Escalofriante. Esta es la palabra que mejor define lo que el 25 de agosto de 2010 sintieron los agentes de la Brigada de Policía Científica del Cuerpo Nacional de Policía cuando llegaron a la tercera planta de la pensión Padrón, en Santa Cruz de Tenerife, y traspasaron las puertas de las habitaciones 302 y 306.

Una llamada de teléfono, realizada antes, sobre las dos de la tarde, había alertado a la Policía del hallazgo de unos huesos, presumiblemente humanos, entre dos colchones de una desvencijada cama. Sobre ellos se habían apilado también unas maletas de viaje, ropa desperdigada y muebles atrabancados, unos encima de otros. Cuando se procedió al levantamiento del cadáver esqueletizado "se cayeron los huesos de uno de los pies, se recogieron y hubo que atar con cinta americana los dos colchones para no perder más restos por el camino antes de llegar a la mesa de autopsias", revela Francisco Javier González Delgado, subdirector del Instituto de Medicina Legal de Santa Cruz de Tenerife quien, junto al patólogo forense Ángel Luis Pérez Martínez, se encargó de realizar la autopsia.

"Cuando despegamos los dos colchones y vimos el esqueleto, no podíamos creernos que se hubiera imprimido en las caras internas de los colchones una especie de negativo del cuerpo con sus tejidos blandos mientras iba descomponiéndose con el paso del tiempo", añade el jefe del Servicio de Patología Forense.

Hoy, nueve años después, el nombre de la pensión Padrón regresa a los titulares de la prensa canaria y de toda España tras conocerse que el hostal fue escenario de otro asesinato y, aunque este se cometió en junio de 2009, el caso acaba de conocerse. Además, la Policía atribuye los dos crímenes al mismo autor: José Antonio Luis Aguiar, un reincidente al que la Policía apodó El Jala, por sus iniciales.

Aunque desde hace una década, han sido muchos los que se refieren a la pensión Padrón como la pensión de los horrores, el viejo inmueble ha seguido funcionando durante unos años más. De hecho, vecinos de la zona señalan que "sigue teniendo clientes, porque veo entrar y salir gente del edificio, pero tengo entendido que ya no se anuncia".

En el verano de 2010, la habitación 302 de la pensión Padrón se había convertido en una especie de trastero, cerrado al público mientras ocultaba un terrible secreto: los restos humanos de un hombre de mediana edad que, como se supo luego tras practicarle la autopsia, había sido "maniatado, amordazado y torturado durante días" antes de que su verdugo le clavara un destornillador que le perforó el pecho para acabar con su vida.

La investigación pericial confirmó que el crimen se había cometido a principios de enero de ese año, aunque las torturas y el asesinato se habían ejecutado en la habitación 306, siendo trasladado el cadáver posteriormente a la habitación 302. En esas habitaciones convivieron, entre otras personas, toxicómanos junto a un esqueleto sin que la pestilencia les hubiera supuesto un problema para chutarse o dormir la mona.

Transcurrieron más de ocho meses sin que ninguno de los peculiares habitantes del edificio se percatara de que junto a ellos había un cadáver en descomposición. Y aún se tardarían muchos meses más en identificar a la persona a la que pertenecían aquellos restos óseos. Sin embargo, los agentes de Policía que se hicieron cargo de la investigación tras el hallazgo asumieron como prioridad el esclarecimiento de este crimen y, para ello, urgía ponerle nombre y apellidos a aquellos huesos.

Aunque la Policía sospechaba de la identidad de la persona a la que podrían corresponder estos restos óseos tras entrevistarse con algunos de los moradores de la pensión, no se pudo llegar a una identificación plena hasta que se cotejó la numeración de dos placas de metal atornilladas a una pierna y un hombro de la víctima, además de tomar muestras biológicas para un posterior análisis de ADN.

Los dos implantes de metal fueron puestos en un hospital de Castellón en el transcurso de una operación quirúrgica y gracias a ellos se pudo identificar al paciente ya que los implantes tienen códigos alfanuméricos que identifican al paciente. La Policía Científica se puso en contacto con la fábrica y con el registro de ventas se localizó el centro hospitalario que los compró. Por su parte, el hospital identificó las dos placas de metal y al paciente al que se las colocaron.

