Tres años después de los acuerdos de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC, el país dista mucho de haber logrado una paz verdadera. Lo sabe bien la tinerfeña Sara Rodríguez de Vega, que ha conocido de primera mano la fragilidad del proceso adentrándose en lugares de Colombia como el Magdalena Medio, el Nordeste de Antioquia, el Meta o el Catatumbo, donde todavía se viven realidades de guerra con otros actores armados que coparon el territorio dejado por la antigua guerrilla y donde la coca continúa siendo en algunos casos el motor de la economía.

Sara Rodríguez de Vega es acompañante internacional de la ONG catalana International Action for Peace (IAP). Forma parte de esos muchos jóvenes de diferentes partes de Europa y América que se formaron como voluntarios para ir a zonas en conflicto y tienen la valentía de estar en el terreno, en primera línea, al lado de activistas amenazados de muerte. No les gusta que les llamen escudos humanos porque no lo son. Son solo personas que con su presencia física acompañan a otras que por su trabajo comunitario, medioambiental o de defensa de los derechos humanos están en riesgo.Frustración en el comienzo

Según la Defensoría del Pueblo colombiana, más de 500 defensoresde derechos humanos han sido asesinados en Colombia después de la firma de los acuerdos de paz. "Existe ese imaginario de que en Colombia se firmó la paz y está todo bien, pero el conflicto no ha terminado y las organizaciones en los territorios siguen exigiendo que se garantice la implementación de los acuerdos", afirma Sara, para añadir: "Yo me sentí un poco frustrada cuando se empezaron a ver esos ataques a los acuerdos que afectan a territorios que más han sufrido el conflicto armado pero la respuesta de las organizaciones es que le seguirán apostando a la paz ".

Los líderes sociales a los que acompañan pertenecen a organizaciones de base social campesina que viven en un entorno rural históricamente olvidado donde la única presencia estatal ha sido la militar. "Un líder social es la cara visible que lucha porque se cumplan los derechos básicos de su comunidad. Asesinan a los líderes para romper el tejido social. En general, una de las luchas que aúna a todas las organizaciones que acompañamos es la de la permanencia en el territorio y cómo enfrentan a grandes empresas extractivas interesadas en los recursos naturales de sus tierras y que desplazan a las familias. Están asesinando a líderes locales de base, muchos de los cuales están trabajando también por la implementación de los acuerdos de paz como la sustitución de cultivos de coca", explica la tinerfeña.

La persecución, amenazas y asesinatos que sufren los líderes sociales no son un fenómeno nuevo en Colombia, pero la comunidad internacional no le había prestado atención hasta que ahora el país se encuentra en un proceso de paz. Viene de un escenario de guerra donde la población civil, que vivía en zonas de influencia de grupos armados insurgentes, fue estigmatizada y perseguida casi en igual medida que la guerrilla. La relación de la fuerza pública con la población no era la mejor y el campesino era considerado prácticamente un enemigo más por el ejército. Restablecer esa confianza es uno de los grandes retos de la construcción de la paz. Tras el abandono de las armas por parte de las FARC, los factores de riesgo tampoco han desaparecido. Persisten los intereses económicos sobre su territorio, los conflictos por la tierra, la alta militarización y la presencia de grupos paramilitares y guerrilleros como el ELN, el EPL y ahora también disidencias de las extintas FARC.

En ese contexto y tras pasar la formación pertinente, Sara partió hacia Colombia como voluntaria para realizar acompañamiento internacional, una forma de cooperación no muy conocida y que muchas veces cuesta visibilizar. "Es una figura de observación internacional que intenta brindar espacios de seguridad a los líderes sociales para que puedan seguir ejerciendo su trabajo ante la falta de medidas colectivas de protección por parte del Estado. Con nuestra presencia y el chaleco naranja que llevamos tenemos un efecto disuasorio que evita posibles agresiones".La incertidumbre

