Marino Pérez Álvarez, catedrático de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos, fue vetado recientemente en unas charlas que iban a celebrarse en Vélez-Málaga sobre el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). El motivo es que Pérez autor de libros como La invención de trastornos mentales (con Héctor González) o Más Aristóteles y menos Concerta rechaza que el TDAH sea una enfermedad mental.

¿Quién y por qué le vetaron en las jornadas?

El veto provino de la presión que ejercieron asociaciones de padres de niños diagnosticados de TDAH, que son grupos de presión muy influyentes, al parecer.

Pero usted les está diciendo a los padres que, en realidad, sus hijos no están enfermos.

Efectivamente, mi enfoque rescata los niños del fuego amigo de los diagnósticos de una enfermedad mental que no tienen, pero sin negar que el problema pueda darse. Pero es un problema que habría que resolver en un contexto familiar y social, no clínico ni patológico. Los padres tendrían que ser los que me llevaran a hablar de esto. Sí, es sorprendente.

Empecemos por la definición: ¿qué es el TDAH?

Tal y como viene así nombrado, es un diagnóstico psiquiátrico para definir en términos clínicos una supuesta patología de los niños debida a ciertos comportamientos que resultan molestos y problemáticos en contextos escolares en el aula y en el ámbito familiar.

¿Y cuál es su postura al respecto?

La de negar la entidad clínica que se supone al diagnóstico. Es un diagnóstico muy poco válido, muy a menudo tautológico, que implica una falacia lógica. Se define por unos comportamientos de los niños del tipo: "Frecuentemente se mueve mucho, frecuentemente no atiende, frecuentemente no espera". Y luego esos comportamientos de los niños se explican por el TDAH. Como si el TDAH fuera una realidad que estuviera dentro del niño y que explicase su conducta. Pero del TDAH como supuesta causa no tenemos más noticia. No se define sino por las propias conductas. Como decir que te duele la cabeza porque tienes cefalea.

¿El TDAH existe porque existen medicamentos para curar el TDAH?

El éxito del diagnóstico, sobre todo a partir de la década de 1980, se debe en buena medida, aunque no sea la única causa, a que hay una medicación supuestamente muy específica que lo remedia en términos causales. Alivia las molestias que pueda causar el comportamiento del niño. La industria farmacéutica ciertamente ha sido muy influyente en promover el diagnóstico, en influir en los miembros de comisiones reunidas para definir la supuesta entidad del TDAH.

¿Se podría decir que se creó la demanda para una oferta farmacológica preexistente?

En el ámbito clínico a veces la solución es anterior a la enfermedad.

¿En este caso fue así?

No necesariamente fue así. Surgió a finales de la década de cincuenta y principios de los sesenta con ocasión de una crisis en la sociedad norteamericana, cuando los soviéticos tomaron la delantera en la carrera espacial. Entonces los norteamericanos empezaron a preocuparse por el sistema educativo y el rendimiento en las escuelas.

Porque no eran tan buenos como los rusos?

Exactamente. Pusieron el foco en los contextos escolares, en cómo había niños que no aprovechaban las enseñanzas escolares y podrían dificultar el funcionamiento de la clase. Empezaron a poner el foco en los niños que se movían mucho o que podían crear algún problema. El modelo para entender el comportamiento de estos niños fue la encefalitis letárgica de los años veinte del siglo pasado, una enfermedad orgánica que producía conductas problemáticas constatables y que daba lugar a comportamientos que podrían ser parecidos a los que se encontraban en esos niños. Fue el modelo para entender el comportamiento de estos niños, pero sin que hubiera ahora una condición neurológica o neuropsicológica.

¿Un diagnóstico sin sostén neurobiológico?