Era Ángel Bermejo. Con el nombre ya conocido se contactó con un hermano suyo para cotejar el ADN extraído de los huesos hallados en la pensión Padrón, resultando positiva la identificación.

Fue en junio de 2011 cuando, conocidos estos resultados se dio caza al asesino de Ángel Bermejo. Era José Antonio Luis Aguiar. Con 33 antecedentes policiales y penales. El Jala acabó siendo sentenciado a 17 años y medio de prisión por este asesinato a pesar de que la Fiscalía solicitó una pena de 40 años de privación de libertad. El Ministerio Fiscal pedía ocho años por un delito de detención ilegal continuada; 12 años por tres delitos de robo con violencia y 20 años más por un delito de asesinato. Además, el Ministerio Público consideró que el acusado debía abonar una multa de 360 euros por tres faltas de lesiones.

En la reducción de condena que se le impuso a José Antonio Luis Aguiar, tuvo que ver el excelente trabajo desarrollado por el letrado Alfonso Delgado, quien ejerció la defensa por el Turno de Oficio y sembró las dudas en el tribunal de la Sección Sexta de la Audiencia Provincial ante la imputación de la Fiscalía por las lesiones graves o torturas y los delitos de robo con violencia.

Esta sentencia se hizo pública el 26 de enero de 2013, el mismo año en que la hija de Adoración de la Cruz Vera Rodríguez interponía una denuncia por la desaparición de su madre, un asunto que en aquel momento nadie relacionaba con El Jala.

El pasado lunes, el nombre de José Antonio Luis Aguiar volvió a sonar para "temor" de muchas de las personas que se cruzaron con él antes de su último ingreso en prisión. Ha sido ahora cuando ha trascendido que el Grupo de Homicidios del Cuerpo Nacional de Policía le investigaba desde 2016 en relación con la desaparición y muerte violenta de Adoración de la Cruz, cuyo cadáver se encontró de manera fortuita tras un incendio en el barranco de Santos a finales de aquel año. Los restos humanos se hallaron dentro de un petate militar y solo el ADN de los huesos vinculó los restos hallados con la mujer que había denunciado la desaparición de su madre tres años antes.

Los resultados del análisis se compararon con una gota de sangre hallada en 2010 en la habitación 306 de la pensión Padrón. Una gota que hasta la fecha nadie sabía de quien podía ser.

En 2010, la pensión Padrón era ya un establecimiento de hospedaje venido a menos por el descuido de sus propietarios, un matrimonio de avanzada edad. Ella con demencia senil y él, dedicado por completo a su hobby de radioaficionado, se refugiaba en un cuartucho de la azotea del edificio con sus aparatos. La anciana pareja tenía varios hijos, aunque solo uno de ellos parecía ser el encargado de gestionar el alojamiento de huéspedes como mejor sabía, pero con menos control del que debía.

Y es que todo aquel que quisiera entrar en la pensión Padrón solo tenía que llamar al timbre de la puerta para que le abrieran. Situado en el 114 de la Avenida Islas Canarias, una vía principal que bordea el centro de la capital tinerfeña. Un sucio hostal situado a escasos metros de las vías del tranvía, muy cerca de la parada de la Cruz del Señor, y frente al elitista Club de Tenis de la Avenida Bélgica, una sociedad privada deportiva a la que acude parte de la clase pudiente de la Isla a jugar a la pelota. Sin embargo, tras la fachada de la pensión Padrón se ocultaban algunas de las miserias humanas más dantescas y terribles que uno sea capaz de imaginar. Historias dramáticas, vidas truncadas y malogradas.

La pensión Padrón tiene tres plantas y en las dos primeras se alojaban por entonces clientes de paso a los que se les cobraba de forma reglada su estancia, pues el hostal tenía los permisos de actividad en vigor y rubricados por el Cabildo de Tenerife y el Ayuntamiento capitalino, como mostraban los administradores del negocio en un cuadrito con cristal en el zaguán del edificio.

El tercer piso era otra cosa. Sin agua y sin luz, esa era la planta en la que se refugiaban personas que no tenían otro techo bajo el que cobijarse. Algunos pagaban la "voluntad" de un euro, otros ni siquiera eso. Entraban y salían a hurtadillas, aunque no fuera necesario esconderse porque nadie les iba a perseguir por dejar de abonar la cuenta.

