La obesidad es una enfermedad que requiere ser abordada desde una perspectiva multidisciplinar para poder ofrecer una atención eficaz a las personas afectadas. Así lo ponen de manifiesto el doctor especialista en Endocrinología, Julián Andrés Tamayo, y la psicóloga especialidad Clínica y experta en Salud, Maite Pérez. "Como en cualquier otra enfermedad, las emociones juegan un papel fundamental. De hecho, algunas de ellas pueden hacer que las personas presenten mayor predisposición a desarrollar la patología, mientras que otras son el resultado de problemas asociados al peso", argumenta Pérez.

Lo cierto es que cada vez hay más evidencia científica que demuestra la relación que comparten la obesidad y las emociones negativas como la tristeza, el miedo, o la rabia. De hecho, es precisamente esta realidad la que ha llevado a los profesionales a defender el tratamiento dual de esta patología. "El problema lo identificamos cuando estas emociones generan conductas de autoabandono y se deja a un lado también la alimentación saludable o el ejercicio físico", dice la psicóloga grancanaria. "Para contrarrestar los efectos fisiológicos que provocan estos sentimientos", prosigue, "los sujetos recurren a los estímulos placenteros que les producen ciertos alimentos, lo que genera un trastorno de adicción a la comida con el paso del tiempo".

Según explica la especialista, este tipo de conductas se caracteriza principalmente por seleccionar los denominados alimentos de confort, que son los que aportan a estas personas una agradable sensación de recompensa y alivio del malestar. "Por esta razón, es importante no utilizar la comida como refuerzo positivo, sobre todo en la infancia, que es cuando se adquieren los patrones alimenticios", agrega la experta.

Pero eso no es todo. En base a las palabras de la psicóloga, la adicción a la comida puede derivar también en graves trastornos de la alimentación como la anorexia o la bulimia, fruto del sentimiento de "culpa" que acontece tras la ingesta. "Los sujetos pueden ejecutar conductas purgativas y autolesivas", dice Maite Pérez. A esto cabe sumarle el rechazo social al que se ven sometidos muchos de los afectados por la dolencia, un hecho que repercute negativamente en las relaciones personales de los individuos. "La obesidad es una de las enfermedades más estigmatizadas que existen, y la sociedad tiende a culpabilizar a los afectados. Esto puede conducir a los sujetos a una situación de aislamiento, al desarrollo de un cuadro depresivo, y por supuesto, a tener una baja autoestima", enfatiza la especialista.

Intervención

Teniendo en cuenta todo esto, la intervención psicológica de este grupo de pacientes requiere la creación de un rapport -sintonía- "en el que se propicie la descarga emocional y se trabaje la adherencia a un programa personalizado para cada paciente". El objetivo no es otro más que el sujeto tome conciencia de la necesidad de identificar las señales que le envía su propio cuerpo. "Trabajamos para reconectar al paciente con su organismo. Primero nos centramos en las percepciones del medio, y después cultivamos poco a poco la interocepción -estímulos que provienen de los órganos-. Esto permitirá a las personas regular mejor la ingesta de alimentos al saber identificar si de verdad tienen hambre", argumenta. Posteriormente, es necesario proceder a la ejecución de un plan de acción personalizado que tenga en cuenta los gustos alimenticios de los pacientes, sus hábitos nutricionales y sus horarios . "También hay que trabajar las variables afectivas, la gestión del estrés y los estados emocionales desagradables", comenta la psicóloga. No obstante, la elaboración de un "sistema de retos" es otro aspecto importante para lograr producir un cambio en la conducta del paciente obeso.

"Entre las metas, se podría incluir el abandono de un alimento perjudicial, el incremento de una actividad física o la supresión de hábitos como comerse las uñas", apostilla la profesional. Para después agregar que, lo verdaderamente interesante, "es eliminar la idea de que el único objetivo es perder peso".

Por su parte, el doctor Tamayo hace hincapié en que la obesidad "es una enfermedad hereditaria". Sin embargo, no solo la genética desempeña un papel importante en el desarrollo de esta dolencia, también la herencia de los hábitos nutricionales de los progenitores es un factor muy destacado en este proceso. "Hay un 40% de probabilidades de sufrir obesidad cuando uno de los padres la padece, y hasta un 70% cuando son los dos progenitores los que la sufren. Ya se sabe que aprendemos la importancia que tienen los alimentos en nuestra casa, nuestros centros educativos y en nuestro entorno", apostilla el facultativo.

Asimismo, el médico coincide con Maite Pérez al garantizar que son muchos los factores que intervienen en el desarrollo de la patología. Entre ellos, destaca el sedentarismo y el consumo excesivo de ciertos alimentos. Si bien es cierto que "no son los únicos", y son las hormonas las otras grandes protagonistas. "Es muy probable que dentro de algunos años se deje de culpabilizar a los pacientes obesos y hablemos de las hormonas que los inducían a comer, engordar o, simplemente, a no moverse", comenta.

Dietas

En base a las palabras del profesional sanitario, a lo largo de las dos últimas décadas, los médicos han realizado un gran esfuerzo por comprender por qué la mayoría de las dietas bajas en calorías tienden a fracasar a largo plazo. "Esta es una de las razones por las cuales una misma dieta no es útil para todos los pacientes, o ni siquiera, es capaz de funcionar en un mismo individuo varias veces", anota el doctor Tamayo.

En este sentido, el profesional pone de relieve que no existe una "fórmula mágica" que funcione para todas las personas. "Sabemos que al poco tiempo de iniciar una dieta, el organismo comienza a experimentar modificaciones en la secreción de ciertas hormonas que disminuyen la actividad metabólica, alteran el apetito, o hace que se pierda más músculo que grasa. Esto provoca recaídas más tempranas", sostiene Julián Andrés Tamayo.

Ante esto, el médico insiste en que la mejor terapia para tratar esta patología pasa por la intervención psicológica y endocrina, de un modo personalizado, y por realizar un minucioso seguimiento al paciente. "Este método ya ha demostrado su eficacia", determina el doctor.

La cirugía como recurso alternativo

La cirugía bariátrica o cirugía para la obesidad es otro de los recursos que manejan los profesionales para atajar este grave problema para la salud. Sin embargo, "este proceso no está exento de riesgos ni de la necesidad de tener un acompañamiento profesional que vaya de la mano de psicólogos, nutricionistas y endocrinólogos", enfatiza el doctor Julián Andrés Tamayo.

Siguiendo esta línea, el especialista pone de relieve que el procedimiento quirúrgico no debe ser considerado como un "fracaso", sino "como un paso que modifica el tipo de vida que lleva el paciente, mejora sus limitaciones físicas y cambia la relación que tiene con los alimentos y el entorno". Para después agregar que, "muchas hormonas que influyen en la obesidad sufren modificaciones tras la cirugía, por lo que se hace más sencilla la adaptación a ciertos cambios permanentes".

En base al criterio del doctor, este recurso "no debería ser el primer paso" para atajar la enfermedad, pero puede convertirse en una "alternativa" desde las primeras valoraciones. No obstante, quiere resaltar que existe un importante arsenal de medicamentos que facilitan la pérdida de peso con "excelentes resultados".