Sara reconoce que irse a Colombia causó una lógica preocupación en su familia por todo el imaginario de lo que representa este país. "La incertidumbre de qué va a pasar siempre está ahí pero me dieron todo su apoyo y se alegraron porque yo estaba muy contenta con el proyecto. Y de alguna manera también ya estaban curados de espantos. Mi hermano ha vivido en Etiopía y en Uganda y yo me fui con 17 años a estudiar a Madrid y estuve viviendo en Estambul y en Irlanda". Ya en el país, Colombia superó todas sus expectativas. "Pasar la formación y documentarse previamente es muy necesario, pero todo lo que uno pueda leer o profundizar sobre el papel queda superado con lo que uno se encuentra cuando entra a las regiones y tiene los primeros contactos con las organizaciones y las personas acompañadas. Me sorprendió mucho la capacidad organizativa, de resistencia no violenta de las comunidades, y cómo a pesar de todas las dificultades siguen permaneciendo en el territorio. Una no deja de aprender".

Sara recuerda todavía su primer acompañamiento. Fue en la convulsa región de Catatumbo, en el norte de Santander, fronterizo con Venezuela. Acompañó junto a otra compañera a María Carvajal, una lideresa de la Asociación Campesina del Catatumbo que se vio obligada a salir desplazada de su comunidad. "Fueron 20 días y un acompañamiento muy impactante al ver cómo se organizaron para poder permanecer en el territorio. Al final no fue posible. Ese desplazamiento fue una imagen que me quedó grabada durante muchos meses, sobre todo cuando tuvimos que sacar las cosas de la casa de Doña María y salir para el refugio humanitario que se construyó posteriormente para exigir garantías de permanencia en el territorio y de reubicación".

Estos acompañantes van en parejas y se adaptan siempre al terreno por donde se muevan los líderes sociales. El chaleco es su elemento más distintivo, pero en el kit básico no han de faltar unas botas de agua, un chubasquero, una fiambrera con cuchara y vaso, un pequeño botiquín, una tienda de campaña, una colchoneta para dormir y una luz frontal. Y es que muchos lugares a los que van no cuentan con electricidad. Con este equipo básico, Sara ha convivido de manera muy intensa con comunidades campesinas y ha acompañado a sus líderes sociales por las zonas más remotas del país. Los vínculos que se crean son muy fuertes. "Pasas mucho tiempo con ellos. Te quedas a dormir en su casa durante semanas, conoces a la familia... La confianza se va fortaleciendo".Más allá de la presencia física

Sara ha realizado en estos dos años muchos acompañamientos. Hoy es la responsable de incidencia política en IAP. Y es que el acompañamiento internacional va más allá de la presencia física. Visibilizar la situación de los defensores de derechos humanos, con actividades de difusión y sensibilización, así como la incidencia política forma parte también de este trabajo. Canalizar los posicionamientos y las demandas de las organizaciones lo consideran igual de importante. "Nos reunimos con otras ONG y movimientos sociales, con cuerpos diplomáticos y con autoridades militares y civiles del Gobierno colombiano que son las encargadas de garantizar la protección a la vida y a los que les recordamos sus obligaciones en materia de derechos humanos.", detalla. IAP brinda acompañamiento a procesos organizativos campesinos en cuatro regiones del nororiente colombiano muy golpeadas por el conflicto armado. "En ningún caso hacemos injerencia. Solo acompañamos y más bien observamos. No tenemos un papel protagónico ni es la intención como IAP. Nos articulamos con las organizaciones y somos un apoyo a lo que la organización crea necesario ensalzar como mecanismo de protección para darles más visibilidad", matiza. Son unas demandas que no solo pasan por la protección, sino también por exigir una presencia integral del Estado que hasta ahora solo se daba con la militarización del territorio. "Las comunidades vienen reclamando históricamente puestos de salud, escuelas, servicios básicos y carreteras que no se han dado y siguen sin darse", lamenta Sara.

