Groenlandia es un paraíso único en el mundo. Pero sus aguas cristalinas, paisajes idílicos, el crujir de sus icebergs en el total silencio y su distancia -real y metafórica- del barullo de la sociedad moderna, están en riesgo. El cambio climático no está ayudando a conservar la blancura del paraje, y una de las razones son los plásticos, grandes y pequeños, que se cuelan por su terreno, sus costas y sus icebergs del tamaño de rascacielos. De ahí que, lo que en principio se había configurado como una aventura montañera de un grupo de especialistas canarios, se haya convertido en una acción medioambiental que permitirá el avance del conocimiento científico.

Los tinerfeños Pedro Millán, Antonio López y el palmero Julio Alberto Pérez se embarcaron el pasado agosto en una aventura que, en muchos sentidos, cambiaría su forma de percibir la sociedad. Su idea principal era viajar hasta la gran isla que separa el océano Atlántico y el océano Glacial Ártico, para escalar su escarpado terreno compuesto principalmente por grandes extensiones de hielo, y así visualizar sus paisajes desde la altura.

Pero Millán, consciente de las consecuencias que la crisis climática está teniendo en el espectacular paraje, quería que su viaje aportara algo más. Desde hace años los investigadores han determinado que Groenlandia está sufriendo un deshielo que no tiene fin. El incremento de las temperaturas en toda La Tierra está suponiendo que el 63% de sus glaciales estén en retroceso y que ya se contabilice en miles de toneladas la pérdida del 30% del hielo que ha sufrido.

Desde ese momento se puso en contacto con el doctor en Ciencias del Mar por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Aridane González, que le comentó que podrían incorporarse al equipo de Vicente Castro y su velero, en una expedición científica para recoger microplásticos del mar y los glaciares de la región. Bajo la premisa de que "las cosas que pasan en Groenlandia afectan a Canarias" -ya que el aumento de las temperaturas influirá en las especies marinas y en la dinámica meteorológica de las Islas-, los montañeros se sumaron a la expedición conscientes de la oportunidad que significaría poder pasar 16 días navegando por los peligrosos e inhabitables fiordos de la zona sur de la isla helada.

Pero ni la vertiente científica ni la montañera han sido tan determinantes como el valor humano que les ha aportado esta experiencia. En aquella pequeña embarcación -de apenas 12 metros-, arropados por un silencio en ocasiones sobrecogedor y sumidos en la inseguridad del aislamiento en un mar cambiante y peligroso, se sucedieron largas charlas sobre el mar, la montaña y los peligros a los que se enfrenta la sociedad, que cambiaron en muchos aspectos la forma de afrontar la vida de estos tres deportistas.

Julio Alberto Pérez, lo califica como una "experiencia sensorial" totalmente diferente a cualquiera que pueda estar al alcance de la vida diaria de una persona. "El frío, los espacios y el terreno" se convirtieron en compañeros de viaje de los canarios, llegándoles a brindar la oportunidad de ver uno de los fenómenos naturales más fascinantes del planeta: las auroras boreales.

En su travesía también pudieron conocer de primera mano las costumbres y las dificultades sociales de los inuit. Así como de la gestión de residuos de los pocos residentes de la región. Una gestión que estaba muy lejos de la excelencia. Al estar tan alejados, los pocos moradores de pueblos asentados en las costas de Groenlandia acumulan toda la basura que pueden cerca del mar para que, en cierto momento, un barco los recoja y los lleve a Nuuk, la capital, donde los queman.

Aunque puedan resultar inofensivos, los plásticos que pasan tiempo descomponiéndose con la radiación solar también emiten gases de efecto invernadero a la atmósfera. Algo que, junto a la llegada de microplásticos a sus mares debido a las corrientes marinas, están convirtiendo a Groenlandia en uno de los escenarios más afectados por la crisis climática.