El TDAH se definió a partir de 1980 en una edición del DSM (el manual de trastornos mentales de la Sociedad Americana de Psiquiatría). Ahí se establecieron unos criterios de diagnóstico que son enteramente conductuales. De estos tres tipos: el niño se mueve, es impaciente, no espera. Esos comportamientos no dejan de ser reales y observables en los niños por los que se define el TDAH. Pero no hay criterios neurológicos, de análisis clínicos o electroencefalográficos, ni tampoco cuestionarios, ni pruebas neuropsicológicas con valor diagnóstico.

No se puede detectar como una epilepsia o un tumor.

Para nada. El TDAH es un concepto muy difuso que funciona como un paraguas que cubre muchas cosas diferentes. Sirve para homogeneizar, para dar una etiqueta a problemáticas muy diferentes en los niños. Como dice un psiquiatra infantil británico, quedan McDonalizados, quedan estandarizados por ese diagnóstico. Y si se identificara una causa neurológica por la cual un niño tiene comportamientos dificultosos entonces dejaría de ser TDAH. Pasaría a ser el problema neurológico concreto que se identificara.

¿Y a quién beneficia que tantos niños estén diagnosticados así?

Son muchos los actores beneficiados. No sé cuál sería el orden, ya que se retroalimentan entre ellos. Por un lado, la escuela. El contexto escolar está interesado en que los niños con peor rendimiento o que generan alguna mayor dificultad reciban el diagnóstico de TDAH. Esto explicaría que ese niño tiene una enfermedad. Entonces, la escuela ahí no tiene responsabilidad. Además, va a recibir apoyos del sistema educativo correspondiente, ayudas especiales a cuenta del diagnóstico.

¿Y los padres?

Los padres, que pueden estar desbordados por esa problemática, encuentran también en el diagnóstico una explicación, un alivio, una justificación: ese problema que les desborda se debe a una enfermedad. Las escuelas y los padres necesitan ayuda. Lo lamentable es que sea a costa del diagnóstico a los niños de una enfermedad mental que, en mi opinión, no tienen.

¿Y los profesionales clínicos?

Los clínicos (psiquiatras infantiles, pediatras, psicólogos clínicos?) también tienen una función: legitimar con su diagnóstico ese problema demandado por la sociedad. Además, es un diagnóstico fácilmente aceptado. El diagnóstico suele estar asociado a la medicación, que terminaría por justificar que se trataría de una enfermedad, produciendo de inmediato un alivio de los problemas más perentorios. Los clínicos que han hecho el diagnóstico van a resultar muy reconocidos y reforzados. La práctica clínica se confirma a sí misma por la respuesta que van a recibir por parte de los usuarios. Son muchos los actores, ya te digo?

¿Alguien más?

También los políticos. Empezando en Europa por el Parlamento Europeo con el Libro Blanco del TDAH, que luego se ha llevado a los distintos países. Los políticos seguramente lo hacen de buena fe, creyendo que están recibiendo informes de expertos supuestamente independientes. Pero los expertos y líderes de opinión están plagados de conflictos de interés, como es bien conocido.

Pero todo esto se hace a costa de los niños.

Sí, a costa de ciertos comportamientos de los niños que, desde mi perspectiva, no niego que puedan suponer una dificultad para tareas de aprendizaje escolar o del ámbito familiar. Lo que sostengo es que los niños pueden comportarse de esa manera que dicen los padres. Pero un problema no es una enfermedad. Ese problema de comportamiento habría que abordarlo en el propio contexto, caso a caso, dentro del entorno familiar y escolar. Cada niño tiene sus maneras particulares. No hay ningún caso que sea igual. Mi posición no es meramente negadora del concepto clínico de TDAH. Mi crítica incorpora una reconceptualización del problema. Los niños que reciben el diagnóstico de TDAH se caracterizan por un estilo de comportamiento que forma parte de las diferencias individuales entre las personas. Todas las personas, empezando por los niños, somos diferentes. Lo que se llama TDAH sería un estilo de comportamiento, una forma de vitalidad. Son niños que tienen una mayor vitalidad que, muy a menudo, implica aspectos más positivos que negativos. Son niños que podríamos verlos como más curiosos, más creativos, más exploradores.

