Con solo 30 años, a Georgina Ortiz le dijeron que nunca podría tener hijos de forma biológica. Padecía el virus del papiloma humano (VPH). En su caso, la infección se hallaba en un estado que podía derivar en cáncer de cuello uterino, razón por la que su ginecóloga le informó de que tenía que someterse a una histerectomía (extirpación del útero), intervención que la iba a dejar estéril de por vida. En ese momento, algo «hizo clic» en la cabeza de esta mujer, que siempre había deseado ser madre, aunque no había decidido cuándo. «Ahora o nunca», pensó; y en un arrebato decidió que había llegado la hora de quedarse embarazada.

Como no tenía pareja, Ortiz vio en la reproducción asistida la mejor forma de lograr su objetivo. Este, sin embargo, se vio frustrado en un primer momento, y es que la respuesta de la unidad de reproducción asistida de su clínica fue un no rotundo. Se trataba de una cuestión ética; no quisieron dejar embarazada a una mujer con VPH. «Era un riesgo para mí y para el bebé», comenta. Pero no se rindió. Es más, sacó la artillería pesada: «Les dije que, si no me embarazaban ellos, lo haría yo con cualquiera». Así, finalmente, accedieron a practicarle un único intento mediante fecundación in vitro. Para ello, la mujer tuvo que desembolsar cerca de 10.000 euros, que consiguió pidiendo un crédito al banco.

Fruto de aquella intervención nació Emma, una niña rubia que ahora tiene 4 años. Lo más curioso de la historia es que, tres meses después de dar a luz, su madre descubrió que su cuerpo había eliminado el virus del papiloma. Se había curado. Un feliz final que puso la guinda a un proceso que Ortiz vivió con ilusión y que nunca le importó compartir con su entorno.

Con algo menos de júbilo explica su historia Alba, nombre ficticio porque prefiere salvaguardar su identidad. Se trata de una mujer de 34 años que, debido a una alteración en el semen de su pareja, de 43 años, se está sometiendo a un tratamiento de fecundación in vitro con microinyección espermática, tras varios meses de intentos fallidos de quedarse embarazada de forma natural. Por ahora, esta pareja ha decidido no compartir con casi nadie este procedimiento. Solo lo sabe la familia más cercana. «No queremos contarlo con ilusión porque, si después no funciona, tendremos que explicar que la cosa ha ido mal. Lo diremos cuando sepamos que todo va bien. Quedará en una simple anécdota», cuenta Alba. Este es un pensamiento muy común, según el doctor Buenaventura Coroleu, de Dexeus Mujer, quien detalla que a menudo a las pacientes les inquieta que los métodos no sean efectivos en sus casos.

No obstante, el hecho de no hablar del asunto no libra a esta pareja de las preguntas sobre un posible embarazo, algo que les genera malestar. «Nunca sabes qué hay detrás de cada pareja, si está intentando tener un hijo pero no lo consigue o si ha tenido un aborto, por ejemplo. Ahora me doy cuenta y jamás volveré a hacer este tipo de preguntas», sentencia.

Según la psicóloga Sandra García Lumbreras, es un error no compartir el proceso con familiares o las personas más cercanas. La experta subraya que así se consigue normalizar y «no acabar viéndolo como un problema».