En el año 1969 la Universidad de La Laguna ya contaba con mujeres entre su alumnado. No es que fueran muchas, pero se veían pequeños grupos recorriendo los pasillos de la universidad. Ese curso comenzaron los estudios de Matemáticas, y ¡dos mujeres se titularon en la primera promoción! Por entonces las ocupaciones del colectivo femenino estaban bien definidas, y cursar la carrera de Matemáticas no formaba precisamente parte de ellas. Sin embargo, la historia está salpicada de mujeres matemáticas. Recordemos a la pionera, la sabia Hipatia de Alejandría (siglo IV) cuyos discípulos, por cierto, eran varones.

Siempre he admirado a esas mujeres del pasado que, aún rodeadas de un ambiente totalmente hostil, lograron hacer de las matemáticas una parte de su vida. Hace unos años tuve la ocasión de conocer a dos de ellas, que vivieron entre los siglos XVIII y XIX. Una es la francesa Sophie Germain y la otra, Mary Somerville, nació en Escocia cuatro años después. Ambas descubrieron las matemáticas por casualidad, pero ese encuentro marcó sus vidas. Cuando estalló la Revolución Francesa, en 1789, Sophie tenía trece años. Su espíritu, agitado por la vorágine de acontecimientos que azotaba las calles de París, buscó refugio en la biblioteca familiar. Allí quedó hechizada por la belleza de los números y empezó a estudiar por su cuenta, pese a la férrea oposición de sus padres. A los diecinueve años le fue denegado el ingreso a la Escuela Politécnica, pero ella, con el seudónimo de Le Blanc, logró hacer llegar sus trabajos al profesorado. La brillantez de sus razonamientos no pasó desapercibida, y cuando se descubrió su verdadera identidad una parte de la comunidad científica le brindó su apoyo. Obtuvo resultados interesantes para las matemáticas y el reconocimiento de personajes tan prestigiosos como Gauss, pero a pesar de su perseverancia e infatigable esfuerzo nunca llegó a conseguir lo que quería: que su trabajo fuera considerado como el de sus homólogos varones y se le permitiera el acceso a los círculos de investigadores en igualdad de condiciones. En cambio, Mary supo compaginar su dedicación a las ciencias con su rol de mujer de la época, y ello le permitió ser plenamente aceptada por la sociedad. Según cuenta en sus memorias, fue entre las páginas de una revista femenina donde encontró los símbolos algebraicos que la cautivarían. El afán por comprenderlos marcó el comienzo de su carrera científica, que avanzó con la ayuda de su tío y de su segundo marido. Con este último se introdujo en las élites intelectuales, a las que no hubiera podido acceder de haberlo intentado sola. Su capacidad para entender, analizar y expresar las matemáticas y otras ciencias hizo que algunas de sus publicaciones perduraran como manuales de enseñanza para los estudiantes. Con 91 años, todavía dedicaba cuatro o cinco horas diarias al estudio del Álgebra.

Tenemos mucho que agradecer a aquellas dos matemáticas de la primera promoción, pues abrieron el camino que otras muchas canarias pudimos recorrer después, con más facilidad. Han pasado cincuenta años desde entonces y las mujeres continúan estudiando matemáticas en La Laguna. De hecho, en los últimos años el número de graduadas y graduados es prácticamente el mismo. Contar con esta paridad debe ser un motivo de orgullo para nuestra Sección de Matemáticas de la ULL.