Cuatro palabras que informan de un hecho biológico tan universal como la condición humana: Don Lucio ha muerto. Murió como sacerdote, con las «botas puestas», mientras se preparaba para celebrar la misa de 19:00 h del domingo. Como comentaba que sería lo ideal cuando abría su corazón a personas cercanas. Me consta: murió con un susurro que lo dice todo. «Me pongo en tus manos; te lo ofrezco todo». Y se apagó su mirada para las cosas de este mundo.

Decía Gabriel Marcel que «amar a una persona es decirle: tú no morirás jamás». Y, tengamos más o menor fe en la vida eterna, seguro que quienes conocieron la estatura pastoral de este hombre del Sur coincidirán en ello: mientras en esta diócesis nivariense haya un grupo de matrimonios que se reúnan para crecer como personas y como parejas, Don Lucio no morirá. Mientras haya alguien que colabore en el Cof para acoger, atender, orientar, reconstruir a una pareja en su amor humano, Don Lucio no morirá. Mientras existe un alumno o una alumna que desee formarse y se matricule en cualquiera de los centros de formación teológica de nuestra diócesis, Don Lucio no morirá. Mientras alguien mantenga la preocupación por el acompañamiento evangelizador en la Universidad y se generen espacios de diálogo entre la fe y la cultura, Don Lucio no morirá. Mientras exista un fiel cristiano que desee en su corazón ser feliz y crea que el único camino es crecer como persona, Don Lucio no morirá. Pero, incluso aunque nada de esto se conserve, porque Dios no puede ser de otra manera, Don Lucio no morirá.

En numerosas ocasiones nos reproducía los comentarios de quien fue su profesor de Filosofía en el Seminario y que a la postre le sustituiría: «Morir es perder el tiempo». Es un pensamiento metafísico profundo, pero su formulación se entremezcla con los discursos de vida ordinaria de quienes entienden que el tiempo ha de ser aprovechado. Morir es perder, salir, dejar de estar en el tiempo y comenzar a habitar la eternidad. Ahora sí que tendrá tiempo para escribir y leer. No serán libros ni escribirá sobre papel. Pero la verdad será para quien buscaba con pasión una envoltura eterna de claridad infinitamente progresiva.

Siempre será el rector. Se lo repetía de vez en cuando al saludarle. Qué tal mi rector. Para el Seminario de Tenerife Don Lucio fue un referente enorme. Incluso los desacuerdos con él eran fructíferos. Como los grandes hombres fue bandera discutida. Fue padre, maestro, amigo. Más alto por dentro que lo alto que era por fuera. Un proponedor de la maduración, que mantenía la ilusión espiritual de aquel niño de diez años que vino de Guía de Isora. Una creatividad andando. Un pensamiento apostólico aunque no tuviera ya fuerzas. Un consejero al que no solo bastaba oír, sino que era necesario pensar.

"Le vamos a echar de menos. Pida al Padre del Cielo por nosotros".

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas Diocesana de Tenerife