Con una de las más reconocidas cabañas vacunas del mundo, motor junto a la agricultura de la locomotora de su economía, Uruguay trata de rebajar drásticamente sus altos índices de obesidad, fruto del consumo anual de casi 100 kilos de carne por habitante -frente a los 13 de los españoles- adelantándose a la reciente recomendación de la ONU. Uruguay se esfuerza al mismo tiempo por relanzar un turismo eclipsado por los atractivos de sus potentes competidores vecinos, Argentina y Brasil. La inspiración turística brota ahora de los visionarios que a principios del siglo XX idearon rutas místicas enraizadas en la tradición alquimista y templaria.

Es una nación llena de símbolos masónicos, enclavada en el denominado por la revista New Scientist Triángulo de las Bermudas del espacio por la debilidad de su campo magnético. Desde este territorio de 176.000 kilómetros cuadrados, dos veces la extensión de Andalucía, y casi cuatro millones de habitantes, Guillermo Marconi lanzó en 1910 una de sus primeras señales de telegrafía inalámbrica.

El Puerto de Montevideo

Años antes, en 1868, se alzó el Mercado del Puerto de Montevideo, una construcción metálica con esqueleto de hierro, donde hoy las cantinas ofrecen la preciada carne uruguaya sin poner sobre la mesa ni sal ni condimento alguno por orden del presidente de la República Oriental del Uruguay, Tabaré Vázquez, un oncólogo empeñado, como ya lo hiciera en su primer mandato, en mejorar la salud de sus paisanos cuya desmesurada ingesta de carne y dulces de leche pasados de azúcar dispara las dolencias cardiovasculares vinculadas a los elevados índices de obesidad del país sudamerciano y al cáncer de colon. "Solo te sirven la sal y las salsas si lo pides al camarero", comenta resignado William Read, funcionario del Ministerio de Turismo uruguayo, mientras agradece la determinación del presidente por combatir los numerosos casos de cáncer de colon que afectan a sus compatriotas debido a sus malas costumbres alimenticias acompañadas usualmente por el mate, la bebida nacional, y dulcísimos postres.

Desaconsejar el consumo de carne roja en el país más carnívoro del mundo es una utopía, pero Tabaré Vázquez declara sin miramientos la guerra a la sal y a los condimentos que acompañan los asados al tiempo que recomienda aumentar la ingesta de alimentos con fibra para ayudar al correcto funcionamiento del aparato digestivo. Los uruguayos solo consumen una media de tres kilos de pescado al año.

Uruguay, con 12 millones de vacas y 30 millones de corderos, huele a carne braseada con fuego de leña de unas reses que se alimentan de un pasto salino, bañado por las brisas del Océano Atlántico y del Río de la Plata que fluye a lo largo de 325 kilómetros tras la unión de los ríos Paraná y Uruguay para separar a Argentina de la República Oriental de Uruguay. Esta tierra habitada por los temibles indígenas guaraníes y charrúas antes de la conquista castellana fue ferozmente disputada durante siglos por españoles y portugueses para iniciar su emancipación del Virreinato del Río de la Plata y del centralismo porteño en el siglo XIX de la mano del criollo José Gervasio Artigas, prócer del federalismo uruguayo cuyo cuerpo descansa con honores en la Plaza de la Independencia de la capital del país, Montevideo, fundada en 1726 por Bruno Mauricio de Zabala, gobernador español de Buenos Aires, que expulsó a los portugueses para trasladar a esta ciudad amurallada a 50 familias canarias.

Silencio y tranquilidad

Bañada su costa por el Río de la Plata, la Bahía de Montevideo, la capital más austral de América, presume de su pasado indígena. En la actualidad cuenta con un millón y medio de habitantes que residen en esta animada ciudad a 130 kilómetros de la turística Punta del Este.

El silencio y la tranquilidad predominan estos meses de otoño austral en la Bahía de Maldonado, a la que hace más de 500 años llegó el explorador Juan Díaz Solís para navegar el Río de la Plata para acabar siendo devorado por los caníbales autóctonos que ya apuntaban maneras de su gusto por la carne.

Enormes torres de edificios recorren las ramblas del agua mansa del río que vio naufragar a centenares de barcos. En la bravía del Océano Atlántico los leones marinos esperan ajetreados a la orilla los despojos que tiran los limpiadores del pescado.

"Tenemos que cambiar esta forma de alimentarnos", reconoce contundente Alicia Barbitta, profesora de inglés y organizadora de tours en bicicleta por Punta del Este, la ciudad que invaden desde finales de noviembre a principios de marzo argentinos y brasileños con su segunda residencia en este enclave desde el que Guillermo Marconi logró una de las primeras conexiones inalámbricas con Europa gracias a la energía magnética de la zona que potencia el roce del agua subterránea de los cerros de cuarzo de la región de Maldonado, ubicada en la conocida como Anomalía del Atlántico Sur, que desbarataba los mecanismos de las brújulas.

Esta debilidad del campo magnético obliga aún hoy a los astronautas de la Estación Espacial Internacional a protegerse en el laboratorio orbital cuando pasan sobre Uruguay en un momento de actividad solar alta.

Las dunas del Atlántico

En el camino hacia José Ignacio, las dunas del Océano Atlántico y del Río de la Plata invaden la carretera para llegar a este pueblecito donde un imponente faro construido en 1854, testigo de cientos de naufragios, da la bienvenida y advierte del peligro de estas aguas que se convirtieron en trampa mortal desde el siglo XV para los navegantes que viajaban en frágiles embarcaciones de madera, sin cartas náuticas y azotados por las tormentas.

"Se calcula que más de 1.200 barcos naufragaron en esta zona de Punta del Este", certifica William Read al abandonar el sureste uruguayo y enfilar hacia Colonia del Sacramento, en el oeste del país, separada por el Río de la Plata de Buenos Aires por tan solo 45 kilómetros.

Marcada por el Tratado de San Ildefonso de 1777, Colonia del Sacramento fue arrebatada a los portugueses por los españoles para evitar el contrabando de este enclave declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1995. Las construcciones lusas y castellanas animan este pueblo de 30.000 almas en el por su tranquilidad solo parpadean dos semáforos y que contó a principios del siglo XX con una de las plazas de toros más importantes del mundo. El coso permaneció abierto tan solo dos años, hasta que el presidente Jorge Batlle declaró ilegales las corridas en 1912.

Uruguay, en fin, alardea de ser un país avanzado en el cuidado de los animales, en el amparo de los matrimonios gays, en haber legalizado el consumo de la marihuana y en tener regulada la prostitución.