El auge de las máquinas inteligentes va a obligar al ser humano a cambiar en muchos aspectos para poder adaptarse a una forma de pensamiento algorítmico y numérico. Lo que nunca se llegó a estimar es que el propio humano estaría abocado a reencontrarse con las características que lo hacen justamente así. Porque nunca se pensó que estaríamos tan cerca de perder nuestra inteligencia emocional, nuestro pensamiento crítico o nuestra creatividad. Y menos, que una máquina sería capaz de auspiciarlo.

Es una realidad. Los niños nacen, como ya es común escuchar, con una tablet debajo del brazo. Aprenden directamente a relacionarse con un "ser inteligente que no es biológico", tal y como señaló Nuria Oliver, doctora en inteligencia perceptual del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Eso puede contribuir, como afirmó, por su parte, la experta en ética de la automatización, Lorena Jaume-Palasí, a que las nuevas generaciones olviden cómo relacionarse correctamente.

Ambas disertaron sobre las cuestiones éticas y tecnológicas de los nuevos sistemas inteligencia artificial que se están extendiendo en la sociedad durante la sesión de cierre del Foro Enciende el Cosmos, que se celebró ayer en el aulario del Campus de Guajara en la Universidad de La Laguna (ULL). En esta última sesión, el auditorio no consiguió la misma afluencia de público que el primer encuentro, pero destacaron entre los asistentes muchos más rostros jóvenes, quizás los más perjudicados por la revolución de las máquinas inteligentes.

Reencuentro humano

El reencuentro con el lado humano es probablemente el reto que se encontrarán esos niños de dos o tres años que hoy hablan a inteligencias artificiales como Alexa o Siri demandando servicios "sin pedir perdón ni gracias", incidió Jaume-Palasí. "Los sistemas se tienen que calibrar, pero nosotros también tenemos que hacerlo como seres humanos, las interacciones no pueden ser así", insitió Jaume-Palasí.

Para evitar esta desconexión con nuestro lado humano, la experta Nuria Oliver apostó por educar de forma obligatoria en inteligencia social y emocional, pensamiento crítico y creatividad porque "no lo estamos cultivando lo suficiente y, en la biología, lo que no usas, lo pierdes", remarcó. No obstante, "el inmenso reto educativo" también tiene que dar las herramientas a las generaciones futuras para entender a las máquinas, su lenguaje y sus códigos. La clave tiene nombre y apellidos: pensamiento computacional. "Pero no poner la tablet en un aula ni enseñar únicamente programación", destacó Oliver, quien estimó que esta asignatura -que debe concibirse como la lectura o las matemáticas en el currículo escolar- tiene que girar en torno a cinco competencias clave: los algoritmos, la programación, los datos, las redes y el hardware.

No obstante, las nuevas generaciones no son las únicas que necesitan formarse. Oliver considera que la educación en lo que supone la irrupción de la inteligencia artificial también tiene que llegar a los profesionales del futuro, en particular, y a la ciudadanía, en general. "La inteligencia artificial va a suponer una transformación profunda del mercado laboral, los empleos serán muy diferentes a los actuales", señaló la experta, por lo que estimó realmente prioritario "preparar a los profesionales para esta nueva realidad". En cuando al plano social, apostó por una mayor divulgación para procurar que los ciudadanos puedan tomar decisiones con respecto a los aspectos influidos por la inteligencia artificial; así como mostrar la potencialidad del aprendizaje profundo o deep learning a la clase política y la administración pública "porque el potencial es muy relevante" en la toma de decisiones.

Moderó el debate la periodista científica Mónica Salomé, que, desde su primera intervención, hizo hincapié en que, ante el uso masivo de la inteligencia artificial en la sociedad, donde cada vez es más común ceder datos de manera continua a asistentes personales como Alexa o Siri, utilizar traductores simultáneos o recibir recomendaciones según lo que una máquina piensa que nos va a gustar, se empieza a pensar en la "cara mala" de la que ya se considera la cuarta revolución industrial.

Creado sin pensar en el perjuicio

"Quienes la crearon solo pensaron en sus potenciales beneficios, como la cura del cáncer o la resolución de problemas complejos", señaló la periodista, que remarcó que "originalmente no existía esa visión negativa". Pero con el paso de los años, y especialmente desde hace una década, la sociedad ha empezado a hacerse consciente de los peligros que puede desentrañar que una máquina pueda llegar a tomar decisiones sobre nosotros.

Un aspecto que a nivel jurídico no es posible, como señaló Jaume-Palasí. "La decisión requiere autonomía, y eso significa que hay una intencionalidad, un radio de acción y actuación libre, las máquinas no hacen eso", explicó la experta. Jaume-Palasí recordó que, al fin y al cabo, siempre hay un individuo detrás encargado de la programación "que embulle en ellas prejuicios y expectativas culturales formalizadas en lenguaje matemático". No obstante, Nuria Oliver discrepó sobre esta concepción de la autonomía acuñada por su compañera de auditorio. "Son decisiones algorítmicas", afianzó Oliver, que insistió en que detrás de las recomendaciones de música de Spotify o de series de Netflix, no hay millones de personas tomando esas decisiones, "todo está basado en datos".

En este sentido, la sociedad no solo tendrá que aprender sobre los datos que cede continuamente a las inteligencias artificiales, también deberá decidir en algún momento "dónde quiere la asistencia y dónde no", como señaló Jaume-Palasí, pues se trata de "un problema a nivel antropológico". Lo que está claro es que el mundo ya no se puede entender sin que exista una inteligencia que sepa quiénes somos prácticamente desde que nacemos. Como destacó Oliver, "hay infinidad de preguntas éticas interesantes" que se deben resolver porque "tenemos que entender que a nivel de interacción y de ubicuidad, la inteligencia artificial ya forma parte de nuestras vidas".