Leonor de Borbón y Ortiz, Princesa de Asturias, tiene difícil, según los entendidos, convertirse algún día en reina porque el cuestionamiento de la monarquía ha alcanzado en España las cuotas más altas que se conocen en el periodo democrático. Pero no es el análisis político el que viene a cuento en esta ocasión al hablar del futuro de la primogénita de Felipe VI y Letizia. Sino el de género. En el caso de que esta preadolescente de 13 años llegue al trono algún día y se mantengan las dudas (y críticas) sobre la idoneidad del sistema de monarquía parlamentaria, Leonor será, entre otras cosas, una mujer al borde del llamado "abismo de cristal", una mujer que llega a una posición de gran liderazgo en una situación de riesgo y con muchas posibilidades de fracasar.

Quizás el ejemplo de Leonor no sea el más exacto, porque su cargo es hereditario, pero sirve porque en la práctica se vería en la misma situación que otras mujeres, altas ejecutivas de empresas y también políticas de nivel, que asumen una elevada cuota de poder que histórica y tradicionalmente ha estado en manos de hombres, pero en una situación tan crítica y desfavorable que cuentan con todas las papeletas para estrellarse. Eso es el abismo de cristal, el glass cliff en inglés, término acuñado en 2004 por la profesora Michelle Ryan en la Universidad de Exeter, en Reino Unido.

Poco a poco se ha ido abriendo hueco en los habituales debates sobre el papel de las mujeres en la sociedad actual, pero el abismo de cristal ha tomado impulso por los recientes acontecimientos políticos precisamente en el país donde surgió, Reino Unido. Allí acaba de dimitir la primera ministra Theresa May (segunda mujer en ocupar el cargo tras Margaret Tatcher), una de las principales exponentes hoy por hoy del término. "Lo de Theresa, independientemente de que ella lo haya hecho bien o no, es glass cliff de libro", sentencia sin dudarlo Nuria Capdevilla-Argüelles, catedrática de Estudios Hispánicos y Estudios de Género en la citada Universidad de Exeter, donde es colega de la profesora Ryan. "Se pone a la mujer en posición de liderazgo cuando lo más probable es que ésta fracase".

Theresa May (Eastbourne, 1956) empezó en julio de 2016 el tramo más notorio de su carrera política justo al borde del abismo, al que finalmente cayó, no sin antes dar una batalla durante tres años cuyo coste público es conocido. Entró en el 10 de Downing Street con una papeleta nada sencilla: sortear el abismo del brexit al que había llevado al país el referéndum convocado por su colega de partido y entonces primer ministro James Cameron. Éste se esfumó rápidamente después de que los británicos dijeran sí a irse de la Unión Europea pese a Cameron tratar de convencerles de lo contrario. A May se le encomendó ejecutar la salida, tarea que no pintaba nada sencilla y, visto lo que ha venido después, más bien ha sido imposible. La ya ex primera ministra no lo tuvo fácil desde el minuto uno y según fueron pasando los meses la única duda era cuándo se iba a caer por el abismo. Es decir, dimitir, rendirse, fracasar.

Se puede pensar que no entró obligada en Downing Street y que habrá podido decidir si quería o no capitanear la recta final del brexit. Por supuesto que sí, pero el glass cliff tiene más fundamento después de analizar, estudiar e investigar las causas de por qué muchas mujeres, altamente cualificadas y preparadas, aceptan cargos importantes con objetivos difíciles que con toda seguridad se las llevarán por delante. Capdevilla-Argüelles lo tiene claro: "Las mujeres pedimos liderazgo, el patriarcado nos lo da no para que nos desarrollemos, sino en coyunturas o momentos en los que fracasar es muy posible".

Lo cierto es que pocas oportunidades tiene hoy una mujer de alcanzar elevadas cuotas de poder (basta ver el exiguo porcentaje de directivas en las grandes empresas, en los partidos políticos o en los estamentos de la administración que de ellos dependen). Así las cosas, cuando se les presenta una ocasión (a May, ser primera ministra o, por ejemplo, a Hillary Clinton tratar de convertirse en la primera mujer presidenta de EEUU) aceptan porque quizás sea la única oportunidad en su carrera profesional.

Las investigaciones en torno al abismo de cristal hablan de mujeres a las que se les presenta una ocasión única porque tradicionalmente el sexismo y los favoritismos masculinos siempre han primado en la elección de cargos ejecutivos. Las empresas y partidos políticos en crisis saben que eligiendo a una (no a uno) amortiguarán la caída: de salir mal, la culpa será de ella, pero antes han sacado pecho por haber sido valientes y avanzados "al elegir una mujer para tan importante cargo".

Hay estudios sobre que en los bufetes de abogados los casos más difíciles y traicioneros se suelen dar a las abogadas; o, en el Reino Unido, que los escaños más difíciles de conseguir y que habrá que pelear duramente van para las candidatas. En resumen: no se las elige porque sean mejores, sino porque están más dispuestas a asumir riesgos, se entregarán más a la tarea y encima gestionarán el fracaso con responsabilidad, con más entrega que un hombre, no muy dispuesto a jugarse el puesto en momentos de crisis.

Todo esto sucede cuando se supone que se han alcanzado grandes cuotas de igualdad, si bien un estudio del Foro Económico Mundial sitúa en el año 2186 la consecución de la igualdad real. "Las dificultades permanecen, van mutando, se reconfiguran?", abunda Nuria Capdevilla-Argüelles, quien defiende que "sin autoexamen y autocrítica" de los hombres difícilmente se avanzará rápido en una igualdad de facto. "El patriarcado no muere. Ejercer el poder de una manera nueva, no masculina, es de por sí un desafío al patriarcado que lo hace explotar desde dentro".

En su opinión la clave está en la permanencia en el poder. ¿Cuántas mujeres son capaces de romper el techo y superar el abismo de cristal? Afortunadamente, las hay "a miles", remata la catedrática. Al fin y al cabo se trata de tener una cabeza bien amueblada y ser fuerte, aunque en el caso de las mujeres esto último deba ser por partida doble. "El glass cliff puede ser el pasaporte al poder. Pero a un precio muy alto, un precio perverso...", remata Capdevilla-Argüelles.