El éxito del ser humano es contra todo pronóstico. Éxito que se mide en su supervivencia y expansión como especie. Hay otras, desde luego, más numerosas y ancianas, pero ninguna con tantos individuos del tamaño de la nuestra. Durante la mayor parte de nuestra existencia, ya como homínidos, éramos una especie pequeña en peligro de extinción. No es de extrañar: apenas teníamos recursos para sobrevivir en un medio competitivo. Pero algo ocurrió que nos hizo fuertes y proliferantes. Lo más probable es que el altruismo haya sido un importante contribuyente.

El primero que formuló la teoría del altruismo recíproco fue Trivers, un biólogo evolucionista. Antes, Hamilton, un biólogo cercano a las matemáticas, dio con una fórmula para explicar el dilema que se planteaban los evolucionistas de principios del siglo pasado: qué hace que un individuo invierta en ayudar a un pariente a costa suya. Hamilton lo planteó en un artículo La evolución genética del comportamiento social, toda una declaración que abre el paso a la sociobiología y a la psicología evolutiva, en 1962. Se basa en un factor que se llama "r", que es la proporción de genes que comparten el autor y el receptor del altruismo, que va de 0 a 1. Y establece que el coste de la ayuda es beneficioso para el agente cuando el beneficio que obtiene el pariente, en términos de procreación, multiplicado por el factor "r" es mayor que el coste. Nótese que el beneficio se reduce cuanto menos parentesco se tenga. Supongamos que "r" es 0,125, un primo. Pues para que el esfuerzo del altruista pague, el beneficio del receptor ha de ser 8 veces mayor. La propuesta de Hamilton, de 1970, es que uno ayuda a otro cuando espera que en el futuro este vaya a devolverle el favor. De manera que hablamos de altruismo en biología cuando una conducta incrementa, en promedio, la eficacia biológica, medida como la capacidad de supervivencia y de reproducción de los individuos que reciben los beneficios de esa conducta, y a la vez disminuye la eficacia biológica del individuo que realiza la acción.

Desde entonces se ha examinado el altruismo con diferentes modelos, incluidos los matemáticos y las simulaciones informáticas en las que se diseña una sociedad de altruistas en la que se introduce uno o varios aprovechados; a partir de ahí se mira qué ocurre si estos se hacen con el poder y cómo sobrevive frente a otra sociedad que logra deshacerse, o controlar, a los aprovechados. En esos juegos las segundas triunfan, no sé en la realidad. Darwin lo certificaría: "Una tribu que incluya muchos miembros que, poseyendo altos grados de patriotismo, fidelidad, obediencia, coraje y simpatía, estuvieran dispuestos a ayudarse mutuamente y a sacrificarse por el bien común, alcanzaría la victoria sobre otras tribus, y esto sería selección natural", dice en la Ascendencia del hombre.

El altruismo recíproco puede ser un buen modelo para las sociedades animales, sobre todo aquéllas, como abejas u hormigas, que se basan en ello. Pero no explica todos los comportamientos de los seres humanos. Por ejemplo, no puede explicar la generosidad con las ONG, porque el donante nada puede obtener del receptor, ni siquiera el agradecimiento. Se puede explicar por el prestigio, uno de los bienes más apreciados por el ser humano. Hay otras teorías.

La psicología organizativa estudia cómo diseñar el trabajo para que el trabajador lo disfrute y se comprometa con él. La teoría es que hay que responder a sus intereses y no solo con incentivos financieros, también con tareas que sean intrínsecamente interesantes u ofrezcan la posibilidad de avanzar en la carrera. Sin embargo, el psicólogo Adam Grant, una de las luminarias del campo, considera que la mayor fuente de motivación es el sentido de servicio a los demás. Según su teoría, si nos concentramos en cómo con nuestro trabajo podemos contribuir a la mejora de la vida de los otros, la productividad mejorará más que si solo pensamos en nuestros propios beneficios. Lo comprobó con varios experimentos mientras estudiaba. Todo el mundo sabe lo poco motivante que es trabajar en un call center.

Grant logró incrementar la eficacia, a veces hasta el 400%, simplemente dando a conocer los beneficios para la gente que su trabajo podría comportar. Lo curioso es que cuando se les preguntaba cómo se explicaban el incremento de su eficacia, ninguno lo atribuía a ese sentimiento de hacer el bien para otros, no sabían que en el subconsciente estaba actuando. A partir de ahí Grant ha realizado muchos estudios, publicados en las revistas de más calidad, que confirman su teoría: lo motivante que es el deseo de ayudar a los demás, independiente de que se prevea una recompensa. Por ejemplo, si se compara la eficacia de dos carteles: El lavado manos evita que te contagies frente a El lavado de manos evita que contagies a los pacientes el segundo hizo que se usara un 45% más desinfectante para manos. Hay mucho más que eficacia biológica y que el dar para que me des, en el altruismo humano.