Pese a que en España las grandes redes de explotación sexual las sufren solo mujeres, también hay hombres que se ven obligados a ejercer la prostitución no por coacción, sino porque no tienen más remedio. Lejos del glamur del gigoló, el sexo de pago masculino tiene también su cara B. "No tengo papeles y no encontraba trabajo. Tomé la decisión de prostituirme para no acabar en la calle", explica uno de estos hombres a este periódico, quien prefiere no revelar su identidad. Hace apenas un mes este joven decidió huir de su país, Colombia. "La situación actual con las guerrillas ha cambiado, pero sigue habiendo mucha violencia, hay mucha inseguridad, decidí venir a Barcelona para empezar de cero con más oportunidades", relata. Compró un vuelo. Solo. Y a finales de julio aterrizó en El Prat. Nada más llegar fue directo a la Oficina de Extranjería para solicitar el asilo como refugiado, como ya han hecho 8.600 personas de su país este año en España. El problema es que le han dado hora para enero del año que viene.

Hasta entonces es un inmigrante irregular sin derecho a ninguna ayuda social ni tampoco permiso para residir ni trabajar legalmente en España. Él había traído dinero para aguantar los primeros días, pero enseguida vio que no era suficiente para pagar una habitación en Barcelona durante seis meses. Buscó trabajo "de lo que fuera".

No encontró nada.

El peor momento

"Todo el mundo me pedía el permiso de trabajo, pero yo no tengo papeles", señala. Y al final llegó el momento que él considera uno de los peores de su vida. "Tuve que tomar la horrible decisión de prostituirme, era esto o acabar durmiendo en la calle", dice visiblemente afectado. A este colombiano no le gustan los hombres, así que primero probó anunciándose en webs de prostitución para mujeres: "No hay mucha demanda, así que no me quedó otra que la prostitución masculina". En este sector, dice, hay muchas más peticiones. En tan solo dos semanas de estar anunciado en una página de prostitución masculina ya ha tenido dos clientes.

"Te obligan a drogarte"

El problema, asegura, es la competencia. "Ya has visto la cantidad de anuncios que hay, tienes que estar muy en forma, mantenerte porque si no nadie te va a contactar y al final yo necesito pagar mi alquiler", señala. Insiste en que este mundo le desagrada por completo. "Tienes que fingir que te está gustando cuando no es verdad, te tienes que acostar con gente con la que nunca te acostarías", se sincera. Aunque asegura que lo peor de todo es la droga. "Te obligan a tomar drogas como cocaína o pastillas. Yo no quería acabar así, pero no he tenido otra alternativa", explica.

No solo es esclavo de su pobreza, también lo es de sus clientes. "Necesito que me valoren positivamente en la web ya que la competencia es feroz, y esto me puede llevar a hacer cosas que ahora mismo no querría hacer", teme. De momento, siempre exige lo mismo a quienes han pagado por sus servicios, 100 euros. Tiene miedo, por ejemplo, de que le pidan practicar el sexo sin preservativo. "Pero lo tendré que hacer", susurra con un suspiro avergonzado.