¿Cree que se repetirá ahora la crisis de los cayucos de 2006?

Pienso y deseo que no. Esta década ha sido bastante tranquila en lo que a llegadas se refiere. En el primer decenio de este siglo, comparamos casi 6.000 con 92.000 entre 2001 y 2010. A partir de ese último ejercicio se estabilizan en cifras muy reducidas y estos dos últimos años hemos recibido un número mayor de personas por vía marítima, en ningún caso superior a los que se registraron en cualquier anualidad entre 2000 y 2009. Las condiciones de partida creo que no son las mismas que a finales de los noventa.

¿Hay suficientes recursos para ofrecerles una atención digna?

Por lo que observamos existe un sistema bastante competente de localización y gestión de la afluencia en el mar, pese a que siempre se correrá el peligro de que algunas travesías no se lleguen a culminar y fallezcan personas. En tierra, el gran reto no es tanto la primera atención, sino la estancia entre nosotros el tiempo que tengan que estar; parece que ahí es donde se debe mejorar y adaptar los recursos a la intensidad del flujo en cada momento. El Gobierno ya se está movilizando junto a los Cabildos insulares y eso es una muy buena noticia.

¿Ha cambiado la percepción de los ciudadanos sobre el fenómeno?

Creo que sí. Del 2006 al 2008 tuvimos que recibir y atender a más de 50.000 personas, con importantes concentraciones en momentos determinados, con una respuesta extraordinaria por parte de la sociedad canaria. Pienso que ese proceso influyó en la consideración y percepción de este fenómeno por parte de una parte muy significativa de la población.

¿Las diversas comunidades étnicas se sienten integradas?

Debemos seguir avanzando en lograr el mejor contexto de convivencia, pues siempre depende tanto de las personas que se desplazan como de las de la sociedad de acogida. Obviamente hay migrantes que tienen menos dificultades porque comparten un mismo idioma, elementos culturales, costumbres, incluso porque existen vínculos históricos con sus territorios de referencia.

¿Los mensajes de algunos partidos generan un odio peligroso?

Por supuesto. Por eso tenemos que ser muy cautelosos al abordar este fenómeno e intentar explicar su génesis, desarrollo e implicaciones. Pero no solamente los partidos y Gobiernos, también los medios de comunicación o las organizaciones sociales con más capacidad de influencia. Nos compete a todos y debemos ser corresponsables del mejor tratamiento posible del fenómeno.

¿Se hace un trabajo suficiente en los países de origen?

Ahí creo que podemos mejorar, sobre todo con una labor más intensa y estructural de cara a que se consoliden sus procesos de desarrollo y la emigración no sea una imperiosa necesidad. Falta implicar a los inmigrantes que están con nosotros y han vivido la experiencia migratoria, para que, junto al conjunto social y a las instituciones, puedan ser más protagonistas en acciones que contribuyen de manera decisiva a la mejora de los territorios de referencia de estas corrientes migratorias, particularmente de las áreas que muestran mayor propensión a la salida de sus habitantes.