El rescate de los accesorios del buque Valbanera tiene lugar en febrero del año 1993 en la línea de cayos existente entre Cuba y Florida. Lo patrocina el Archivo de Indianos en Colombres, Asturias, a solicitud de Fernando J. García, un técnico de peritaciones marítimas y especialista en el mundo de los naufragios, que cuenta con varios libros publicados al respecto y que hoy conocemos bien por sus frecuentes apariciones como colaborador de televisión en el programa Cuarto Milenio.

A través de otro periodista canario, José Barrera, se conocen Eduardo Vera y Fernando García en Las Palmas. Este último le pide hacerse cargo de dirigir la expedición submarina. A las dotes de Fernando en organización y ejecución del proyecto, se sumaba la reconocida experiencia de trabajo en el submarinismo especializado en el rescate de barcos hundidos, que tenía Eduardo. Por entonces, no contaban aún con un patrocinador.

El trámite de la documentación

Tras cerrar el patrocinio con el Museo de Indianos, Fernando traba contactó con un abogado de Miami (que por entonces cobraba en dólares 30.000 pesetas la hora), para tramitar la documentación necesaria para las extracciones. El Valbanera no llevaba otra cosa que vino y aceite, trayendo café y algunos otros productos a su vuelta de América. Sin tesoros como los galeones españoles y buques similares, no era en realidad una búsqueda apetecible, ni siquiera para los submarinistas. El único interés seguían siendo el de dar respuesta al misterio de lo sucedido.

Otro agente americano, Admiral Busby, fue contratado como enlace y suministrador de la logística necesaria. Meses después, arranca la aventura. Vía Madrid vuelan a Miami, Estados Unidos, un miembro del Archivo de Indianos, Daniel Obeso, para supervisar las cuentas; Fernando García desde Málaga; y Eduardo Vera desde Las Palmas. Alquilan un coche y por el Puente de las Siete Millas llegan por fin hasta Cayo Hueso.

Dos buceadores de apoyo

Al día siguiente se ven con Busby y cierran la operación con el capitán del barco que les llevará al Valbanera y dos buceadores de apoyo. Al amanecer del día siguiente abandonan el hermoso muelle de madera de Cayo Hueso, rumbo al sureste 40 millas, más de dos horas en una embarcación con dos motores de 200 caballos, a tope todo el tiempo. En el trayecto se cruzaron con los barcos de Mel Fisher, un buscador de barcos hundidos con unos equipos que removían las arenas de los fondos a la búsqueda de navíos hundidos con la ansiada carga de oro y plata.

A su llegada, una boya con luz señalaba la presencia del Valbanera. Aunque se conocía el paradero del buque que protagonizó la mayor tragedia de la emigración canaria desde diez días después de su desaparición, lo que ofrecía el mar 73 años después no era otra cosa que un navío que seguía enterrándose progresivamente en la arena. En definitiva, un Valbanera escorado de estribor y hundido de popa, con la proa sumergida a cinco metros bajo la superficie del agua. Según el informe oficial del guardacostas que lo halló por primera vez, no hallaron en él otro resto humano que un solo cráneo. Da mucho que pensar de la fiabilidad de dicho documento.

Visibilidad espantosa

De nada servía ya. Los tres buzos se lanzaron al agua. La visibilidad es espantosa. Hace un frío terrible. En la primera inmersión se topan con un mero gigante de unos 150 kilogramos. Los buzos se quedan mpresionados ante el ejemplar. Y se centran su búsqueda de algún ojo de buey. Pero el barco está totalmente recubierto de una capa de coral. Responden utilizando unos guantes con protección de kevlar. Golpean una y otra vez sobre cada sitio posible. Y a martillo y escoplo, dos horas después, logran por fin extraer uno.

Las condiciones del barco, a pesar de todo, les sorprendieron positivamente. Los materiales permanecían casi intactos. Ventajas de cuando se construía con material del bueno. Hasta la junta de papel que sellaba el ojo de buey rescatado, permanecía en perfecto estado. Lo único aceptable de trabajar en esas condiciones era la relativa poca profundidad. Sumergidos a pocos metros, resulta más cómodo, si se puede decir así. Y requiere mucho menos aire, importante.

Siguen con su plan. Pero justo arriba el mal tiempo y durante varios días se ven imposibilitados. La ocasión llegaría tres días más tarde, esta vez con el objetivo puesto en extraer una de las letras de bronce del nombre Valbanera, la virgen riojana que inspiró al armador del buque y cuyo verdadero nombre, Valvanera (con v las dos), acabaría siendo cambiado por error ortográfico de algún técnico hasta quedar con el nombre con que lo conocemos actualmente. La extracción de dicha letra b supuso otras dos inmersiones y tres horas más de duro trabajo. La operación se saldaba por fin con cuatro inmersiones, de ellas ocho horas en el interior del barco.

Operación finalizada

Las piezas extraídas, el ojo de buey y letra b, se llevaron a tierra a casa de un matrimonio casados también bajo el agua, donde las limpiaron y acondicionaron para transportarlas acto seguido a España en las propias maletas del equipo. Operación finalizada. Tras formar parte de una exposición itinerante por Hispanoamérica y que recaló también en el Real Club Náutico de Gran Canaria, dichos objetos acabarían reposando en las vitrinas del Archivo de Indias en Colombres, en el oriente de Asturias en la frontera con Cantabria, donde aún permanecen.