Antes del TDAH esos niños solo eran revoltosos, culos inquietos.

Antes la gente tenía asumido que determinados niños tenían más energía y se movían más que otros. Antes, curiosamente, había una mayor tolerancia respecto a estas diferencias individuales que hoy en día, en una sociedad que presume de ser tolerante. Además, esos estilos de personalidad de los niños están promovidos por el estilo hiperactivo de la sociedad. Los adultos son muy poco tolerantes con esos niños cuyo comportamiento refleja el ritmo acelerado de la sociedad.

Entonces cada día hay más niños polvorilla.

Posiblemente está creciendo su número porque se conjugan tres factores. Uno es que los niños están acostumbrados a juegos en los que ocurre algo de inmediato. No tienen apenas oportunidad de aprender a esperar. El problema del TDAH es básicamente un problema de autocontrol y de aprender a esperar, saber que las cosas tienen su curso. Por otro lado, han disminuido los juegos al aire libre, que implican actividades con otros niños y facilitan la autorregulación en relación con los demás. Los juegos son muy relevantes para los niños candidatos a recibir el diagnóstico o que ya lo han recibido. No porque les consuman energía. Los juegos son muy útiles porque permiten aprender autocontrol, a esperar turno, a seguir reglas. Otro factor está relacionado con el ambiente en el que se mueven los niños. Tienen como modelos, empezando por los padres, a personas que están haciendo varias cosas a la vez. He sido psicólogo escolar en colegios y pude constatar que padres que te consultan por hijos supuestamente hiperactivos, a menudo, los hiperactivos eran ellos. El niño no era sino un reflejo de sus comportamientos.

¿El TDAH es una enfermedad que está de moda?

En los últimos años el diagnóstico se ha extendido al ámbito adulto. Los adultos reciben de muy buen grado ese diagnóstico. Digamos que explica o justifica el que se tengan despistes o el que su vida no cumpla las expectativas. Además, como el diagnóstico se puede asignar a personas célebres, como Leonardo da Vinci o Einstein, es un diagnóstico con prestigio. En la infancia, el 90% de los diagnosticados son varones. En adultos la proporción se invierte. Cada vez más mujeres que hombres reciben el diagnóstico.

¿Por qué?

Porque se incluyen entre los criterios del diagnóstico adulto muchos aspectos de problemas frecuentes en el ámbito femenino, como depresión o ansiedad. El diagnóstico de TDAH está ganando terreno a la depresión y la ansiedad quizá, en parte, porque está asociado a medicación que consiste en estimulantes y anfetaminas. De modo que es una receta para recibir estimulantes legalmente. En los campus universitarios americanos hay un negocio del diagnóstico de TDAH porque da las credenciales para poder recibir medicación, básicamente anfetaminas, que te permiten mejorar tu rendimiento. Incluso comerciar con ellas.

Usted habla frecuentemente contra la "patologización". ¿Qué es?

La propia sociedad patologiza los problemas que ella crea, los naturaliza convirtiéndolos en enfermedades. Como si fueran fenómenos naturales. De este modo nadie es culpable. Es algo muy característico del neoliberalismo: naturalizar los problemas eximiendo a la propia sociedad y a los propios individuos. Nadie es culpable porque lo es el cerebro o los genes. La patologización es una manera de naturalizar problemas que no digo que no sean reales, pero su realidad habría que verla en los contextos y formas de vida de nuestra sociedad. Habría que reparar en cómo ciertas formas de vida crean problemas a la gente.

Frente a la patología siempre aparece una medicina.

Muy a menudo la solución que se da consiste en una solución técnica, encarnada en este caso en la medicación. Pero resulta que la medicación es un producto industrial. Perfectamente legítimo, por lo demás. No estoy haciendo una diatriba contra la medicación. Pero la medicación como solución es también un negocio. Tiene esa ambivalencia. La industria farmacéutica produce medicamentos y necesita clientes, y los clientes son pacientes. Los diagnósticos son la manera de generar los clientes para esos medicamentos.

