El tiburón más amenazado del Atlántico tiene sus últimos reductos de cría en varias de las playas de Canarias que comparte pacíficamente con miles de bañistas -en la mayoría de los casos sin que estos lo sepan-, en una convivencia que un proyecto científico se ha propuesto asegurar.

Es el Angelote (Squatina squatina), un tiburón de fondo, casi plano, que pasa la mayor parte del día agazapado bajo la arena en fondos someros de la costa a la espera de que pase delante de su boca la comida del día, algún pescado de pequeño tamaño.

Los turistas que frecuenten playas como Las Teresitas, en Tenerife; Amadores y Puerto Rico, en Gran Canaria; o Puerto del Carmen, en Lanzarote; pueden tener la certeza de que se han bañado cerca de alguno sin saberlo, porque se trata de animales inofensivos, que solo reaccionan si los pisan o si les agarran la cola... y, aún así, su protesta no pasa de una mordedura leve.

Como ha explicado el investigador de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) José Juan Castro, nadie sabe a ciencia cierta cuántos angelotes quedan en el océano, pero sí que esta especie ha desaparecido en las últimas décadas prácticamente de todos los lugares que habitaba hasta principios del siglo XX: el Mediterráneo y la costa atlántica desde Noruega hasta Mali.

"Se ha visto algún ejemplar contado en Gales y el Mediterráneo, pero sus últimas poblaciones viables están en Canarias", ha señalado Castro, coordinador de Acusquat, un proyecto de la ULPGC apoyado por la Fundación Biodiversidad que pretende averiguar en detalle qué zonas de las islas frecuenta este tiburón, en qué meses del año, en qué horas del día y qué actividades desarrolla en cada momento.

Castro defiende que la ciudadanía de las islas debe ver con orgullo el que sus playas alberguen las últimas zonas de cría del angelote, pero también como una responsabilidad, porque se trata de un animal a punto de desaparecer (España acaba de catalogarlo como especie en peligro de extinción) y, si tiene alguna oportunidad de recuperar sus viejos dominios, será gracias a Canarias.

Atractivo turístico

El tiburón ángel es además un recurso económico-turístico nada desdeñable para Canarias, ha añadido el coordinador de Acusquat, porque cada año "miles buceadores viajan a las islas desde el norte de Europa solo para poder nadar junto a ellos", por lo que resulta cada vez más importante saber más sobre esta especie -sobre la que sigue habiendo "zonas oscuras", sin ninguna información- y empezar a pensar en planes de gestión que garanticen su supervivencia.

Este grupo de investigadores de la ULPGC sostiene que no tiene que ser difícil ordenar en el futuro la convivencia entre turistas y angelotes en las playas, porque lleva mucho tiempo produciéndose sin muchos problemas, sin que los primeros sean conscientes de ello.

Los científicos saben ya -sobre todo por la información que les han proporcionado los clubes de buceo de Canarias- que los angelotes buscan la protección de las aguas someras de las playas en dos momentos del año: al final del invierno, para aparearse, y al principio del verano, para el nacimiento de sus crías.

También tienen la certeza de que cualquier mañana de verano puede haber en una playa urbana como tan popular como Las Teresitas, en Santa Cruz de Tenerife, no uno ni dos angelotes, sino más de un centenar, en su mayoría juveniles y crías recién nacidas.

Ahora, han colocado pequeños radiomarcadores a 15 ejemplares localizados en el sur de Gran Canaria, entre Patalavaca y Mogán, para conocer más detalles sobre los momentos del día en que se acercan a la costa, cuando tiempo permanecen en ella y qué lugares frecuentan, así como para descubrir qué hacen en los momentos del año en los que se marchan hacia aguas profundas.

Por lo que han averiguado en los primeros meses del proyecto, la convivencia entre angelotes y bañistas puede seguir con un pequeño esfuerzo de educación ambiental. Basta con recomendar dos cosas: que nadie se asuste por estar cerca de un pez inofensivo, por más que se llame tiburón, y que disfrute de su presencia con respeto y sentido común, procurando no pisarlo ni intentar agarrarlo.