A las seis y cuarto de la tarde del martes, la botánica estadounidense Joanne Chory se encontraba ya "muy cansada". Había empezado el día con energía, pero el paso de las horas le fue pasando factura. Primero un encuentro con escolares, después una entrevista, luego una rueda de prensa y, por último, más entrevistas. La científica, que lucha desde 2004 contra el párkinson, pidió ayer quince minutos de "descanso" antes de conversar para esta entrevista.

Para Joanne Chory, las plantas son "atletas olímpicas". Absorben dióxido de carbono, como ninguna otra máquina puede hacer, y lo convierten en materiales útiles, como el azúcar. Pero por muchas capacidades que tengan los vegetales, afirma la prestigiosa botánica estadounidense, "no ganarán una medalla si no tienen un buen entrenador". Y eso, entrenar a las plantas, es justo lo que hace en su laboratorio del Instituto Salk de California. "Les decimos que tienen que capturar más CO2 transformándolo en un compuesto -la suberina, que es básicamente corcho- que hará que permanezca más tiempo en el suelo, y les decimos que tienen que producir más raíces y raíces más profundas. Así es cómo les ayudamos y así es cómo ellas nos ayudarán" en la lucha contra el cambio climático.

La bióloga del Instituto Médico Howard Hughes y profesora asociada de la Universidad de California en San Diego (marzo 1956, Boston) trabaja en el desarrollo de "superplantas" capaces de absorber hasta veinte veces más dióxido de carbono que los vegetales actuales.

La presión sobre su labor

Hay quienes ven en su línea de investigación una salvación al cambio climático que sufre el Planeta y ella es consciente de la "presión". "Tengo el peso del mundo sobre mis hombros. La solución debe venir de la propia naturaleza, pero no creo que lo vaya a hacer yo sola", dice, acompañando la frase de una sonrisa.

A pesar de su frágil estado de salud -el párkinson la ataca desde hace 15 años-, Chory es una mujer risueña, luchadora y tremendamente optimista.

Confía en poder acabar el proyecto de sus "superplantas" y en dejar a sus nietos un mundo mejor del que ahora ven sus entrañables ojos a través de unas gafas de fina pasta circular. "Si trabajamos mucho y duro, en unos 10 años se podrán vender semillas de plantas modificadas genéticamente a nivel global. Pero antes podremos aplicarlas en el ámbito local".

El tiempo

Joanne Chory cuenta que el Instituto Salk hace "todo lo posible" para que ella esté día a día en su laboratorio y también cuenta que la enfermedad ha llegado a su vida para recordarle que el tiempo es limitado. "Lo sabía, claro que ya lo sabía, pero esto me hace ser más consciente de la urgencia que hay... Tanto para mi como para todo el planeta. Ahora vivo cada uno de mis días como si fuesen el último", se sincera.

De Asturias nunca había oído hablar y en lo primero que pensó nada más sobrevolar el lunes el Principado fue en un "cuadro". "Cuando llegamos en avión desde Barcelona vi tantísimos matices de verde... Me pareció una escena pintoresca, era como si estuviésemos sobrevolando un lienzo. Y, bueno, hasta ahora todo el mundo ha sido maravilloso conmigo y hemos comido estupendamente".

Joanne Chory habla en plural, porque a su lado está su marido, el bioquímico Steve Worland. Siempre pendiente de cada paso, de cada torpe movimiento con el taca a taca. Además de por su esposo, la científica recogerá el viernes el premio "Princesa" arropada por uno de sus hijos -tiene dos-, algún buen amigo y su ayudante personal. En total serán seis. "Guau, guau" fue su reacción nada más conocer que era merecedora del galardón.