"Tengo una reserva, pero no quiero entrar ni lo haré". No quiso revelar su nombre, pero la preocupación con la que esta turista alemana ve la situación de aislamiento en la que se encuentra el H10 Costa Adeje Palace es reflejo del miedo con el que algunos ven la ya considerada pandemia del coronavirus que salió hace dos meses de la provincia china de Wuhan. Pero la percepción de esta turista recién llegada al Archipiélago contrasta con la foto fija que ayer mostraban los alrededores del hotel en los que no todos llevaban mascarillas, ni muchos otros se achantaban ante el cordón policial ubicado en el exterior de este alojamiento de lujo.

De hecho, los aproximadamente mil italianos, británicos, irlandeses, finlandeses, escoceses, suecos, alemanes y españoles confinados en el recinto pasarán los próximos 14 días encerrados Y así lo siguieron haciendo ayer muchos turistas que, a pesar de estar ya bajo la vigilancia de la Consejería de Sanidad, continuaban disfrutando del sol y el buen tiempo característico del sur de Tenerife en la piscina del alojamiento.

Asomados a la ventana

Mientras algunos tomaban la decisión de continuar sus vacaciones como si nada hubiera ocurrido, a pocos metros de distancia otros curiosos turistas se asomaban por la ventana de la habitación en la que se encuentran aislados para poder captar alguna de las palabras que los agentes de la Policía Nacional les va transmitiendo a los, al menos, 50 trabajadores que esperan pacientes en el exterior del edificio.

Personal de socorrismo, limpieza, lavandería y básicamente todos los empleados cuyos servicios están adscritos a una empresa externa acudieron a primera hora al recinto tras una llamada urgente realizada desde la gerencia del hotel. Mario José Hernández Pérez, junto a sus dos hijos, acompañó a su mujer, trabajadora externa del hotel, a atender el requerimiento de su jefe. "Está llegando a ver qué le dicen", aseguró Hernández, que afirmó que su mujer había estado trabajando el día anterior en el turno de tarde.

En general, la sensación entre todos los que se encuentran allí es la misma: confusión. Así lo afirmó durante la mañana Patrizio Massiruni, un trabajador del restaurante Seven Café, ubicado en el centro comercial anexo al hotel. El italiano aseguró ver con mucha preocupación la situación porque ha seguido de cerca las noticias de su país. De hecho, el empleado mostró su enfado ante la gestión realizada a raíz de este caso.

Y es que, el día anterior, tanto él como sus compañeros tuvieron que servir comida a buena parte de los huéspedes del hotel porque "la cocina del H10 decidió cerrar al mediodía de ayer (lunes)". Sobre el mediodía, el comité de empresa celebró una reunión con los trabajadores que generó aspavientos y elevaciones de voz de parte de los 50 empleados que se podían percibir desde el otro lado del barranco. Tras varias horas esperando bajo el sol, por fin se les permitía volver a casa. Pero el regreso tenía un sabor agridulce pues la condición era permanecer aislados durante los próximos 14 días.

Ante la barrera impuesta, la policía local del municipio tan solo permitía entrar a algunos vecinos, propietarios de los comercios de la zona, así como a los trabajadores del hotel y autoridades sanitarias. La barrera policial, de hecho, es un reclamo para que viandantes se detengan para hacer fotos y los conductores reduzcan la velocidad para hacer exactamente lo mismo. Trabajadores y vecinos de la zona entraban a pie al espacio perimetrado por la Policía Local de Adeje sin mayor problema si se identifican. Algunos llevan máscara y otros no. Este último es el caso de María Olmedo, trabajadora de la bisutería Oceanía, que alertó de que ella no había podido comprar una mascarilla para protegerse porque "en las farmacias ya no quedan".

De hecho, en las farmacias de la zona no solo se agotaron las mascarillas, también el hidrogel de base alcohólica para la higiene de manos. Los comercios del centro comercial ubicado a pocos metros del hotel se encuentran clausurados en su mayoría, aunque en parte es consecuencia del día festivo que ayer celebraba toda la isla.

Por la mañana solo permanecían abiertos algunos establecimientos de restauración que se vieron obligados a realizar un zafarrancho de limpieza para tratar de crear un ambiente lo más higiénico posible. Sin embargo, ya entrada la tarde, la Policía Nacional decidió también acordonar este espacio. A lo largo del día entraron al recinto precintado distintos camiones preparados para suministrar agua y otros víveres a los huéspedes.

Durante la mañana y la primera parte de la tarde, se desplazaron hasta el hotel una ambulancia medicalizada, un vehículo del Servicio de Urgencias Canario (SUC) y una unidad móvil para catástrofes (UMCAT). Este último recurso contiene un hospital plegable de nueve metros cuadrados provisto con materiales sanitarios fungibles, telecomunicaciones propias, grupos electrógenos, iluminación, distribuidores de oxígeno, camillas y sillas, entre otros muchos elementos, que se destinará a la asistencia de aproximadamente 25 afectados.Agua y refuerzo

También a la ubicación se desplazaron tres camiones de la policía nacional para tratar de evitar la entrada de curiosos a la zona aislada y perimetrada. Pero no han sido los únicos, durante todo el día -y sobre todo en las primeras horas- múltiples personas pasaron la garita de seguridad, para entregar agua y refuerzos a las personas que no podrán salir del hotel al menos los próximos 14 días.

Por ejemplo, sobre las 11:00 entró al recinto Ricardo Palacios, trabajador de una empresa cárnica de la zona que suministra su producto al hotel y que, al enterarse de las noticias, preguntó al gerente en qué podía ayudar. Finalmente Palacios surtió al hotel 1.000 mascarillas y 200 guantes, para huéspedes y trabajadores hacinados en el gran complejo. "Lo que sea echar una mano, aquí estamos", explicó.

Ya bien entrada la tarde, las autoridades empezaron a permitir entrar a los familiares de las personas hacinadas para tratar de calmar los ánimos en el hotel. Pudieron hacerlo de uno en uno, siguiendo las instrucciones de seguridad. Cuando cae la noche, la vida sigue en el hotel -y en el resto de Canarias-, aunque con una impresión cada vez más acuciante de que, por mucho que se intente controlar, el coronavirus ya es parte de nuestra realidad.