Un pequeño bosque de un pequeño país, Ghana, en un rincón olvidado del mundo, el Golfo de Guinea, en África occidental. Atewa. Así se llama. No se preocupe si no ha oído hablar de él, muy poca gente lo conoce. Puedo decir que soy una de esas personas, e incluso he tenido el privilegio de recorrerlo, en febrero de 2013. Todo un descubrimiento. Venía de visitar los grandes santuarios de naturaleza del país: las selvas de Kakum y Ankasa, y las sabanas de Mole. También una remota región en la frontera con Burkina Faso... ¿Por qué rescato ahora, más de seis años después, su memoria? Porque quizá sea lo único que quede de Atewa a corto plazo, si prosperan los planes para arrasarlo y arrancar la bauxita (usada para fabricar aluminio) que atesora su subsuelo: 150 millones de toneladas.

El Gobierno ganés no ha dudado; ha puesto en el otro plato de la balanza la riqueza biológica de este bosque montano, con plantas y mariposas únicas, su centenar de especies globalmente amenazadas, su interés para el ecoturismo (un sector emergente), su importancia estratégica en el abastecimiento de agua para cinco millones de personas... y ni siquiera ha pestañeado: ha dado carta blanca a su explotación, ignorando la recomendación del Servicio Forestal de Estados Unidos al que había consultado expresamente para conservar el bosque y sus reservas de agua. Ha entregado los depósitos de mineral a los chinos que se están "comiendo" África a cambio de su ayuda al desarrollo del país (el plan Ghana vision 2012 persigue situarlo como país desarrollado entre 2020 y 2029, y como país industrializado entre 2030 y 2039). El propio Gobierno ya ha ensanchado las pistas por las que debe entrar toda la maquinaria para reducir Atewa a astillas. Otro bosque condenado como pago por un falso desarrollo, como hipoteca por una tutela que, en realidad, es una usurpación. El dinero se irá fuera, con el mineral.

Varios grupos, encabezados por la organización ambiental A Rocha Ghana, han lanzado una campaña (volcada en las redes sociales) para tratar de detener la destrucción de Atewa. Y no lo hacen solo apelando a su valor natural, a su biodiversidad, sino también al valor monetario que ofrece ese patrimonio: un estudio económico divulgado por A Rocha en el año 2016 demostraba que si Atewa se protegiese como parque nacional y se promocionase como destino turístico, los ingresos por esta actividad superarían en 25 años los de toda su riqueza mineral. Y el dinero se quedaría, en buena parte, en casa, revertiría realmente al desarrollo de Ghana. Una estrategia a largo plazo, con visión de futuro.

Atewa, con una superficie de 23.200 hectáreas (de las cuales 17.400 corresponden a bosque montano), está protegido como reserva forestal desde 1926 y libre de talas (salvo las ilegales) desde 1991. Se encuentra a un par de horas de la capital ganesa, pero está en mitad de la nada. No hay señales que indiquen su localización. La pista de acceso es (era) como cualquier otro camino rural de paso a cultivos o granjas. De hecho, su primer tramo pasa por ese paisaje agrario, humanizado, aunque se ve ahora abandonado. Ahí se echa a andar y, poco a poco, el bosque te envuelve. Es uno de los contados bosques de tierras altas que quedan (Atewa es una sierra), aunque ese concepto no implica que esté a gran altitud: se dispone entre las cotas de 500 y 700 metros (la cumbre más elevada del país, Afadjato, en la frontera con Togo, alcanza solo 885).

Una vez bajo el denso dosel arbóreo, solo el canto de los pájaros perturba el silencio. Cuesta verlos (es siempre así en las selvas tropicales), pero, precisamente por eso, cada hallazgo se saborea más. Lo que sí se ven son muchas mariposas: Ghana es una primera potencia en lepidópteros (solo en Atewa se han catalogado 460, seis de ellos endémicos), y cada vez acuden más turistas a disfrutar de su belleza delicada y efímera.

Los pájaros, motivo de mi visita, suman 227 especies. Atewa está declarado Área Importante para las Aves (IBA, por sus siglas en inglés), principalmente por la presencia de cuatro especies clave: bulbul coliverde, tordina alirrufa, bulbul barbigualdo y estornino colicobrizo, y también por la elevada representación de aves características de los bosques de la región, así como de otras raras en el país. Hojeo mis notas de campo y mis fotos, y en ambas cobra protagonismo el abejaruco cabeciazul occidental, exclusivo de los países del Golfo de Guinea y que en Atewa alcanza casi su techo, pues es un ave forestal de zonas bajas (solo aparece más alto en la isla de Bioko). También es significativo como indicador ambiental, pues acusa mucho la pérdida de hábitat por la deforestación (para extraer madera o para crear plantaciones de teca o granjas). También merece una mención el cuclillo gorgigualdo, que se posa habitualmente en las copas más altas, donde tan solo su voz (canta a lo largo de todo el año) delata su posición y permite detectarlo.

Al final de la ruta, el amigo que me acompaña, guía profesional de turismo de naturaleza en Sudáfrica, criado en el Parque Nacional de Kruger, comparte mi fascinación por el encanto de este desconocido bosque, que ahora corre peligro inminente de desaparecer. Como tantos bosques en África. Por codicia. Por falta de visión. Para fabricar el aluminio que demanda la sociedad desarrollada, ese club al que Ghana (rico en oro, bauxita y fosfatos, productor de madera y de tabaco, y destino turístico para medio millón de visitantes, interesados en las construcciones de los ashanti y en las fortificaciones del lago Volta, unas y otras patrimonio de la Humanidad, y cada vez más atraído por su naturaleza) quiere sumarse.

Justo cuando ese concepto no se entiende sin un apellido: sostenible. Ese es el pilar que marcan los tiempos para el despegue que Ghana tanto ansía, perfectamente comprensible, y más aún en un escenario, el africano, deprimido e inestable.