Todos los niños de diez años saben que la circunferencia que pasa por el Ecuador mide 40.000 kilómetros (para los que definieron el metro como unidad de medida esto sería una obviedad). Y muchos viajeros que lo han hecho, o lo han intentado o al menos preguntado en la agencia de viajes, conocen que se puede dar la vuelta al mundo en avión recorriendo entre 60.000 y 80.000 kilómetros en un plazo de dos o tres semanas por unos 10.000 o 12.000 euros. Y que si lo quieren hacer en crucero, hay muchas ofertas tentadoras hasta que piensas en el vecino de tu camarote con el que tendrás que convivir, tendrán que gastarse como mínimo el doble y tardarán unos cuatro meses.

¿Pero qué sabía Magallanes cuando inició su viaje? Hay que recordar que él no quería dar la vuelta al mundo. Su objetivo era ir y volver por una misma ruta, ida hacia el oeste regreso hacia el este, que no se cruzase con la que los portugueses utilizaban para llegar a la Especiería, es decir, a una zona centrada en las islas Molucas, pero que se extendía más allá por las islas del mar de Banda, las islas de Amboina, las Célebes, Sonda y casi todas las que hoy componen Indonesia. Era un itinerario inexplorado que suponía como mayor desafío encontrar un paso desde el Atlántico hacia el "Mar del Sur" que había avistado Vasco Núñez de Balboa tras atravesar Panamá. Lo que hubiera más allá era desconocido pero según las medidas del mundo que manejaba Magallanes no podía ser un recorrido muy largo. Y es que aunque el mapamundi de Ptolomeo ya estaba desacreditado al haber entrado Bartolomé Dias en el Índico tras superar el cabo de Buena Esperanza, lo que según el mapa era imposible, y por haber ampliado Colón el ecumene (el mundo habitado) de una manera sensible, las teorías geográficas del alejandrino seguían vigentes y su cálculo de la circunferencia de la Tierra era de solo unos 26.000 kilómetros.Magallanes, que creía conocer de oídas, o por verlo en un mapa, quizá el atlas donde Waldseemüller y Ringmann en 1507 dibujaban el Omnem térrea ambitum, el paso al "Mar del Sur" en la latitud del Río de la Plata, esperaba luego un mar pequeño, asumible? ¡Y se encontró con el Pacífico!, al que él mismo dio ese inmerecido nombre.

Hubiera hecho mejor haciéndole caso a Eratóstenes, otra fuente clásica de sabiduría, que alrededor del 250 a. C. midió la circunferencia de la Tierra con un error mínimo. O también podían haber desafiado al conocimiento libresco y haberse atrevido a calcularlo él mismo ya que con los instrumentos y los conocimientos de entonces el diámetro de la esfera terrestre estaba al alcance de cualquier estudioso como lo demuestra que así lo hiciera Jean Fernel (1497-1558), quien caminó desde París hacia Amiens y cuando midió que el Sol estaba un grado más bajo había caminado unos 111 kilómetros. Con esto calculó la circunferencia terrestre con solo 57 kilómetros de error. Pero ni Magallanes ni ninguno de las sabios de la corte castellana lo hicieron.

El origen de toda esta temeraria aventura puede estar en el desprecio de Manuel I, rey de Portugal, por el navegante Magallanes que llevó a este, en un gesto de desafecto a su patria, a ofrecerse al joven Carlos I (tardaría unos meses en ser Carlos V) que en 1516 adoptó como lema propio las Columnas de Hércules con la leyenda plus ultra, "más allá" lo que puede leerse como una predisposición a embarcarse en aventuras náuticas, para que España participara en un comercio rentable y seguro: el de las especias. Estos aditivos, que podían cambiar para mejorar el sabor de la comida y ayudar a conservarla salvando a sus usuarios de algún cólico miserere tan frecuentes en aquellos tiempos, se vendían carísimos en Europa llegando a obtenerse un ciento por uno desde su coste inicial hasta su venta en las capitales del Viejo Continente.

