectados tan solo desarrolle síntomas leves. Los porcentajes de mortalidad, además, se elevan con la edad. A partir de los 60 años y hasta los 69, la mortalidad es del 3,6%. Entre los 70 y 79 años, crece hasta el 8% y cuando la persona infectada es mayor de 80 años tiene un 14,8% de posibilidades de fallecer al contraer el virus.

Los resultados de una reciente investigación publicada en The Lancet obtenidos a partir de una muestra de 191 pacientes han revelado que los factores de riesgo asociados a una mayor posibilidad de morir por el nuevo coronavirus son ser una persona mayor, mostrar signos de sepsis o septicemia (una infección generalizada por un patógeno) y tener problemas de coagulación sanguínea cuando se ingresa en el hospital.

El calor, un posible punto débil

Una de las últimas teorías, aún en estudio, es que el talón de Aquiles del virus podría ser el calor. Porque otros coronavirus -existen unos seis en circulación además del Covid-19- dejan de propagarse con las altas temperaturas. Y es que el calor, los rayos ultravioleta y la sequedad pueden tener consecuencias en la supervivencia del virus en los fómites.

Respecto al tratamiento, para controlar los casos más graves se está haciendo uso de antirretrovirales preparados para hacer frente a otras patologías como el VIH. Actualmente hay unos ochenta ensayos clínicos en marcha para tratar de dar respuesta a esta emergencia sanitaria rápidamente, pues la ciencia tardaría demasiado en generar un nuevo fármaco y comprobar su seguridad y eficacia. Unos importantes tempos que esta pandemia no tiene visos de querer respetar.