Eran personas muy diversas, pero muchas de ellas callejeaban por la ciudad de Santa Cruz pidiendo limosna para conseguir una dosis de droga, cervezas o vino de cartón con los que aliviar el hastío de un día más de su desafortunada existencia.

Para comer, cuando se acordaban de hacerlo, acudían por la mañana al cercano Albergue Municipal, en la calle Azorín, donde cogían una bolsa con un bocadillo y una pieza de fruta. Otros ganaban el dinero delinquiendo allí donde veían la oportunidad de hacerlo. Sin embargo, con ellos también convivían personas que percibían del Estado un subsidio, incluso algunas de ellas, cobraban lo suficiente como para llevar una vida desahogada alejada de ese ambiente. Pero, sea por la razón que fuera, un día quedaron atrapadas sin poder huir ni luchar contra sus fantasmas.

Ese era el caso de Ángel Bermejo Beltrán. Nacido en Zaragoza el 3 de noviembre de 1955, desde pequeño estudió música -al igual que su hermano y hermana-. Ingresó en el Ejército y formó parte de la Banda de Música de la Academia del Ejército de Tierra, en su ciudad natal. Tras unos años como militar, comenzó a deambular de ciudad en ciudad sin que su propia familia acertara muy bien las razones por las que se marchó. Tenía esposa y un hijo, y estuvo en Madrid y Valencia antes de llegar a Tenerife, donde perdió el contacto con su familia desde hacía más de 20 años. Lo que no perdió fue su pasión por la música con la que obtenía algunos ingresos extra tocando el acordeón por las calles de Santa Cruz.

Ángel Bermejo percibía dos subsidios mensuales -uno de Protección Familiar con 339,70 euros y otro del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) por una cuantía de 624,30 euros, lo que hacía una suma total de 964 euros al mes que eran codiciados puntualmente por quien acabó siendo su verdugo, José Antonio Luis Aguiar.

Aunque no quedó demostrado jurídicamente en el juicio que El Jala le robara el dinero mes tras mes, quienes les conocieron lo sabían y así lo declararon durante el juicio además de las pruebas de las cámaras de videovigilancia de los cajeros automáticos o las sucursales bancarias a las que acudían ambos. Los testigos manifestaron que El Jala ponía siempre el ojo en este tipo de personas de las que sabía que contaban con algo de dinero "para robárselo y pillar drogas".

Algo parecido pudo ocurrirle a Adoración de la Cruz Vera Rodríguez, quien recibía una ayuda social cercana a los 400 euros mensuales, según señalaron fuentes de la investigación. Los agentes del Grupo de Homicidios han podido determinar que la muerte de esta mujer tuvo que producirse en junio de 2009, ya que desde esa fecha no se había producido ningún movimiento o reintegro en su cuenta bancaria que, en las fechas en las que su hija formuló la denuncia, tenía unos 20.000 euros. La autoría de la desaparición se vincula con El Jala.

En el caso de Ángel Bermejo, la Fiscalía sostuvo que a tenor de los informes policiales y forenses, José Antonio Luis Aguiar retuvo a su víctima a la que privó de libertad sin dejarla salir de la habitación 306 durante los últimos tres meses de 2009 y principios de enero de 2010. El acusado sometió a Ángel Bermejo a frecuentes palizas y le atemorizó para doblegar su voluntad y robar el dinero que cobraba de las dos pensiones de las que era beneficiario, hasta que le dio muerte en la primera semana de 2010. El Jala había salido de prisión en abril de 2009 y se refugió en la pensión Padrón donde no tardó en empezar a cometer sus fechorías de nuevo.

A finales del verano de 2009 cuando El Jala conoció a Ángel Bermejo en el albergue municipal de Santa Cruz de Tenerife. Ambos iban también al Centro de Atención para Drogodependientes (CAD) de la calle Horacio Nelson y José Antonio convenció a Ángel para que se instalara con él en la pensión. Poco tiempo después, el trato amigable de José Antonio hacia Ángel se tornó dominante y violento.

En diversas ocasiones lo desnudó, lo ató por los pies y manos a una de las camas y le tapaba la boca con telas o papeles para evitar que pudiera gritar para pedir auxilio. Luego lo dejaba encerrado en la habitación bajo llave hasta que regresaba para continuar con las palizas, como relató el fiscal.

