Las Matemáticas han servido a lo largo de la Historia del Arte como lenguaje o argumento, bien aportando los elementos básicos de una obra, sirviendo de concepto a representar o inspirando su escondida estructura. En particular la Danza es, dentro de las distintas disciplinas artísticas, la que maneja uno de los lenguajes más abstractos, como ocurre con las Matemáticas dentro de las Ciencias. Si las Matemáticas se codifican con símbolos, la Danza por su parte se codifica con movimientos que escribe el cuerpo.

Con los axiomas en Matemáticas, gracias a la imaginación y a las leyes de la lógica, se construyen edificios matemáticos sólidos: los teoremas o verdades eternas. Sucede lo mismo en Danza. El significado lo imprime la creadora según el concepto a representar, estableciendo unas pautas que combinadas con honestidad y creatividad consiguen que lo expresado en escena transmita, transforme, mueva o conmueva hasta hacernos plantear cuestiones que transcienden lo cotidiano hacia lo eterno. Ambas disciplinas comparten asimismo la intensidad del proceso creativo hasta alcanzar el eureka o quod erat demonstrandum.

Como decía Sofía Kovalevskaya, las Matemáticas obligan a tener un espíritu de poeta, por esa necesidad de ver en profundidad lo que otros no ven. Tanto en Arte como en Ciencia existe un compromiso con la pregunta que nos mueve, un mismo motor y un placer humanizador en el momento del parto, de compartir el resultado con el mundo, que nos acerca un poco más a las grandes preguntas en una búsqueda sin fin.