¿Dónde reside el éxito para haber llegado ya a la quinta edición con su libro?

Sinceramente, no pensé ni pasar de la primera edición, porque hay muchísimos libros de criminología, al igual que series y películas. Lo que intenté con este trabajo fue, como docente e investigadora que soy, escribir del tema de una manera sencilla.

Está claro que los lectores de su libro son de lo más variopinto.

Tengo desde estudiantes de Criminología hasta alumnos de Bachillerato o incluso escritores de novela negra que me consultan algunas cosas, con lo que me siento muy orgullosa. Además, con el boom que ha habido en los últimos años con las series de televisión hay que dejar claro la diferencia entre criminología y criminalística, qué es un asesino en serie, un asesino en masa o un psicópata, porque no todos son asesinos, también los hay en puestos de poder importantísimos. En capítulos de tan solo cinco o seis páginas aclaro conceptos de los que todo el mundo ha oído hablar, pero con los que había un poco de confusión debido algunas veces simplemente a las series de televisión y las películas.

¿Qué opina de los atenuantes que aducen algunos abogados?

Nuestro Código Penal establece una serie de atenuantes, incluso de eximentes, en casos muy determinados. La psicopatía no es uno de ellos, porque el psicópata sabe lo que hace y distingue perfectamente entre el bien y el mal. Son contadísimas las ocasiones en las que a una persona se le considera inimputable, es decir, que no es responsable criminalmente de sus actos; son los casos de brotes psicóticos. Pero la personalidad sádica es una parafilia muy grave que hace que esa persona obtenga gratificación personal y sexual a cambio del dolor que infringe a otras personas y eso no es ni un eximente ni un atenuante, porque él quiere hacer ese daño para obtener un beneficio. Otra cosa es tener un brote psicótico, que rompe con la realidad de ese momento y comete un crimen pensando que es otra persona o que la víctima la perseguía. Se trata de un delirio paranoico de persecución y ahí existe una ruptura entre la realidad y el hecho delictivo que el sujeto no distingue. Así pasó, por ejemplo, con Noelia de Mingo cuando entró en el hospital con un cuchillo y atacó a personas y pacientes. En su realidad, ella lo que hacía era defenderse.

¿Hay casos en los que la realidad supera la ficción?

Siempre. A un criminal muy famoso al que se le hizo una entrevista en 1998 se le preguntó si había intentado emular la conducta de Hannibal Lecter en El silencio de los corderos y contestó que los personajes de las películas salían de gente como él. Lo tenía clarísimo y es cierto, todo lo que podemos ver en el cine nos puede impactar, hay muchas cosas que no son reales porque de lo que se trata, al fin y al cabo, es de tener audiencia y recaudar una serie de beneficios, pero cuando una persona está cometiendo un crimen, solo ella puede pensar en cómo planear el asesinato y deshacerse del cuerpo.

¿El auge de series con esta temática sube el interés social?

Cuando acabé la carrera en 2005 la única serie que había en parrilla era CSI, que trata de la investigación técnica de un delito. A partir de ahí, empezaron a surgir series como Numbers, Bones o Mentes criminales, que hicieron que los espectadores empezaran a tener curiosidad por la mente del asesino.

¿Qué beneficios tiene llegar a conocer la mente del criminal?

Lo fundamental de conocerla es que se puede prevenir un asesinato. En Mentes criminales se enseña cómo surgen los analistas de conducta y algo que describió Robert Douglas sobre que si se consigue entrar, aunque parezca una utopía, en la mente de un asesino se puede predecir su siguiente paso. De ahí nace la perfilación criminal. Cuando se analiza la escena de un crimen, con los elementos que deja el asesino y según cómo esté el cuerpo, se puede averiguar incluso cuál va a ser el perfil de la siguiente víctima o la zona de ataque.

Habla de 22 niveles de maldad humana, ¿en qué consiste?

Es un estudio que me apasiona del doctor Stone, un psiquiatra forense que viene a demostrar científicamente lo que ya decía el neurocientífico Jesús Pujol sobre que la maldad reside en el cerebro y no en el alma y, además, se puede medir a través de esta escala, aunque no se puede utilizar aún en ningún procedimiento judicial. Viene a decir que todos somos capaces de matar, pero no todos lo haríamos por la misma razón. El primer grado sería la legítima defensa, por ejemplo, por defender a un hijo, a una pareja o luchar por la propia vida. En el último grado estarían los psicópatas sexuales sádicos como Ted Bundy o el español José Antonio Rodríguez Vega, el asesino de ancianas. El hombre es de las pocas especies que hay en el planeta que mata por placer. La mayoría de los animales matan para alimentarse, para proteger a sus crías o para salvaguardar su territorio. Desde hace siglos, el hombre asesina por placer, pero hay diferentes grados, hasta llegar a una finalidad sexual y de una manera sádica, empleando además una serie de técnicas que hacen que la víctima sufra.