Las únicas ocasiones en las que le dejaba salir era cuando ambos tenían que recoger sus dosis de metadona, comer en el Albergue Municipal o para obligar a Ángel a sacar dinero de su cuenta corriente para luego robárselo. A pesar del férreo control, Ángel logró escapar varias veces, ocasiones que siempre aprovechó para contar a alguien lo que le sucedía, aunque nunca se acercó a una comisaría para formalizar denuncia alguna.

Ángel encontró la oportunidad para confesar el calvario que sufría cuando los médicos le curaban sus heridas tras cada nueva agresión; con los vigilantes del Albergue Municipal y con el personal del CAD. No obstante, El Jala se las ingeniaba para encontrar de nuevo a Ángel y volverlo a encerrar en la habitación 306.

Hematomas, contusiones en la cara y espalda, erosiones en cuello, zona lumbar, equimosis múltiples o costras en los pómulos son algunas de las lesiones observadas y tratadas por los médicos de los centros de salud a los que acudía cuando escapaba de su captor. En una de estas intervenciones médicas, Ángel fue trasladado al Hospital de Nuestra Señora de la Candelaria.

"Las palizas no tenían otro fin más que arrebatarle el dinero que Ángel. El acusado le obligaba a retirar de los cajeros automáticos todo el dinero que le permitía el límite de sus tarjetas de crédito, detalle que está avalado por los extractos bancarios. Antes de conocer a José Antonio, Ángel retiraba siempre pequeñas cantidades de dinero".

El inspector de Policía que se hizo cargo de las investigaciones de este caso reveló que José Antonio Luis "también fue condenado por maltratar y retener a otras tres mujeres con las que mantuvo relaciones sentimentales y con las que empleó métodos de violencia similares a los que sufrió Ángel Bermejo Beltrán antes de morir. Estas mujeres le denunciaron por maltrato, detención ilegal, intimidación y agresión; por dejarlas encerradas y quitarles la documentación. Es decir, que el acusado había reproducido con anterioridad, y con varias personas, lo que le hizo a Ángel Bermejo", declaró el investigador quien añadió: "No tengo ninguna duda de que José Antonio es el autor de todo lo que se le acusa".

Eso sería lo mismo que le ocurrió a Adoración de la Cruz Vera Rodríguez en junio de 2009.

Entre abril y junio de 2009, Adoración de la Cruz y José Antonio Luis Aguiar convivieron juntos. El Jala había salido de la cárcel y poco tiempo después, él y Adoración se hicieron pareja, compartían dormitorio y se les veía por la calle juntos. Ella desconocía que aquella persona, presuntamente, acabaría con su vida poco tiempo después.

En la habitación 306 la golpeó y parte de la sangre llegó hasta el techo, de donde se pudo recoger muestras de una gota a pesar de los esfuerzos de José Antonio Luis Aguiar por intentar eliminar todo rastro de este crimen y del que cometería seis meses más tarde. Limpió las paredes, camastro y algunos muebles de la habitación que habían quedado impregnados con la sangre de sus dos víctimas.

El Cuerpo Nacional de Policía le imputa ahora haber estrangulado a Adoración de la Cruz, según muestra el informe forense que señala "una rotura del hueso hioides". Tras matar a Adoración, dejó que pasaran tres días hasta que desapareció el rigor mortis del cuerpo y así poder manipularlo mejor. Como era una mujer de baja estatura, logró introducirla en un petate y este, a su vez, lo metió en un segundo.

Según desveló la Policía Nacional el pasado 23 de septiembre, José Antonio hizo fotografías de la habitación con el cuerpo de Adoración de la Cruz a medio introducir en la bolsa militar. Este documento gráfico se pudo recuperar gracias al trabajo de técnicos en tratamiento de imágenes e inteligencia artificial. Más tarde, el condenado por el asesinato de Ángel Bermejo Beltrán y ahora nuevamente acusado por el asesinato de Adoración de la Cruz, llevó el cadáver a una cueva del barranco de Santos, donde sería encontrado siete años más tarde, el 5 de noviembre de 2016 en las labores de extinción de un incendio provocado en la maleza del citado barranco.

Tras conocerse este nuevo crimen, muchos tinerfeños se preguntan si son los únicos asesinatos que llevan la firma de El Jala.