Las visitas de barcos militares germanos a Canarias no se produjeron solo en el periodo de entreguerras, evidentemente. En 1908 ocurrió un hecho relevante en el trabajo emprendido por el joven historiador tinerfeño José Miguel Rodríguez Illescas. El hermano y el hijo del Káiser, Enrique de Prusia y Adalberto, respectivamente, encabezaron la expedición alemana que recaló en Tenerife con siete acorazados y un crucero de batalla. Rodríguez Illescas estima que unos 8.000 marineros recalaron hace 111 años en dicha Isla. Y su presencia en la capital tinerfeña coincidió con las tradicionales Fiestas de Julio, por lo que los mencionados germanos se sumaron a los festejos por la victoria sobre el almirante británico Horacio Nelson más de un siglo antes. Según reflejó la prensa de la época, Enrique de Prusia confesó al alcalde de Santa Cruz que observar y visitar el Teide había sido una de las experiencias más impactantes de su vida.

Y 109 años después de que su compatriota Alexander von Humboldt quedara maravillado ante la visión del Valle de La Orotava desde el Mirador que hoy lleva su nombre, Enrique de Prusia tuvo una percepción muy similar. Rodríguez Illescas manifiesta que dicho aristócrata no quería "boato ni pomposidades". Prefería no acudir a las fiestas organizadas en su honor, por lo que, en su nombre, iban su sobrino y oficiales de los barcos.

El hermano del Káiser quería disfrutar de la Isla como un turista más. Otros edificios históricos que conoció fueron el Castillo de San Cristóbal (que estuvo situado entre las actuales Plaza de la Candelaria y Plaza de España) o la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción. José Miguel Rodríguez Illescas recuerda que fue el Káiser quien financió el establecimiento de un observatorio en Las Cañadas del Teide y la visita de su hermano también sirvió para saber en qué se había invertido ese dinero.

Durante el siglo XIX y los primeros años del XX, las islas eran visitadas por turistas con un alto poder adquisitivo que ansiaban conocer la geografía, la flora, la fauna, los paisajes y las costumbres de sus gentes. En algunas ocasiones tal curiosidad "científica" se reflejaba en libros de viajes o numerosas imágenes. En otros casos, ese interés por reflejar determinadas singularidades de las islas o elementos que ya habían desaparecido en varias zonas del continente europeo también llevó a ciudadanos extranjeros residentes a efectuar excursiones que le sirvieron para dejar testimonio de las antiguas indumentarias del siglo XVIII que todavía pervivían en el siglo XIX en algunos enclaves de Tenerife. Este fue el caso de Alfred Diston, que, además de representante de una firma comercial, reflejó algunos elementos etnográficos. Su trabajo se considera actualmente de gran valor.