La situación de Nuria nunca ha sido fácil. Con 45 años, recurrentes ataques epilépticos y un hijo pequeño, ha tenido que recurrir varias ocasiones a su entorno y a las asociaciones del tercer sector para poder sobrevivir día a día. Pero la primera vez que todo empezó a ir mal aún vivía en una burbuja de aparente felicidad. Ella y su pareja habían empezado a vivir juntos poco después de casarse. Un paso importante para cualquier pareja que para ellos se convirtió en una verdadera bomba de relojería. "Me gritó y me dijo que era una hija de puta". Acto seguido, le pegó.

Nuria lo recuerda vívidamente, al igual que recuerda como su, en aquel entonces marido, "negó todo". Con su palabra era suficiente, incluso para ella que, por miedo, evitó llevarle la contraria. En su fuero interno, no obstante, era totalmente consciente de que todo aquello había ocurrido. Debido a la precaria situación económica en la que se encontraban ambos, poco después decidieron acudir a Cáritas. "Quise ir con él porque me aterrorizaba la idea de quedarme sola", recuerda la mujer.

Su padre, al enterarse de la situación por la que estaba pasando Nuria, decidió ofrecerle una cama en su casa. "Quería contarle que mi marido me maltrataba, pero el miedo y la impotencia me lo impedían", relata la afectada. Durante la estancia en casa de sus padres, la relación con su marido siguió un deterioro significativo. Los problemas entre ambos eran cada vez eran más habituales.

Los insultos se convirtieron en el lenguaje más común entre ambos -especialmente hacia ella- y las peleas se sucedían un día sí y otro también. Fue entonces cuando la idea del suicidio empezó a coger fuerza en su mente, algunas veces, incluso sobrepasaba el deber de cuidar de su pequeño. "Le llegué a echar de casa de mis padres", relata Nuria, que recuerda cómo el hartazgo de sus padres hacia la situación se iba incrementando a medida que pasaban los días. Ellos, como suele pasar con los entornos familiares, se mostraron dispuestos a ayudarla, pero en cierto momento, ya no eran capaces ni tenían fuerzas para seguir haciéndolo. Un día, no pudieron más. "Mi madre me dijo que si no estaba conforme con la situación, me fuera, y así lo hice". Lo hizo cogiendo unas pocas pertenencias y siguiendo, de nuevo, a su pareja, lo que les llevó a la última y peor fase de su relación: la vida en un coche.

En un espacio reducido, cualquier pelea o insulta se magnificaba, por lo que cada vez las cosas empezaron a ir peor. Volvieron a solicitar ayudas en los comedores sociales de Cruz Roja. Su vida se basaba en salir y entrar en el pequeño vehículo. "Me maltrataba psicológica y físicamente", recuerda. Un día hastiada por todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, Nuria solo veía una salida posible a su problema. Esas voces que llevaban meses rondando su cabeza le gritaron con más fuerza. Tan fuerte que la llevó hasta el borde de un acantilado, donde se pasó varios minutos replanteándose si continuar con vida seguía teniendo sentido.

Estaba totalmente decidida a saltar y que su cuerpo se perdiera en las olas del mar. Pero alguien la encontró. "No lo quise declarar". De nuevo, el miedo se apoderaba de su cuerpo y le impedía decir la verdad. "¿Cuál es tu problema?", le preguntaba la gente de su alrededor. Una pregunta a la que nunca pudo contestar. "Creyeron que había tenido una crisis epiléptica, pero la verdad es que mi mayor problema era ese señor", afirma a día de hoy, contundente.

Ese mismo día, volvió al coche y tomó la determinación de acabar la relación que había empezado hacía año y medio. "Le dije que se fuera y él cogió mi maleta, la tiró y, acto seguido, me empujó contra el coche", explica la mujer. Después de eso, decidió ir al cuartel de la Guardia Civil de San Isidro y denunciar lo que le había pasado. Ocho horas después, apareció un miembro del Dispositivo de Emergencias para Mujeres Agredidas (DEMA) que le proporcionó un hogar de acogida donde permanecería el siguiente mes.

Aunque había acabado con aquel peso que la había machacado el último año, los problemas no dejaban de aparecer. La estancia en la casa situada en la Cruz Chica, que compartía con otras 15 mujeres y varios niños, no era lo que había esperado. "Los horarios eran muy restrictivos", relata la afectada, que recuerda que pocas veces le dejaban salir y, cuando lo hacían, no podía ir demasiado lejos.

El escenario no fue mucho mejor los siguientes días y, finalmente, acabó abandonando el lugar que prometió darle seguridad, según relata, "peor de lo que entré". Los hechos que acaecieron durante ese año fueron de tal envergadura que acabó por desarrollar una esquizofrenia que la llevó hasta una de las unidades de Salud Mental del Servicio Canario de la Salud (SCS). Ahora mismo se encuentra en tratamiento y asegura haberle dado una vuelta a su vida, que comparte con una nueva pareja.