Producidas, sobre todo, en las regiones ecuatoriales del sudeste asiático, su comercio estaba en manos de los musulmanes que traficaban con Venecia en una ruta que pasaba por Oriente Próximo. Pero ahora, el clavo, la pimienta, la nuez moscada, la canela o el cardamomo estaban al alcance de los portugueses que no dejarían pasar la oportunidad de establecer un cuasi-monopolio en este tráfico tan rentable. Habían conquistado Calicut y fundaron Goa, en India, llegando hacia 1510 a Malaca (hoy Singapur), puerto principal del comercio de las especias. Y con ellos iba Fernando de Magallanes. El portugués convenció a Carlos I que las islas de las Especias "estaban más al oeste del Perú que al este de Brasil". Y dado que según el tratado de Tordesillas que delimitaba el mundo, y sustituido a lo ordenado por Alejandro VI en su bula Inter Cetera (mucho más favorable a España), "una raya, o línea derecha de polo a polo, del polo ártico al polo antártico, que es del norte al sur, la cual raya o línea e señal se haya de dar y de derecha como dicha es, a 370 leguas de las islas de Cabo Verde para la parte de poniente por grados o por otra manera?", de forma que los territorios que quedasen al oeste de esta línea a unos 2.200 kilómetros de Cabo Verde serían españoles. Ahí estaban, siempre según el navegante portugués, las deseadas islas. En realidad eso era falso pero hasta el siglo XVIII no habría un consenso sobre la longitud a las que se hallaban las islas, que habrían estado en la zona portuguesa, pero ya no tenía importancia. Los españoles vendieron en 1525 esos derechos a Portugal por una fortuna que le duró un suspiro a nuestro César que guerreaba en Europa y que mientras tanto había casado con Isabel de Portugal y porque a finales del siglo XVI Indonesia era de los holandeses y porque posteriormente los ingleses se hicieron desde Ceilán e India con el comercio de las especias. Por tanto ya no valían nada, ni para España ni para Portugal.

Pero volviendo a la expedición de Magallanes, si la acompañamos en su viaje podemos ver pasando por Canarias las cinco naves de la expedición, llegando a Sudamérica. Ya la podemos llamar así porque Américo Vespucio había identificado aquellas tierras como pertenecientes a un nuevo continente, buscando desesperadamente el paso al "Mar del Sur" en el estuario del Río de la Plata. Lo encontró meses después tras pasar el cabo de las Once Mil Vírgenes en una latitud tan austral que les parecía estar en el fin del mundo y al que llamaron estrecho De Todos los Santos (hoy estrecho de Magallanes que por lo que sabemos de él no era ni es uno de esos santos), para venir a dar a un océano inmenso, como no lo suponían ni Ptolomeo, ni Colón ni Magallanes, con solo tres naves que les llevó 110 días navegar para llegar a las Marianas y a las Filipinas, donde murió nuestro prócer y desde donde únicamente dos naves siguieron viaje hasta las Molucas.

Cargados por fin de clavo volvían las dos únicas naves supervivientes en el tornaviaje. Una hacía el este, como hubiera hecho Magallanes, intentando arribar a Panamá, otra hacía el oeste hacia el cabo de Buena Esperanza, ruta más conocida y fácil (o menos dificultosa al menos que la que acababan de vivir). La primera fue capturada por nuestro vecinos de península y nunca regresó aunque su capitán, Gonzalo Gómez de Espinosa, llegó a España casi 6 años después. La segunda, tras mil desgracias (¿Qué no es contrario en la tierra, que no nos lo sea mucho más en la mar. Es nos contrario en la tierra el hambre, frío, sed, calor, fuego, fiebres, dolores, enemigos, tristezas, desdichas, y enojos, las cuales cosas todas padecen dobladas los que navegan por la mar, y más, y allende de esto, navegan los tristes a merced del viento que no los trastorne, y de la espantable agua no los ahogue. El Arte de Marear, Antonio de Guevara, 1539), llegó a Sevilla donde nadie esperaba ya a los 18 hombres que culminaron la expedición tres años después de su partida. Aún así, consiguieron traer 750 quintales de clavo, que es a lo que les mandaron, lo que hizo al viaje mínimamente rentable. Eran hombres de carácter firme, recios, indomables, cumplían las órdenes.

Elcano escribe a Carlos V y le solicita el hábito de Santiago, un signo de nobleza, y una pensión, entre otras cosas. Para ello aduce: "Mas sabrá su Alta Majestad lo que en más avemos de estimar y temer es que hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo, yendo por el occidente e veniendo por el oriente". A Elcano se le concede entonces un escudo de armas en el que se representaba unas plantas de especias y un globo terráqueo con la leyenda Primus circundidesti me, además de una pequeña pensión que nunca cobró. Al resto de la tripulación ni a las familias de los fallecidos, nada.

Ni siquiera está claro que fueran los primeros en dar la vuelta al mundo. Algunos dicen que Magallanes ya había estado en Luzón, donde murió, por lo que habría completado la circunferencia antes que nadie. Otros, añaden, que el esclavo del almirante, Enrique de Malaca, era natural de esas islas y que, por tanto, con seguridad él era el primer navegante en completar la vuelta al globo. Para enredar más el asunto el gobierno chino apuesta por el navegante Zheng He que lo habría hecho unos años antes. La expedición fue un fracaso por el costo en vidas humanas, quizá murieron unos 150, y el sufrimiento de tantos hombres sin que tuviera ninguna consecuencia positiva para España. Pero se puede inscribir en el libro de oro de las hazañas náuticas. El tesón contra los elementos de aquellos marinos para circunnavegar el mundo es indudable. Sin su coraje y valentía el mundo no hubiera constatado hasta muchos años después que es redondo.