La vida en cuatro letras (Paidós) es un apasionante cóctel de biología, filosofía y psicología que Carlos López Otín, catedrático de Biología Molecular de la Universidad de Oviedo, escribió en 28 días y 28 noches. Sucedió en una casa de Mallorca, en un estado de profunda depresión tras conocer una desgarradora noticia: que unos 6.000 ratones de investigación, claves en el trabajo presente y futuro suyo y de sus colaboradores y discípulos, debían ser sacrificados de forma inmediata a causa de una sorprendente infección en el bioterio de la Universidad asturiana.

"¿Cómo está Otín?", se pregunta mucha gente.

Otín está desubicado y perplejo. A los 60 años me he ido a enterar de que si alguien quiere hacerte daño, e incluso destruirte, puede hacerlo perfectamente y de una manera sencilla. Y esto me tiene perplejo.

¿Y médicamente?

Estoy en tratamiento, que va a extenderse un mínimo de dos años. El daño fue impresionante.

¿Cómo eclosiona?

El día que supe que había que sacrificar los 6.000 ratones de investigación que teníamos en el bioterio me rendí. Toqué fondo. Y lo que hice fue ir a un psiquiatra de Madrid: "Tienes que ingresar inmediatamente en un centro de aislamiento". Para mi mujer y para mí era inasumible, y me comprometí a aislarme por mi cuenta. Me encerré en el piso de mi hija para cumplir la promesa del aislamiento. Allí lo escribí: 28 días. Junio de 2018. Lo metí en un cajón. Y a continuación dediqué un mes entero a caminar, a hacer yoga y otras actividades para fortalecer el cuerpo y el espíritu.

Según el prólogo, este libro ha sido "concebido en primer lugar para ayudar al autor". ¿De qué modo le ha ayudado?

Después de muchos años de vida plena y feliz, personal y profesionalmente, y de recibir mucho afecto de mis colegas y de mucha gente, de un día para otro desapareció mi ikigai, palabra japonesa que significa propósito de la vida. Me quedé sin propósito, y cuando uno se queda sin propósito se queda vacío.

Su vida carecía ya de objetivos...

Yo consideraba que tenía la mente más fuerte del mundo. Estaba acostumbrado a la presión, pero siempre salía adelante. Estuve sometido a un acoso crónico de baja intensidad: eso lo sabe toda la Universidad. Sucede en todas las profesiones, y en las empresas... Se me hundió todo. Tuve que aislarme de mi familia, de mis amigos, de todo, para poder sobrevivir, por prescripción médica. Y un tratamiento. Yo no había tomado una aspirina en mi vida. Me puse a escribir, y salió este libro.

Y le ha servido.

Me ha servido muchísimo. Tanto, que me he aficionado. Y he escrito... otros libros.

En el primer capítulo dice algo muy fuerte: que en estos meses atrás no le habría importado quitarse la vida. ¿Tan fuerte ha sido su sufrimiento?

Es así. No me da vergüenza decirlo. En aquel momento no le veía problema a desaparecer.

¿Ahora está mejor?

Sin duda.

¿Vuelve a tener un propósito vital?

Sí, lo tengo de nuevo. Me alegro de haber superado aquella situación.

Usted ha denunciado una campaña de acoso personal y profesional encaminada a desacreditar su trabajo científico. Podía haber optado por no decir nada. ¿Se ha sentido comprendido y apoyado?

Muchísimo. Es una de las cosas que me ha ayudado a recuperar el propósito vital. A mi cuenta de correo, que ya no la gestiono yo, sino gente de mi laboratorio, me llegaron miles de mensajes de apoyo de todo el mundo, desde personas anónimas a instituciones. Esto me da una responsabilidad extraordinaria. No puedo abandonar. También me ha llegado una oleada de ofertas de trabajo.

¿En qué medida han alimentado esa campaña personas geográficamente cercanas a usted?

En toda. El inicio de la campaña, al cien por ciento. Pero esto no forma parte de ninguno de mis pensamientos. Lo sabemos y ya está. No pasa nada.

¿Se anima a dar nombres?

No.

¿La retirada de nueve artículos suyos en revistas científicas supuso un golpe muy fuerte?

Eso es la nada en un marco de 32 años de trabajo. Es marginal dentro de la carrera científica. Eran artículos de hace muchos años, superados a todos los niveles, y cuyos resultados habían sido confirmados. Y han sido retirados por nosotros mismos.

En el libro habla de un buen puñado de canciones y piezas musicales que le han hecho la vida más vivible.

La música es el hilo conductor del libro.

Pero usted no es un melómano.

No y además trabajo mucho en silencio total. Pero enseguida vi que los capítulos que escribía necesitaban un sonido que los acompañara.

¿En qué medida es un libro filosófico?

Absolutamente. Hay lo que llamo 'filósofos moleculares', que desde la ciencia han sido capaces de enviarnos mensajes de cuál es el propósito de la especie humana, cuál es el propósito del homo sapiens de ahora y del que se avecina, el homo sapiens 2.0... Estoy esperando a mis maestros, que vendrán de la filosofía. Los necesito para ayudarme, porque la ciencia necesita abrir otras ventanas, entender otros lenguajes distintos de los moleculares, los lenguajes de la trascendencia, que son característicos de nuestra especie. Necesitamos líderes del pensamiento.

Analiza el transhumanismo, o poshumanismo: seres humanos inmortales, sin dolor y con una inteligencia ilimitada gracias a los robots. Pero usted dice en el libro que la inmortalidad es innecesaria.

Es que lo es, hay otras prioridades. Tenemos un límite biológico de vida, que se estima en unos 120 años en condiciones normales y sin necesidad de mejorar la especie humana. Solventando algunos problemas, eliminando tumores, extendiendo la longevidad... Podemos mejorar un poco, pero no mucho más allá de nuestros límites. ¿Qué sentido tiene forzar esos límites? Es mucho mejor enriquecer las vidas. Por eso me invento el homo sapiens sentiens. No pongamos todas las apuestas en la tecnología, porque entonces el hombre más feliz del mundo será un robot.