Volviendo al TDAH, decía que una sociedad hiperactiva crea niños hiperactivos.

Nuestra sociedad, por las formas parentales de crianza, puede favorecer también la hiperactividad en la medida en que los padres están al servicio de los niños. El niño se ha convertido en el centro de atención de todos los de su entorno. Se convierte en el pequeño dictador, como dice Javier Urra. Los padres están al servicio de los niños para adelantarse a sus propios deseos, allanándoles el camino, poniendo alfombras. Son los "padres helicóptero". Los niños se están perdiendo la oportunidad de aprender a esperar. La lectura también está desaparecida. La lectura es una actividad que puede facilitar un ritmo más lento en el que están pasando cosas y tienes que esperar al final para ver lo que ocurre. Los padres son incapaces de poner líneas o fronteras en el comportamiento de los niños. Les dan cancha en todo lo que quieren. Incluso se han convertido en 'sindicalistas' frente a los profesores. Hasta que llega un momento en que se les escapa de las manos. Yo creo que también eso está mezclado con una concepción romántica existente hoy en día sobre la educación de los niños.

¿Cómo?

Una perspectiva romántica supone que los niños tienen potencialidades y capacidades innatas. Que ellos saben cuándo quieren o cuándo necesitan aprender. Como si los niños vivieran una especie de autoflorecimiento. Se ha dejado atrás, y lo que voy a decir parece muy pasado de moda, la perspectiva del "pecado original".

¿Pecado original?

Ya dije que sonaba a pasado de moda? Bajo esta perspectiva se suponía que los niños nacen en una sociedad para ser perfeccionados y educados, reconducidos. Se suponía, por decirlo así, que somos bichos por naturaleza y que la sociedad está organizada precisamente para educarnos. Lo que Freud definió en aquella frase: los niños son pequeños "perversos polimorfos". En cambio, en esta concepción romántica, el niño estaría dotado de una serie de potencialidades y bondades. La sociedad no tiene más que darle cauce para que florezca, como si fuera una especie de planta en cuya semilla tuviera todas sus potencialidades.

En esa concepción no cabe la disciplina.

No cabe el decir no. Esa hiperpaternidad es algo que fomenta niños hiperactivos e impulsivos que no saben esperar. Así, el niño necesita continuamente nuevos estímulos. La capacidad de atención continua se ha reducido a ocho segundos frente a décadas anteriores en las que la capacidad de atender de forma sostenida era mayor.

¿Por el impacto de la tecnología digital?

La usamos, pero la tecnología también nos usa a nosotros modulando nuestras maneras de interactuar con el mundo, con los demás y con nosotros mismos. Niños y adultos estamos perdiendo la capacidad de aburrirnos, que sería muy útil en la formación de las personas. Del aburrimiento surge la creatividad. De la hiperactividad continuamente solicitada no surge más que actividad continua.

Ya ni conversamos.

Relacionarse con los demás a través de mensajes y expresiones prefabricadas es muy útil y lo hacemos todos, pero no es inocuo. Va en detrimento de la conversación. Estar conectado no es lo mismo que estar en contacto. ¡Fíjese que hasta tenemos que explicar qué es la conversación! Está casi desaparecida de las prácticas infantiles y juveniles.

Quizás porque requiere más esfuerzo que el WhatsApp.

Las conversaciones son imprevisibles, caóticas, abiertas, no son prefabricadas, y esos hábitos ya no los tienes aprendidos. El problema no es solo que eso vaya en detrimento de la relación con los demás, sino que la conversación real que tengas con los demás es la base de la relación contigo mismo. Pensar es hablar a solas con uno mismo. En la medida en que hablar con otros esté disminuido, eso disminuye también la capacidad de reflexión.