Tras su caparazón de metal, una lata de refresco oculta mucho más azúcar de lo que se podría creer. En algunos casos, como en las gaseosas más vendidas, una sola unidad de esta bebida es suficiente para duplicar los límites de ingesta diarios de azúcar recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En otros, como las bebidas energéticas, la cifra se cuadruplica. ¿Tiene sentido, pues, aplicar el mismo impuesto para todas las bebidas sin tener en cuenta la cantidad de azúcar que contienen? Un nuevo estudio publicado en la revista Science argumenta que no. "Los impuestos correctivos deberían ser proporcionales al daño", zanjan los autores de esta propuesta.

El razonamiento es simple. Cuanto más azúcar, más consecuencias para la salud. Y, por lo tanto, más necesidad de tomar medidas para acotar estos riesgos. Una reciente investigación publicada en la revista científica JAMA encuentra una correlación directa entre el consumo recurrente de refrescos (dos o más al día) y un aumento de la mortalidad prematura (un hábito que a su vez suele estar relacionado con un estilo de vida poco saludable). Este nuevo dato, lejos de zanjar el debate, abre la puerta a seguir investigando sobre los riesgos del exceso de dulcificantes, diseñar nuevas medidas para reducir su ingesta y concienciar a la población para un consumo responsable.

"El consumo de bebidas azucaradas no debería ser la norma, sino la excepción", comenta Dora Romaguera, miembro del equipo responsable de este último estudio. La investigadora argumenta que, en lo que a consumo de refrescos se refiere, es indispensable que prime la moderación. Es decir, limitar la ingesta de estas bebidas a menos de una vez a la semana y, a su vez, alertar a aquellas personas que han sustituido del todo el agua por los refrescos.

"Desde la Administración debería regularse la oferta de este tipo de bebidas. No se puede, por ejemplo, ofrecer un producto insano centros escolares o sanitarios, es contraproducente", comenta la investigadora afiliada al Ciberobn (Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición) y al IdISBa (Instituto de Investigación Sanitaria Illes Balears).

Alternativas

El consumo excesivo de azúcares añadidos, por encima del 10% de la ingesta calórica de un individuo, se ha asociado con un mayor riesgo obesidad y otras enfermedades crónicas como la diabetes (de tipo 2) y algunas alteraciones metabólicas y cardiovasculares. Esta cifra hace referencia a la cantidad total de azúcar libre que consumimos. Entonces, ¿por qué la mayoría de compañías están enfocadas solo contra los refrescos? "Los refrescos son productos excesivamente azucarados que consumimos en un periodo corto de tiempo, por lo que la sobrecarga de azúcar que aportan es inmediata. Además, este tipo de bebidas solo aportan calorías vacías", explica Carmen Cabezas, subdirectora general de Promoció de la Salut del departament de Salut y especialista en medicina preventiva y salud pública.

Hasta el momento, los impuestos a las bebidas azucaradas se han planteado como una herramienta para incentivar a los consumidores a cambiar sus pautas de consumo y, desincentivados por el aumento de precio, para que empiecen a sustituir estos productos por otros más saludables. Aun así, los expertos reconocen que los impuestos al azúcar son un parche temporal y complementario a las políticas de concienciación y educación.

"Los impuestos son la medida de coste y efectividad más eficiente de la que disponemos. Pero el objetivo es fomentar entornos que promuevan la salud en los que las personas puedan disponer siempre de la opción más saludable", añade Cabezas, quien también explica que las directrices sobre la lucha contra los excesos del azúcar vienen marcadas por autoridades como la Organización Mundial de la Salud.

La letra pequeña de los envases

Un debate que tal vez no suponga ninguna novedad para los expertos puede que sí lo sea para el consumidor medio que acude al supermercado. Es allí donde muchos se topan con las incógnitas que surgen a raíz de la falta de educación en la lectura (e interpretación) de las etiquetas nutricionales. Y el pasillo de los refrescos lo sabe.

La cantidad de azúcar que contienen los refrescos aparece medida, generalmente, por cada 100 gramos. En una lata de Coca Cola, la cantidad de azúcar por cada 100 mililitros es de 10,6 gramos. Esto, a priori, puede confundirnos a pensar que la cantidad de azúcar que creemos consumir en una lata es hasta tres veces inferior a la real, ya que la medida estándar suele ser de 330 mililitros y, por lo tanto, la cantidad total de azúcar que integra es de 35 gramos.

Una rápida ojeada por las estanterías muestra que los refrescos de marca blanca suelen superar a las marcas originales en cantidad de azúcar. Por ejemplo, Fresh Gas, sustituto de Hacendado para Fanta, contiene unos 25 gramos de azúcar en una lata, mientras en el original se reduce casi a la mitad con unos 15 gramos por unidad. Las bebidas energéticas se coronan con Burn, que contiene 75 gramos de azúcar en una lata de medio litro. Y no solo peligran los refrescos. La horchata, que puede llegar a contener más de 100 gramos en una botella de un litro; o los zumos Sunny, con 156 gramos de azúcar en botella de litro y medio, son otros ejemplos. Las bebidas ecológicas o bio, asociadas con una alternativa más saludable en cuanto a contenidos azucarados, también pueden superar a algunos refrescos convencionales. En un litro de refresco bio de la marca Hollinger hay casi el doble de azúcar que en la misma cantidad de Fanta. Eso sí, la Fanta es de los refrescos convencionales menos azucarados.

La moraleja es que, más allá de la tendencia a un consumo responsable en lo que a azúcares se refiere, casi todo lo que ingerimos lleva suficiente glucosa o fructosa para que hacer enfadar a la OMS sea pan comido, valga la redundancia.