La capacidad de filtrar el alimento en las ballenas es el mecanismo evolutivo que les ha permitido crecer hasta convertirse en las gigantes del océano. Así lo constata un reciente estudio publicado en la revista Science del que la investigadora Patricia Arranz, adscrita al grupo de Biología, Ecología Marina y Conservación de la Universidad de La Laguna (ULL), es coautora. En el estudio se demuestra que el gigantismo en los cetáceos es producto de una combinación entre la abundancia de alimento y los mecanismos que utilizan para alimentarse, los cuales favorecen tanto la adquisición de un mayor número de presas por unidad de tiempo como de calorías.

En el estudio publicado se mide la eficiencia trófica y la calidad del alimento de catorce especies de cetáceos diferentes, desde las pequeñas marsopas, pertenecientes al orden de los cetáceos odontocetos, que miden en torno a 1,5 metros y 50 kilos de peso, hasta las grandes ballenas azules, el mayor animal que ha existido en el planeta, con 25 metros de longitud y 150 toneladas de peso.

La eficiencia trófica de los cetáceos con dientes (cachalotes, orcas y delfines) que se alimentan de una sola presa, en promedio capturan unas 50 presas por inmersión y está limitada por el número de organismos que pueden encontrar y capturar durante el buceo.

Por el contrario, las grandes ballenas se han especializado en explotar las grandes concentraciones de plancton que ocurren de forma estacional en áreas de gran productividad del planeta, motivo por el cual realizan migraciones anuales de miles de kilómetros desde las zonas de reproducción cálidas a zonas de alimentación frías. El tamaño máximo que ha alcanzado la gigante ballena azul está, por tanto, directamente relacionado con la disponibilidad de alimento en el espacio y el tiempo en el océano.