Para quienes lo hacen por elección, salir de su país es una experiencia inolvidable y, a veces, lo más duro es tener que regresar; algunos se fueron y volvieron, otros se quedaron y el resto aspira a no echar raíces en ningún lugar. Lo difícil es lanzarse, porque lo demás viene rodado.

Pero todos son migrantes, que, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), es "cualquier persona que se desplaza o se ha desplazado a través de una frontera internacional o dentro de un país, fuera de su lugar habitual de residencia independientemente de su situación jurídica; el carácter voluntario o involuntario del desplazamiento; las causas del mismo y la duración de su estancia".

Emponzoñado por un discurso tóxico, mañana se celebra el Día Internacional del Migrante coincidiendo con el mayor número de desplazados internacionales de la historia: 271,6 millones, el 3,5 % de la población mundial. Casi 70 millones son desplazamientos forzosos, de los que 20,4 millones son refugiados.

No es el caso de Quique, Wendy y José Antonio, que sí que tuvieron la oportunidad de elegir si dejarlo todo para empezar de cero. Estas son sus historias, y las han relatado a Efe.

Quique: El "arrebato" que "fue todo un acierto"

El "periplo cervantino" de este madrileño abulense de adopción empezó en el 2000, cuando hizo las maletas con destino a Varsovia. "Me fui sin nada. No sé cuándo tomé la decisión de irme a Polonia, pero desde luego no fue muy meditada, sino más bien un arrebato que me dio por ahí. Y fue un acierto", relata.

La primera puerta a la que llamó fue la del Instituto Cervantes, que le abrieron enseguida para ficharle como colaborador. De ahí a Cracovia y, ya con una plaza en la mano, Brasilia, Nueva York y, actualmente, Milán.

Reconoce que su caso ha sido de "suerte y oportunidad", pero no ha faltado el esfuerzo. En Polonia se sacó otra carrera a distancia, habla perfectamente este idioma, el inglés, el "portuñol" y ahora un poco de italiano, del que está recibiendo clases porque "adaptarse al país siempre es bueno, y aprender su idioma es una obligación para poder disfrutarlo".

Pese a los "inconvenientes", sobre todo el de estar lejos de la familia, repetiría "todo, con lo bueno y con lo malo". Es más, en alguna ocasión que ha regresado a España para engordar su currículum, deseaba "desde el principio" volverse a ir. "Es como que necesitas sentirte raro y empezar a descubrir", aclara.

"Lo mejor es no pensarlo demasiado", aconseja Quique, a quien no le disgustaría volver, pero en Milán ha encontrado lo que quiere sin estar lejos de los suyos. De más joven quizá habría probado con Japón pero ahora, a sus 42 años y "por las circunstancias", está "más perezoso". "Es cuestión de elección, y ahora la mía es estar más cerca", concluye.

Wendy: "Donde quiero estar es aquí"

Era agosto de 2006 cuando Wendy pisó el aeropuerto de Madrid procedente de Honduras. "Me lancé al vacío con una cantidad muy limitada de dinero. Los comienzos son siempre difíciles, pero para mí más", afirma. Y es que su sueldo de auxiliar de peluquería de 150 euros mensuales apenas le alcanzaban para atender a su hijo de tres años, que tuvo que dejar en su país con sus abuelos.

Los primeros días los pasó en un hostal junto a su entonces pareja, mientras ambos buscaban sin descanso trabajo. Pero los recursos se acabaron y acudieron a Cruz Roja. Así pasaron los meses; su pareja, desesperada, se acogió al programa de retorno voluntario, pero Wendy recibió la respuesta de un anuncio de Internet para trabajar de interna. Y decidió quedarse.

"Si se quiere algo, nada viene fácil", subraya esta hondureña de 33 años a la que, pese a todo, su peregrinación le "ha merecido la pena". "Ha cambiado la vida que tenía allí y ahora puedo dar a mi hijo la educación que allí no podía". De hecho, el chico, al que pudo traer hace solo un año y medio, "a las dos semanas no quería saber nada de Honduras. Él dice y siente que es de Vallecas".

Wendy cada vez va menos a su país, a pesar de que allí se ha comprado una casa. "La gente me dice que la venda, pero es mi triunfo, mi medalla, el símbolo de mi esfuerzo y de mis decisiones", asegura.

Cuando piensa en su "casa", piensa en España. "Otra cosa es hablar de mi tierra", apostilla. Y aunque a ella le costó "un montón" hacerse con la comida -no pudo comer jamón hasta pasados varios años- o con "la forma de hablar", lo tiene muy claro: "Donde quiero estar es aquí".

José Antonio: "Los difícil es lanzarse"

Fue uno de los miles de españoles que se fue a probar suerte en Alemania, en su caso en 1961, con apenas 20 años. Se montó en un tren ocupado en su mayoría por mujeres" con destino a Hasen, cerca de Fráncfort, contratado por una fábrica de piezas de recambio de automóviles en la que ya trabajaba su hermano.

Porque aunque en España tenía un empleo, "allí se ganaba más dinero. Había días en los que ganaba lo que en un año en España".

Las condiciones y la convivencia le resultaron algo duras, pero la acogida en general "fue muy buena". "En la residencia había trabajadores de todas partes: españoles, italianos, portugueses, turcos..." La relación con todos ellos estuvo "bastante bien, aunque los sicilianos eran algo 'suyos'", rememora.

También le faltaron "las cañas con los amigos", que suplió integrándose en un equipo de fútbol, y hasta que aprendió algo de alemán se sintió "algo cohibido", pero "lo peor era el frío". Con todo, para este palentino de 82 años "fue más lo positivo que lo negativo".

Incluso dudó en volver a España cuando cumplía la excedencia que le otorgó su empresa de un año y medio, pero se dijo: "Yo ya lo he probado" y regresó, no a Madrid, sino a Barcelona, después a Canarias y por último a Salamanca, donde vive actualmente. "Lo difícil es lanzarse; después todo viene rodado", zanja.