La Tierra ha vivido 114 años más que el Sol desde que desaparecieron los dinosaurios. Y esta pequeña diferencia a nivel astronómico no tiene que ver con el momento de formación de ambos -que ocurrió de forma simultánea hace 5.000 millones de años- sino que simplemente responde al peso de cada uno de estos objetos celestes y su influencia en la malla del espacio-tiempo. Esta ínfima variación en la edad entre el planeta y la estrella se ha podido comprobar gracias a datos recabados por el grupo de Heliosismología del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) que llevan 43 años intentando entender cómo funciona el Sol por dentro, o más concretamente, de los terremotos que ocurren en su interior.

Han sido justamente las variaciones en el color de la luz que llega desde el Sol hasta Observatorio del Teide los que han permitido comprobar una vez más las predicciones que Albert Einsten realizó hace más de 100 años. Y es que, aunque la diferencia en el color de la luz normalmente tiene relación con las vibraciones en el patrón del Sol -lo que está investigando este grupo- algunas veces ocurre como consecuencia de la interacción de la masa de estos objetos con el tejido del espacio-tiempo. Lo que provoca, en última instancia, que los relojes en la superficie de estos objetos corran con un ligero destiempo

"Sabíamos que este fenómeno existía desde hace años, pero verlo en directo es pasar de la ciencia ficción a la realidad", explica entusiasmado Antonio Eff-Darwich, uno de los miembros de este grupo de investigación del IAC. Recientemente, el físico ha publicado un artículo en la revista de divulgación científica Hipótesis donde ha puesto de manifiesto estos "extraños resultados". Unos resultados que constatan el fenómeno de la dilatación del tiempo.

El tiempo es relativo

Gracias a los datos recabados por el grupo de investigación que busca las variaciones sísmicas dentro de la estrella, se ha podido determinar que el tiempo debe transcurrir más lento cerca del Sol que de la Tierra, siempre y cuando se mida desde ella. Porque como también insistió Einstein en su teoría: "El tiempo es relativo" y depende del punto de vista del receptor.

Pero el descubrimiento que lleva fraguándose cuatro décadas en el Observatorio del Teide no acaba ahí porque los investigadores también han logrado conocer exactamente de cuánto tiempo estamos hablando. Y, aunque como insiste el investigador, la diferencia de 114 años entre ambos objetos es anecdótica, no deja de ser un dato hasta ahora desconocido.

En su Teoría de la Relatividad, publicada en 1915, el físico alemán afirmó que la presencia de masa o energía curva el espacio-tiempo, y esta curvatura afecta la trayectoria de los cuerpos móviles e incluso la trayectoria de la luz. Pero la realidad "no suele ser tan lógica".

La luz tiene siempre la misma velocidad por una malla espacio-tiempo curvada o recta. Es decir, no ve perturbada su velocidad por el campo gravitatorio que crea la masa de los objetos. La única explicación posible entonces es que el tiempo transcurra de maneras distintas cuando hay un campo gravitatorio intenso o débil.

"Es como si el universo usara trucos para mantener constante la velocidad de la luz", afirma Eff-Darwich. Esta "curiosa" situación, que parece resultar de un engrasado plan universal para no molestar a la luz en su desplazamiento, es lo que provoca que, ante un cambio en la estructura espacial, "se acelere el tiempo". Es decir, el universo se amoldará como pueda para mantener la velocidad de la luz a una constante de 300.000 kilómetros por segundo.

El límite está en la masa. "Ningún cuerpo puede llegar a tener esa velocidad", insiste el investigador. La luz puede porque está desprovista de esta característica al solo contener fotones, unas partículas que, en definitiva, no pesan. De ahí que, "mirando la superficie del Sol, se puedan percibir pequeñas variaciones de la luz debido a su vibración con la atmósfera", explica el investigador. A la Tierra ese fenómeno llega en forma de distintos colores. "La luz es azul si se acerca y roja si se aleja del campo gravitatorio del Sol", concluye.

Cambios de tonalidad

Estos cambios de tonalidad tienen que ver directamente con el cambio en el transcurrir del tiempo alrededor del astro. Concretamente, la onda asociada a una luz roja tiene una frecuencia de 450 billones de veces por segundo, mientras que la de un haz de luz azul es de unos 650 billones de veces por segundo. Por lo tanto, si una persona observara desde la Tierra un reloj que se encontrara el Sol, vería que después de un año, "ese reloj se habría retrasado un minuto".

"Lo más interesante", como comenta el físico, es que si la duración del tiempo depende de la intensidad del campo gravitatorio y el color de la luz viene dado por la frecuencia de la onda (número de veces por segundo), un cambio en el color de la luz (la duración del segundo) solo puede significar que "se ha modificado el tiempo cuando abandona o entra en un campo gravitatorio intenso".