En los acompañamientos no es del todo difícil encontrarse con algún actor armado al margen de la ley, como la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, todavía activa. IAP no está autorizada a negociar con ellos. "Si hay algún tipo de encuentro, tenemos un perfil muy bajo. Incluso nos vamos o evitamos el contacto. Solo el Comité Internacional de la Cruz Roja puede dialogar con ellos. Sí mediamos con la policía y el ejército, de hecho es nuestra obligación hacerlo porque ellos han sido uno de los actores dentro del conflicto que han generado señalamientos y hostigamientos hacia las organizaciones sociales", recuerda.

Cuando no está viajando, Sara vive en Barrancabermeja, un municipio petrolero de la región de Santander, situada a orillas del inmenso río Magdalena, en el noreste del país. Es la sede de su organización en Colombia. El equipo lo forman nueve personas, la mayoría mujeres de diferentes lugares de España. "Mucha gente se imagina en el acompañamiento internacional esa figura masculina y luego resulta ser todo lo contrario: casi todas somos mujeres. Quizá tenga que ver con un compromiso más fuerte o con una conciencia y sensibilidad política y social más desarrollada".

Pero ser mujer, precisamente en Colombia, no suele ser una ventaja y mucho más si eres joven. Sara lo ha vivido cuando se reúne con autoridades políticas y sobre todo militares. "Una aprende a hacerse respetar porque es verdad que cuando vas con un compañero, notas perfectamente que el interlocutor te deja en un segundo plano. Pero el compañero sabe de la necesidad de complementarnos y que te de la palabra. Cuando somos dos mujeres, toca posicionarse mucho más porque a menudo te quieren reducir todo el trabajo y todo el discurso con cualquier tontería y con cualquier comentario. Aquí, como en España o en otros muchos lados, hay un machismo y un patriarcado estructural muy marcado".Trabajo de género

Las organizaciones campesinas a las que acompañan sí han comenzado a realizar un trabajo en temas de género y están cada vez más concienciadas. Con todo, Sara reconoce que el acompañamiento internacional, siendo un mecanismo de protección eficaz, es insuficiente dado los muchos líderes sociales que viven en comunidades amenazadas. El Estado colombiano presume, sin embargo, de que 4.500 defensores de derechos humanos cuentan con un esquema de seguridad individual con coche blindado, escoltas armados, chaleco antibalas y un teléfono móvil. A Sara no le convence este modelo. Las organizaciones de acompañamiento internacional también lo consideran insostenible y poco eficaz.Mayor implicación

En un país en el que han asesinado a más de 500 líderes sociales en los últimos tres años, piden que las instituciones se impliquen mucho más. Así, ONG como IAP tratan junto a las organizaciones sociales de promover y concertar con las instituciones modelos de protección más colectivos que fortalezcan de forma articulada las formas y rutas de autoprotección generadas desde las propias comunidades, como son las guardias campesinas o los refugios humanitarios. Una minoría de líderes también ha podido salir del país temporalmente y acogerse a programas de protección en el exterior, como los que funcionan en las comunidades de Madrid, Asturias, Cataluña o el País Vasco.

La tinerfeña lleva dos años muy intensos en Colombia. Siempre se sintió atraída por América Latin. "Sabemos de la relación cercana que hay entre Canarias y Latinoamérica. De hecho, en Colombia me siento como en casa y eso me sigue sorprendiendo a día de hoy, entendiendo mis raíces y de donde viene la identidad canaria, que está muy influenciada por América Latina", explica la joven, que salió de la Isla con 17 años para estudiar relaciones internacionales en Madrid.

No tiene de momento intención de volver, pero sí siente magua de su Isla natal y sabe que regresará algún día. "Una puede empatizar y estar de acuerdo con muchas de las luchas que se dan aquí, pero nosotras no somos colombianas ni vivimos en el campo colombiano. Me encanta el trabajo que hacemos, poder apoyar y seguir fortaleciendo a las organizaciones. Eso es lo que nos motiva a quedarnos. Sin embargo, muchas veces tengo esa dicotomía de preguntarme qué hago aquí entendiendo que también tengo mi lucha en canarias, el lugar de donde una viene y donde una ha crecido. Son esas luchas propias de tu comunidad que están como aparcaditas. Todo es un proceso de aprendizaje y en algún momento se llevaran a cabo", concluye.